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08-02-2023

Diego Anido

El optimista sin esperanza


De la música al teatro y del teatro al cine. Ese ha sido el camino del polifacético creador gallego, que en este momento está viviendo gran éxito gracias a su inquietante personaje en ‘As bestas’. Antes había despuntado en ‘Malencolía’ a las órdenes de Alfonso Zarauza, su principal mentor en el cine. Y encima del escenario representa espectáculos unipersonales en los que hace casi de todo


DAVID SAAVEDRA

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

El impactante personaje de Lorenzo en As bestas (Rodrigo Sorogoyen, 2022) ha hecho conocido a Diego Anido entre el gran público y le ha valido la nominación al Goya en la categoría de actor de reparto. Pero este creador de talante libérrimo puede presumir ya larga trayectoria en el teatro de vanguardia, sobre todo gracias a espectáculos unipersonales como El alemán y El dios del pop, ambos representados recientemente en Madrid. Como también reciente es el premio Mestre Mateo a la mejor interpretación masculina de reparto por su papel en Malencolía (Alfonso Zarauza, 2021). Su formación heterodoxa y su carácter frontalmente inocente –en el mejor de los sentidos– conviven con una retranca y una curiosidad a tumba abierta que lo convierten en un gran conversador.


– En realidad sus comienzos fueron en la música indie, ¿no?

– Sí, a finales de los años noventa en Santiago, con un colectivo de bandas que se llamaba La Familia Feliz. Mi hermano Rafa tenía muchos discos y amigos que tocaban, así que empezamos a formar nuestros primeros grupos: Hemisferio Izquierdo y Taxi Driver. El comienzo fue muy bonito y forma parte de mis cimientos, ya que hicimos muchos conciertos sin apenas público, con dos espectadores o así. Nuestros inicios consistían en llegar, montar llenos de emoción y que no viniera nadie. Hacíamos mucho ruido para disimular nuestra falta de técnica. Estuve en ello desde los 17 hasta los 26 años. Rafa sigue tocando mucho, con el nombre de Sr. Anido, pero de todos aquellos amigos, el único que ha llegado a tener algo de público es Marco Maril, con los grupos Dar Ful Ful y Apenino.


– ¿Y cómo llegó la llamada del teatro?

– Recuerdo que en el colegio no tenía mucho futuro como estudiante, estaba siempre ausente de lo que ocurría en clase. Un día la profesora pidió a dos personas que ilustrasen con su cuerpo lo que otra alumna leía y yo me levanté como un resorte. La compañera empezó a leer y yo comencé a moverme de un modo muy automático. No había filtros, no había cancelas ni mente coordinando el movimiento. Éramos dos niños en lados opuestos, pero la gente empezó a mirar hacia mi lado, incluso la chavala dejó de leer y me contemplaba mientras me movía. Era un colegio de monjas y la profesora no me tenía estima. Por eso aquello no salió de allí, pero a mí se me quedó en la memoria. En mi última obra, El dios del pop, he rescatado ese preciso momento. También me gustaba muchísimo el cine. De pequeño veía muchas películas en La 2, en los ciclos de Cine Club que daban por la noche. Con nueve años te caía una de Claude Chabrol o Alain Resnais y te quedabas con cosas. Pero tenía más a mano la opción del teatro.


– En el año 2000 entró en la escuela Espazo Aberto. ¿Qué le aportó esa formación?

– El trabajo físico y las improvisaciones me engancharon muchísimo. Yo había estado en el escenario tocando música con mis grupos, pero la primera vez que interpreté sin instrumentos delante fue una sensación muy rara, como bañarte desnudo si siempre lo has hecho con un bañador. Es extraño, intrusivo, incómodo, pero cuando recibes respuesta del público es como un premio, una vida nueva.



– Su primer espectáculo unipersonal fue Paper boy (2003). Usted se encargó de escribirlo, dirigirlo y protagonizarlo. Desde entonces ha estrenado otros cuatro más. ¿Qué le llevó a especializarse en ese terreno?

– Todo depende de los recursos que tengas a mano. Creo que era el escultor Alberto Giacometti el que decía que hay dos tipos de personas: los optimistas sin esperanza y los pesimistas con esperanza. Yo soy de los primeros. La falta de esperanza me hace coquetear con la depresión, pero el optimismo me lleva a ponerme en marcha. La idea de teatro que se me creó durante aquellos años de formación fue muy peculiar; percibí que se podía trabajar como en algunos proyectos musicales individuales que yo conocía. Era aquella época en la que estaban de moda los músicos de habitación, que podían hacerlo todo con su ordenador y conseguían que fuera de calidad. Yo trabajo de manera muy parecida: me autodirijo, voy pensando las ideas, probando y ensayando cosas… Para mí es como un concierto en el que no muestro canciones, sino escenas, textos. Es un camino de investigación y puesta en escena en el que no debates con nadie, y encuentras un resultado único en el que no dependes de nadie más. Voy consiguiendo cada vez más público, hay personas que incluso repiten. Diría que en mis obras individuales genero un lenguaje propio. Y el hecho de que hubiera bastante gente que me lo dijera también me animó a especializarme.


– En 2004 se marchó a Barcelona. ¿Por qué?

– Porque buscaba algo estimulante. Había que irse de casa, salir del nido, ver lo que te aporta una ciudad grande. En lo que respecta al teatro contemporáneo, creo que había más en Barcelona, la Administración lo apoyaba más que en Madrid. Y me fue muy bien.


– Allí entró en la Agrupación Señor Serrano.

– Sí. Conocí a varios creadores catalanes en la plataforma AREAtangent. En su local yo hacía experimentos teatrales con público y enseguida entré en contacto con el dramaturgo Àlex Serrano. Él había estudiado también Publicidad y tenía mucho tirón, además de mucha facilidad para crear una compañía muy actual y que resultase rentable con el material que le apeteciese. Nos hicimos amigos desde el principio. Y nos pusimos a trabajar juntos. Fue todo certero y creció muy bien: hacíamos gira por Cataluña, dos años después salimos por España, a los cuatro años ya teníamos bolos en Francia e Italia… La compañía estaba bien regada y podada para que floreciese el tipo de flores que se buscaba, flores que fuesen atractivas para un público actual y, a la vez, delicadas y extrañas. Luego empezamos a recibir premios internacionales, como el León de Plata en la Bienal de Venecia de 2015, pero me desligué porque aquello requería participar en actividades empresariales para las que yo no estaba tan dotado. Ahora no trabajo con ellos, pero mantenemos una buena relación.



– En el cine se inició con el director gallego Alfonso Zarauza.

– Nos conocimos una noche en Santiago. Conectamos rápidamente, teníamos los mismos referentes, nos entendimos bien. Como director, él se coloca en un lugar muy humilde, lo cual muchas veces no se ve, pero es importantísimo. Debuté con él en el corto Sebastián, en 2001. Flipé al ver a tantas personas haciendo cosas tan específicas, y me pasé noches enteras describiendo a mis amigos todo lo que allí ocurría: “Había un tío sujetando el micro, había otro sosteniendo el foco al lado de la cámara y tenía apuntado en el suelo cuándo darle, había otra persona que solo se fijaba en si el actor llevaba la camisa bien…”. Ese tipo de cosas. Alfonso [Zarauza] ya tenía por entonces un equipo de la hostia. En mi primer largometraje con él, Ons, de 2019, pude hacer labor de investigación para el papel de Couto, un hombre sordo. Quedé con varios de ellos, fui a una asociación, aprendí cosas que apliqué al personaje. Me gustó hacerlo; era lo que yo escuchaba siempre en las entrevistas a grandes actores. Y en la siguiente película, Malencolía, de 2021, probé lo que me dio la gana. En una secuencia tenía que hacer de un desequilibrado a un nivel elevado, pues saltaba desde el tejado con una hoz y amenazaba a dos personas. Pude defenderlo de la manera en que venía trabajando en el teatro, creando una atmósfera densa, creando tensión. Alfonso me dejó proponerlo todo. Después recibí el Mestre Mateo solamente por esa secuencia, el primer premio individual de mi vida, sin contar el de un concurso de disfraces a los nueve años. Me sorprendió conseguir esa repercusión con algo tan pequeño.


– ¿Es cierto que llegó un poco por casualidad a su papel en As bestas?

Yo iba a hacer un personaje muy pequeñito, pero justo un día antes del rodaje me propusieron ser uno de los cuatro protagonistas. Recuerdo que mientras leía el guion, por sensaciones y por cómo se habían decidido por mí, noté que quizás era un paso arriesgado. Pero toda mi trayectoria me hizo sentir seguro de que podía hacer eso. Y fue relativamente fácil hacerlo. Los otros actores habían trabajado en grandes proyectos de cine y tele. Aprendí mucho con ellos dentro y fuera del rodaje.


– Estuvieron en Cannes. ¿Qué tal la experiencia?

– Muy bien. Es como un parque de atracciones. La montaña rusa no es más que vigas y columnas que sujetan unos raíles con tornillos y tuercas. Pero cuando te montas en ella vives una experiencia. Y cuando te bajas, ves de nuevo el mecanismo. En el caso de Cannes son vallas, una alfombra roja… Estar ahí fue raro, pero las sensaciones que recibí me gustaron. El equipo era como una gran compañía teatral que se mantuvo incluso después del rodaje, durante la promoción. Eso te hace sentir muy especial.


– ¿Cuáles son sus planes para este año?

– Tengo tres proyectos audiovisuales. En cine y series. En teatro acabo de terminar la gira de El dios del pop. He frenado muchas cosas porque As bestassin llegar a ser una explosión nuclear, ha sido un impacto. Me he dejado todo este año para estar muy disponible porque realmente lo necesito. Tengo dos hijos en edades demandantes, de cuatro y siete años. En este momento, invertir mucho tiempo en algo fallido puede tener consecuencias en los ámbitos en que te manejas: familia, trabajo, salud… He trabajado muchísimo en todos estos años, siempre me he embarcado en cualquier cosa. Reviso agendas de otros años y las tengo repletas de viajes y cosas, pero ahora prestaré más atención a lo que escoja.



Un hombre-orquesta de la escena

Paper boy (2003), El alemán (2004), Artefacto (2008), Symon Pédícrí (2013) y El dios del pop (2022) son las cinco obras unipersonales de Diego Anido hasta el momento. Con humor surrealista, ensamblan de modo muy natural diversas disciplinas (monólogos, audiovisual, danza, música), sin cuarta pared. El año pasado no solo estrenó su último espectáculo, sino que recuperó El alemán, lo cual confirma la vigencia de sus creaciones. El autor explica el porqué: “No soy una persona que pueda hablar mucho sobre la actualidad ni me pueda mojar a nivel político porque mi formación escolar es defectuosa y no he leído la prensa jamás, así que el material que yo genero no se muere con el paso del tiempo”. En otra entrevista declaró que “todo lo que se acerque al teatro pedagógico o social no es de mi interés”, sin dejar de remarcar su respeto y admiración a quien sí lo hace. Todo ello refuerza la especificidad de sus propuestas. “Son obras que no ha visto mucho público”, afirma, “pero quien las ha visto se queda con ellas en la retina. Fue el caso del Teatro Ensalle vigués, donde ellos me encargaron el reestreno de El alemán. Sabían que podía volver a tener vida y que había que darle otra oportunidad.

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