CARLOS ARÉVALO (@arevalocarlos)
Están saliendo a la luz numerosos trabajos que dan fe del interés creciente por recuperar la figura y el imprescindible legado artístico de Edgar Neville Romrée (1899-1967), que además de director de cine fue uno de los humoristas más brillantes de su época y también dramaturgo, guionista, novelista, diplomático o pintor y poeta en sus últimos tiempos. La reivindicación de su filmografía es una realidad gracias a la reposición de sus títulos más relevantes en distintas televisiones, a lo que añadiremos la adaptación teatral en 2014 de una de sus obras más conocidas (El baile), la emisión el pasado año del documental de TVE sobre el medio siglo de su desaparición o la reciente publicación del libro Cuentos completos y relatos rescatados,con una recopilación de sus textos.
De cuna aristocrática, aprovechó su título de Conde de Berlanga de Duero y su savoir fairepara entrar en los círculos más selectos de su época. En los años veinte fue agregado de la embajada española en Washington hasta que decidió abandonar la burocracia para aterrizar en Hollywood, donde conoció la industria al dedillo y abrió las puertas del cine a unos cuantos compañeros. Neville perteneció a la que Laín Entralgo bautizó como “la otra Generación del 27”, junto a José López Rubio, Miguel Mihura, Antonio de Lara “Tono” o Enrique Jardiel Poncela. Lejos del academicismo de los miembros del 27, aquel grupo de locos geniales, devotos confesos del maestro Ramón Gómez de la Serna y sus tertulias surrealistas en el Café de Pombo, fueron los verdaderos renovadores del humor de su tiempo e hicieron su propia vanguardia riéndose ante todo de ellos mismos. Uno de los herederos de aquel estilo, el dibujante Antonio Mingote, resumió: “estaban más deseosos de vivir que de demostrar lo listos que eran, que eran listísimos”.
Ávidos de aventuras y nuevas experiencias, exprimieron la exótica oportunidad de disfrutar de aquel dinámico Hollywood de principios de los años treinta, que contrastaba ferozmente con las nubes grises que se cernían sobre la España de preguerra. Nombres como Laurel y Hardy, los Hermanos Marx, Buster Keatono Charlot tuvieron su reflejo en la comicidad rompedora de estos españoles brillantes. Precisamente Charles Chaplin, de quien Neville fue íntimo amigo, lo introdujo en la Metro Goldwyn Mayer para que escribiera los diálogos de las versiones en español que se rodaban de películas americanas como El presidio (1930). Eran los albores del cine sonoro. Durante su estancia en Estados Unidos, realizó varios cameos como actor, uno de ellos en Luces de ciudad,del propio Chaplin. Se codeó también con Mary Pickford, Greta Garbo, Douglas Fairbanks o el magnate William Random Hearst, lo que le permitió conocer mansiones de película.
El cineasta Santiago Aguilar, autor del libro Edgar Neville: Tres sainetes criminales, pone en valor la fase de formación del madrileño en EE UU. “Mientras Jardiel o Mihura veían el cine como una posibilidad más de difundir su personal modo de entender el humor, Neville se entregó a él a tiempo completo. Si no se hubiera empeñado en que López Rubio fuera a Hollywood, este habría seguido con una carrera teatral en España que acababa de empezar con fortuna crítica junto a Eduardo Ugarte”.
La producción cinematográfica de Neville, filmada de modo muy teatral, se desarrolló con gran mérito para los escasos recursos existentes. Así lo confesó él mismo en una entrevista: “Al volver a España intenté hacer cine con los medios espantosos que había entonces, y mal que bien rodé mis primeras películas con unas cámaras que no cerraban, con un negativo que no impresionaba, con unos actores que no lo eran y en unos decorados que no existían. A pesar de eso, éramos jóvenes todos y nos reíamos mucho de los apuros que pasábamos”. Su filmografía se compone de una treintena de películas –siempre impregnadas de su inteligente e incisivo toque Neville–, entre las que destacan La torre de los siete jorobados (1944),Domingo de carnaval(1945), La vida en un hilo(1945, llevada al teatro en 1959), El crimen de la calle de Bordadores (1946), El último caballo (1950), El baile (estrenada primero en teatro en 1952 y en el cine en 1959) o Mi calle (1960).
Pese a su linaje y carácter internacional (sus apellidos eran extranjeros y hablaba inglés, francés e italiano), fue un bohemio que siempre se alejó de la pedantería y se consideraba costumbrista y muy madrileño. En sus historias evocaba aquel Madrid descrito por Arniches o Galdós y se inspiraba claramente en la pintura de Gutiérrez Solana para confeccionar algunos de sus personajes. Uno de sus dos hijos, Jimmy, reconoció en una ocasión en RNE: “Mi padre podía haberse quedado en Hollywood y desarrollar allí una brillante carrera, pero el amor por su país y por Madrid le hizo regresar”.
La relación de Neville con la televisión no fue muy destacada, pues apenas transcurrió una década desde la llegada de la pequeña pantalla a España y el fallecimiento del artista (aunque fue uno de los primeros en disfrutar del revolucionario invento en su residencia malagueña). Hizo algunas apariciones esporádicas en programas de entonces, como la que recuerda su nieto mayor, también llamado Edgar: “Nos reunimos toda la familia en torno al televisor para verlo en Esta es su vida. En otra ocasión salió en un espacio dedicado a Galicia, Xantares, dentro de la serie documental Conozca usted España”.
De las escasas producciones televisivas sobre sus trabajos en vida, cabe destacar la emisión en 1963 de una adaptación de El baileprotagonizada por Conchita Montes, Ismael Merlo y Pastor Serrador en el programa dramático Primera Fila. Y es que no se puede analizar la carrera de Neville sin hablar de la de Conchita Montes como actriz, pareja sentimental y artista a la que él construyó con papeles en sus películas más importantes.
A lo largo de su trayectoria escribió 19 novelas, 16 obras de teatro y 40 guiones. Su influencia en las generaciones actuales está muy bien definida por el catedrático Rodríguez Merchan: “Edgar Neville no ha dejado una escuela pero sí un espíritu”. Precisamente su nombre luce en un auditorio de Málaga así como en varias calles en España: en Marbella, en Pozuelo de Alarcón y desde este año, en pleno corazón financiero de Madrid. Su familia asegura que uno de sus diarios personales permanece en un cajón a la espera de ser publicado y que también hay un proyecto para vender a televisiones de Iberoamérica en formato de telenovela, títulos como La vida en un hilo o El baile. Todo para recordar la jugosa aportación artística del bueno de Neville.
Sus allegados lo califican como un tipo de atractiva personalidad, divertido e ingenioso, de una inmensa humanidad y ternura. Isabel Vigiola, viuda de Mingote, fue secretaria de Neville durante sus últimos veinte años de vida: “Todos los días me dictaba durante tres o cuatro horas, pero también tenía una intensa vida social, salía a fiestas, a comer a buenos restaurantes, a estrenos… No perdonaba la partida de canasta y en alguna ocasión llegó a suspender algún rodaje por ello. Tenía una gran seguridad en sí mismo y era la persona más al tanto de todo lo que pasaba en el mundo, la antítesis de su película El último caballo.Si viviera ahora, tendría todos los ordenadores aunque no sabría manejarlos. El último invento que salía lo compraba, incluso tuvo un flamante Aston Martin antes de que lo pusiera de moda James Bond”.
Comió incontrolada y obsesivamente hasta llegar al deterioro físico y finalmente a la muerte. El sobrepeso provocaba que se durmiera mientras rodaba o durante la lectura de sus obras teatrales, como corrobora su nieto Edgar: “Me encantaba ir con él en un Mercedes rojo descapotable que tenía pero mi madre se ponía enferma porque estaba tan gordo que se dormía al volante. Su cocinera Tomasa le preparaba unos platos de escándalo. Siempre vivió lo mejor posible”. Sus últimos años fueron un compendio de curas de adelgazamiento y pantagruélicos cocidos y otros platos nada ligeros. Llegó a pesar casi 150 kilos. En la primavera de 1967 acabó con él un ataque de urea en sangre producido por aquellos excesos.