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31-01-2020


Un videoclub nos sacó de la noche

 

En Diurno, en pleno Chueca, se alquilaban películas y se tomaban cafés. Todo junto, desde su apertura hace tres lustros largos. Reunió a más de 14.000 socios y alojó cerca de 8.000 títulos


FRANCISCO PASTOR

En el madrileño barrio de Chueca, el restaurante Diurno se distingue por los grandes ventanales que recorren la fachada. Solo un cristal separa a los viandantes de quienes se encuentran dentro, y aquel comedor a la vista del público ha sido testigo de un sinfín de historias. La del motorista que cruzaba una y otra vez la calle de la Libertad y dirigía su mirada hacia el interior, a la caza de algún chico guapo. O la del joven que tecleó su número en la pantalla de su propio teléfono y lo apoyó en el cristal para que al otro lado alguien pudiese tomar nota de él. Otra de las paredes del local la cubren casi 8.000 películas, cuidadosamente guardadas en sendas carátulas. Cuando el negocio abrió sus puertas en 2002 albergaba una cafetería y un videoclub. Aquella fórmula desapareció hace dos años, cuando Diurno pasó a ser restaurante. Pero por entonces llamó la atención de todo el barrio.

 

   Se llamó Diurno, no tanto por la cantidad de luz que entraba por aquellos cristales, sino porque Chueca, cuna de las minorías sexuales, había sido hasta entonces un barrio eminentemente nocturno. “Existían bares de copas, discotecas, clubes y otros locales para hombres que quisieran un contacto con otros hombres. Siempre de noche y al abrigo de la oscuridad. Y aquel local prometía levantar un punto de encuentro para las personas LGTBI, por fin, a plena luz del día”, recuerda su dueño, Carlos Padura. Tras él asoman las dos decenas de baldas repletas de películas, con títulos de toda suerte, que en su día conformaron el videoclub. Desde los grandes vendedores de los noventa, como Titanic (1997) o El piano (1994), hasta piezas memorables de cine español, como Que se mueran los feos (2010) o AzulOscuroCasiNegro (2006).

 

   “Salir de clase, comer por Chueca, tomar café en el Diurno y alquilar una película. Ese era nuestro plan muchas tardes”, cuenta Julia, una antigua clienta. El videoclub llegó a acumular más de 14.000 socios. Y los dueños del local recuerdan con orgullo el día en que el futbolista David Beckham formalizó su ficha como miembro. Aquella filmoteca, según Juanjo Cuerda, quien estuvo al frente de ella durante nueve años, era un lugar de usuarios habituales. Pocos eran los ocasionales. “Algunos venían directamente a buscar una película que les hubieran recomendado. Pero la gente también preguntaba mucho”, resume. Así que a él le tocaba recomendar obras. Y mientras hablaba sobre cine con la clientela conoció a alguien especial, pareja suya durante un tiempo. Le ocurrió hasta en dos ocasiones.



   Aunque hoy el restaurante Diurno recibe a comensales de todo tipo, la mayoría de sus visitantes después de la apertura eran LGTBI. Unos cuatro de cada cinco, anota Padura. A los recuerdos del fundador del negocio se agregan los de uno de sus socios, Rubén Gómez: “Desde la barra veíamos que mucha gente venía sola, sin más, a tomar un café y alquilar una película. Cuando nos queríamos dar cuenta, nos los encontrábamos en grupos grandes. Eran clientes que no se conocían de nada, se presentaban y compartían mesa”. Los parroquianos se las ingeniaron para crear el antecedente de las aplicaciones de citas. Encendían el Bluetooth del móvil, con el que podían contactar con otros teléfonos cercanos, y empezaban a enviarse mensajes de texto. Por entonces tampoco existía WhatsApp.

 

   Miguel fue camarero del local durante algunos años y recuerda que trabajar en él traía consigo el cierto pedigrí: “Nos ponían en las listas de las discotecas solo porque éramos parte del Diurno. Y salíamos mucho, ya fuese miércoles o domingo. Hasta la una de la madrugada poníamos algo de música en la cafetería. Luego nos recogían nuestros amigos y nos íbamos de fiesta hasta las tantas. El problema es que tardé el doble en sacarme la carrera”. Víctor Martín, cliente durante años, acabó cruzando de un lado a otro de la barra. Como le ocurrió a Cuerda, él también conoció a uno de sus amantes en el propio local: un joven norteamericano que leía a Hemingway mientras tomaba café. Aunque Martín trabajaba en la cafetería y no en el mostrador del videoclub, se le acercó y le aconsejó algo de cine sobre la Guerra Civil. Las noches al calor de Libertarias (1996) y Las 13 rosas (2007) hicieron el resto. “Pasaban turistas que compraban algo de comida para llevar o extranjeros residentes en Madrid que se interesaban por nuestro cine”, cuenta este excamarero.


   “Aquello de la cafetería y el videoclub resultaba muy moderno”, comenta Cuerda. Él acababa de estudiar en la Escuela de Cine y del Audiovisual de Madrid (ECAM), así que se sentía “encantado” de dar forma a aquel catálogo con notable presencia de cine de autor. Director a director, siguiendo un orden alfabético, se repartían algunos de los DVD del Diurno. Otra de las estanterías reunía los títulos LGTBI. “Las cintas de Almodóvar estaban siempre alquiladas”, recuerda. Y las había también eróticas, aunque no lucían en los estantes como el resto, sino que estaban recogidas dentro en un archivador. 

 

   Llevarse a casa un estreno costaba tres euros. Y una película de cartelera, la mitad. Pero ni siquiera aquellos precios resistieron los embates de las nuevas plataformas. En 2017, con tres lustros de vida, Diurno puso fin a su etapa como videoclub y cafetería y se convirtió en un restaurante. Los largometrajes que habían estado repartidos por todo el local y que abarcaron más de la mitad de sus 280 metros cuadrados se guardaron en cajas de cartón. Hasta que por fin conformaron ese gran mural que hoy rinde homenaje al extinto ritual de alquilar cine. 



Del Diurno al cielo

Aquello de reunir películas y café atrajo a artistas en ciernes. No solo entre la clientela, también detrás del mostrador. Cuerda es hoy ilustrador y publica su trabajo en El Jueves, entre otros. Martín terminó montando su propia productora. También atendió en el Diurno el cineasta Pedro Collantes, que este año trabaja en su primer largometraje gracias a una beca: “Era el trabajo ideal para un estudiante de Audiovisuales. Diseñábamos las promociones, los especiales y el catálogo. Recuerdo que allí me interesé por el cine oriental y encontré obras que me marcaron. Me encantaba hacer recomendaciones a los clientes”. Más de un intérprete sufragó sus primeros pasos en la escena con lo que ganó en aquel local. Así le ocurrió a Nasser Saleh, que luego actuaría en la serie Física o química y a las órdenes de Iñárritu en Biutiful(2010). O a la popular Belén Cuesta, años antes de pasar por Kiki, el amor se hace (2016), La llamada (2017), Paquita Salas o La trinchera infinita (2019). En 2019 la actriz estrenó cinco largometrajes y este mismo enero ganaba su primer Goya.

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