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El anecdotario de Javier Ocaña

Los tramposos es un mito del cine popular español y, lo mejor de todo, sigue manteniendo un encanto irreprochable. El guion de José Luis Dibildos, también productor a través de su empresa, Ágata Films; el colorismo de la fotografía de Manuel Merino; el formato panorámico de Pedro Lazaga, su director, aprovechando las localizaciones madrileñas, y, por supuesto, su reparto, en el que Concha Velasco y Laura Valenzuela muestran el nuevo poder femenino de las que trabajan como secretarias, mientras los hombres (Antonio Ozores, Tony Leblanc, José Luis López Vázquez...) no dan un palo al agua, avalan un conjunto de una felicidad desbordante. Es el costumbrismo sin una gota de crítica de la comedia desarrollista española, que tiene en la película de Lazaga uno de sus mejores exponentes: 1,2 millones de espectadores fueron a verla en el año 1959 a los cines.

 

El escultor griego Cares de Lindos la modeló en el año 280 a. C. en la isla de Rodas, como homenaje al dios Helios, pero un terremoto se la llevó por delante en el año 226 a. C. Desde entonces, dibujos y cuadros, aparte de diversos escritos de lo que pudo ser y significar aquella mole de más de 30 metros de altura (similar a la Estatua de la Libertad), han recorrido la historia de la pintura y la literatura. Y también del cine, con un exponente máximo: El Coloso de Rodas, coproducción entre Italia, España y Francia dirigida nada menos que por (un jovencísimo) Sergio Leone en 1961. La recreación de la mole tuvo lugar en Laredo, Cantabria, y aquello supuso un acontecimiento de tal magnitud que los más viejos del lugar aún lo sacan a colación en las conversaciones.

¿Dónde vas, Alfonso XII? había sido un gran éxito en el año 1958. Un melodrama colorista y lacrimógeno sobre el rey de la restauración borbónica, enamorado de su prima, casado con ella pese a la oposición de su madre, Isabel II, y que apenas unos meses después del matrimonio feliz vio morir a su amada, María de las Mercedes de Borbón y Orleans. Dos días antes había cumplido 18 años. Así que dos años después, conscientes los productores de que los acontecimientos reales posteriores tenían semejantes coordenadas melodramáticas, compusieron ¿Dónde vas, triste de ti? Le retrataron como campechano y cercano al pueblo, y trataban el peliagudo tema de sus amantes (dos cantantes de ópera) sin hurgar en la herida: solo se mencionaba una, la italiana Adela Borghi, y evitaba tratar su idilio con la otra, Elena Sanz, con la que tuvo dos hijos ilegítimos.

¿Cómo se puede ser censor franquista y escribir una novela como La familia de Pascual Duarte? Solo hay una respuesta: siendo Camilo José Cela. Sobre aquella primera novela –y obra maestra– de 1942, el primero en intentar que se adaptara al cine fue el propio escritor, que en el año 1962 mandó una carta a sus amigos Fernando Fernán Gómez y Paco Rabal cediéndoles sus derechos. Se llegó a redactar un contrato, pero las dificultades económicas y la presión de la censura acabaron con aquel proyecto en un cajón. En 1974 fructificó la adaptación de Ricardo Franco, coescrita junto con Emilio Martínez Lázaro y gracias a la que José Luis Gómez se consagró en 1976 en el Festival de Cannes. Pero incluso ya muerto Franco, la censura eliminó banderas tricolores, el himno de Riego y el discurso de proclamación de Alcalá Zamora.

José Luis de Azcárraga publicó en 1947 Botón de ancla, novela escrita durante su etapa como profesor de la Escuela Naval e inspirada en la vida y las anécdotas de los guardamarinas a los que daba clase. Solo un año después, la versión cinematográfica de aquel texto, dirigida por Ramón Torrado, se tradujo en un estruendoso éxito de público. El porte desgarbado y bromista de Fernando Fernán Gómez, el de jugoso aire simplón de Antonio Casal y la belleza viril del ligón que interpretaba Jorge Mistral se complementaban a la hora de gastarse bromas o de rivalizar por el amor de Isabel de Pomés. Aunque los patios de butacas se quedaban a cuadros con unos diez minutos finales desasosegantes y, casi en el minuto final, una muerte inesperada que provocó ríos de lágrimas en la gris y entristecida España de la época.

La carrera completa de Vicente Aranda está repleta de polémicas en torno al sexo, pero en el caso de El Lute II: Mañana seré libre (1988), segunda entrega de las andanzas del famoso presidiario del franquismo, esa controversia trascendió incluso al propio personaje: Eleuterio Sánchez. En la película, que de la fuga individual de la primera entrega pasa a desarrollarse como una fuga colectiva –El Lute va acompañado de media familia con la Guardia Civil al acecho–, es evidente que hay una relación muy especial entre el protagonista y su hermana. Tan especial y tan ambigua que los apuntes incestuosos incluidos en el guion son constantes. Pero si en la primera entrega la hermana era Diana Peñalver, en esta segunda pasa a ser Pastora Vega. Imanol Arias, el actor que hizo de El Lute, y Vega eran matrimonio desde 1984 y ya tenían un hijo.

“A todos los trabajadores anónimos como Tasio, Ceferina, Urbano… Carboneros de toda la vida. Y al pueblo de Viloria”. Así se abría, con esta dedicatoria sobreimpresionada en la pantalla, Carboneros de Navarra (1981), un corto de Montxo Armendáriz, entonces con 32 años, que además sirvió de germen de su magnífica película de debut: Tasio, de 1984. “Era un oficio normal de entonces. Pero era un oficio de pobres”, dice una mujer en esta cinta de 24 minutos acerca de la elaboración del carbón vegetal. Es entonces, en esos primeros años ochenta, un tiempo y un modo de vida a un paso de la desaparición. Armendáriz filmó el trabajo y las reflexiones, siempre en off, con su habitual compromiso con la realidad social, y le impresionó sobremanera la “filosofía de vida” de uno de ellos: precisamente Tasio, de donde saldría el personaje y el título de su primera película de ficción.

José Antonio Nieves Conde ha pasado a la historia del cine español como el director de Surcos (1950) y Los peces rojos (1955), además de las igualmente excelentes Balarrasa, Todos somos necesarios y El inquilino, todas en la década de los cincuenta. Pero su filmografía encierra otro título de enorme interés y no demasiado conocido: La revolución matrimonial, del año 1974. José Luis López Vázquez y Analía Gadé interpretan a los dos protagonistas, y han de pasar en su actuación desde lo más grotesco de las secuencias en las que son prostituta y cliente, al tono desencantado y amargado de las secuencias en el hogar. Deben ser dos personas distintas, aunque sin dejar de ser ellos mismos. La cinta está escrita por el propio Nieves Conde junto a nada menos que Rafael Azcona, partiendo de un argumento del dramaturgo Antonio Martínez Ballesteros, especialista en teatro experimental

Una comedia sobre las enfermedades de transmisión sexual, el miedo al sida y su influencia en los primeros colectivos de riesgo: homosexuales, prostitutas y drogadictos. Así es el cine de Fernando Colomo, que suele decir sobre su obra: “Haga lo que haga, siempre me sale una comedia”. El director estrenó La vida alegre en 1987 y logró inocularle su habitual espontaneidad y ese sentido del humor tan jocoso, y a la vez delicado, de otros títulos de su carrera. ¿La inspiración? La consulta que dirigía Concha Colomo, hermana de Fernando, por iniciativa del Ayuntamiento de Madrid para pacientes con pocos recursos. En síntesis, Concha se convierte en Verónica Forqué.

La novela había ganado el premio Planeta en el año 1978, y aunque La muchacha de las bragas de oro no esté considerada como una de las escrituras mayores de Juan Marsé, no deja de formar parte de la obra de uno de los nombres emblemáticos en la literatura española de la segunda mitad del siglo XX. Así que Vicente Aranda, fanático de la obra del escritor catalán, al que volvería tres veces más –en Si te dicen que caí, El amante bilingüe y Canciones de amor en Lolita’s Club–, pensó que había terreno ganado con el bum editorial para la comercialidad de la película. La nueva España de la democracia, encarnada por la insolencia, la libertad y el deseo sexual en el papel de una jovencísima Victoria Abril, se enfrentaba de esa vieja España que luchaba por reinventarse. La cinta, pese a su complejidad, llevó a los cines a 700.000 espectadores.

Eran tiempos oscuros de dictadura, pero el cine intentaba poner el color: en las pantallas, en los cartelones de la Gran Vía madrileña, en el ánimo de los españoles. Pedro Masó, maestro del cine comercial, pergeñó la idea: durante el llamado día de la banderita de la Cruz Roja, cuatro mujeres jóvenes de distintas clases sociales recorrerían las calles de Madrid mientras todo tipo de hombres se quedarían prendados de sus encantos. Concha Velasco, Katia Loritz, Mabel Karr y Luz Márquez eran las cuatro protagonistas. Junto a ellas, una deslumbrante corte de secundarios: Leblanc, Arturo Fernández, Antonio Casal, Manolo Gómez Bur, Raúl Cancio, Erasmo Pascual… Ah, y el portero del Valencia CF Ricardo Zamora, hijo del mítico guardameta del Barcelona y de la selección española.

En las películas censuradas por su contenido amoroso o sexual durante el franquismo, siempre llamó la atención la obstinación de los responsables por cortar diálogos cómicos de carácter picante, muchas veces brillantes y otras absolutamente indoloros. No solo se cebaron con el Billy Wilder pícaro y rijoso de 'Irma la dulce' (que ya de por sí se estrenó con seis años de retraso). Las obsesiones censoras alcanzaban hasta a películas tan cándidas como 'La pícara soltera' o personajes que, en el caso de Mario Moreno "Cantinflas", hacían las delicias de todos los públicos.

El día 5 de abril de 1976, 29 presos de la cárcel de Segovia lograron fugarse a través de un túnel bajo tierra que habían estado cavando durante meses. 24 de aquellos presidiarios eran miembros de ETA. Uno de ellos, Ángel Amigo, publicó dos años después 'Operación Poncho', una novela con forma de crónica en la que daba cuenta de los preparativos, la fuga y sus consecuencias. Ya en 1981, con el propio Amigo como productor y coguionista de la película, Imanol Uribe estrenó 'La fuga de Segovia', rodada en Tolosa, donde se transformó un viejo colegio en el penal segoviano.

La llegada del hombre a la Luna, en julio de 1969, sirvió como espoleta para una comedia disparatada y enormemente exitosa en la época. Apenas unos meses después del paseo de Neil Armstrong por nuestro satélite, Pedro Masó, productor, director y guionista, ya se había puesto manos a la obra con un libreto de comedia que aprovechara la fiebre espacial para llevar al público a las salas. La película, titulada sencillamente 'El astronauta' y dirigida por Javier Aguirre, se estrenó en cines en el mes de diciembre de 1970 y vendió 1,2 millones de entradas.

En su mediometaje de fin de carrera para el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, el emergente genio oscense retrató el agobio y la desesperanza para los jóvenes de una España rancia y amargada. Clara, una sirvienta en una casa de clase media, apura entre el Retiro y una sala de baile sus únicas horas semanales de libranza. El germen de lo que sería el Nuevo Cine Español ya estaba aquí.

Las reticencias que suscitaba entre los censores que se intentara hacer una película como Fuenteovejuna en medio de la dictadura de Franco eran casi obvias: la obra original de Lope de Vega es el símbolo de la unión del pueblo contra la opresión y el atropello, y los posibles paralelismos en un país en el que no cabía la libertad estaban ahí para quien quisiera recogerlos. Sin embargo, el director Antonio Román se atrevió en 1947 con ello, en una historia en la que incluso se tortura a los que no comulgan con el poder. Javier Ocaña rescata en su Anecdotario los pormenores de aquella historia.

En un tiempo en el que los cortometrajes eran en su inmensa mayoría divagaciones alejadas de la narrativa tradicional, acercamientos más para uno mismo y para su formación que para un espectador en busca de entretenimiento o emoción, José Luis Guerín, experimentador máximo entre los experimentadores, no decepcionó con sus trabajos en el formato corto, anteriores a su debut en el largo ('Los motivos de Berta', 1984). Entre aquellos cortos primerizos destaca 'Souvenir', de 1986, en blanco y negro y filmado en súper 8 mm, con fotografía de Gerardo Gormezano y del propio Guerín. En sus apenas cinco minutos, Silvia Gracia y el propio director pasean por la playa, esquivan las olas junto a las rocas, juguetean con el agua o abrazan estatuas: un no-relato en toda regla.

Durante los primeros años de dictadura siempre resultó extraño que, pese a la enorme fama del escritor Vicente Blasco Ibáñez en el extranjero, a las adaptaciones de su obra realizadas en Hollywood (de 'Sangre y arena' a 'Los cuatro jinetes del Apocalipsis'), y al hecho de ser un cineasta valenciano con novelas ambientadas en su tierra, la productora más poderosa de la época, Cifesa, radicada en Valencia y con jefes de allí, nunca hubiera adaptado alguno de sus libros. 'Cañas y barro' solo pudo llegar a la pantalla con una segunda versión del guion, de Manuel Tamayo, que dulcificaba la novela. Sobre todo porque se añadía una esencia moral radicada en el remordimiento y en la redención cristiana.

Dos superventas juntos solo podían acabar obteniendo un éxito, y así fue. Las novelas de Alberto Vázquez-Figueroa reinaban en los muebles-bar de infinidad de hogares españoles de los años 70 ('Ébano', 'Tuareg'... y, por supuesto, 'Como un perro rabioso'). Y las películas de Antonio Isasi-Isasmendi eran lo más parecido a una gran producción de acción de Hollywood que se hacía en Europa: 'Estambul 65', 'Las Vegas 500 millones'. Con guion de Juan Antonio Porto y el propio Isasi, la adaptación de 'El perro' llegó a las pantallas protagonizada nada menos que por Jason Miller, el mítico padre Karras de 'El exorcista'. Entre los papeles secundarios figuraban Marisa Paredes –esposa de Isasi– y la curiosidad de poder ver al director Juan Antonio Bardem como actor, haciendo de villano.

No era actor, pero participó en 25 títulos, entre películas, cortometrajes y series de televisión, y hasta fue nominado a un Goya. De adolescente estuvo ingresado en un sanatorio para tuberculosos, una peripecia que sirvió de inspiración para 'El año de las luces'. Se hizo amigo de Fernando Trueba, 33 años más joven, y este acabó casándose con una de sus hijas. Fue emigrante en Brasil y Venezuela, se ganó la vida como brillante dibujante de cómics y, para los conocedores, su voz de cascarrabias resultaba inconfundible. Era Manolo Huete Aguilar (1922-1999), padre de la productora cinematográfica Cristina Huete, de la diseñadora de vestuario Cristina Huete, y suegro de Trueba.

En la España de 1980 había, como es obvio, gente harta de su pareja y que no podía aguantar más una vida en común. Pedro Masó, siempre atento a los grandes temas de la sociedad de su tiempo, lo sabía bien y orquestó 'El divorcio que viene'. En un guion escrito junto con Rafael Azcona, Masó compuso una serie de situaciones cómicas, en tono casi de farsa, con la lucha de sexos como esencia. No se trataba de hacer una obra político-social que reflexionara sobre la institución. El objetivo era hacer una película popular que tuviese tirón comercial, y a fe que se consiguió, con un reparto de lujo integrado por José Sacristán, José Luis López Vázquez, Amparo Soler Leal y Mónica Randall. Tipos calzonazos y mujeres decididas para un exitazo que convocó a 800.000 espectadores.

Los Premios Feroz de 2022 han servido a muchos para descubrir a la maravillosa Cecilia Bartolomé, la más desconocida de la primera generación de directoras de cine en España. Pero hay un antecedente a esa tripleta que conformaba Cecilia junto a Josefina Molina y Pilar Miró. Tras ser actriz sin convicción durante los años cuarenta, esta fiera leonesa se colocó detrás de la cámara con una lucidez radiante ('La ciudad perdida'). Cambió de marido cuando divorciarse era una quimera en España. Coqueteó con la Cuba castrista y acabó detenida en el aeropuerto de Málaga durante la agonía del franquismo. ¿Buscaban una vida de película?

Los desgraciados fracasos consecutivos de tres de las cinco primeras (y formidables) películas de Mario Camus propiciaron que el realizador cántabro tuviera que refugiarse por un tiempo en el cine comercial de encargo. Así fue como asumió, entre 1966 y 1968, tres títulos consecutivos al servicio del cantante Raphael. Camus dignificó hasta tal punto aquellos productos populares que los tres filmes pueden verse hoy como obras particularmente nobles en lo cinematográfico (sobre todo el primero, 'Cuando tú no estás') y, desde luego, muy por encima de la media en este tipo de productos. Lo recuerda y explica Javier Ocaña, coincidiendo con el éxito de la serie documental 'Raphaelismo', en Movistar +.

Cuando debutó en el cine con 'Juventud drogada' (1977), exponente iniciático de lo que acabaría llamándose "cine quinqui", José Luis Pacheco ya había sido campeón de España de boxeo, había pasado por la cárcel, formado parte de la Legión e integrado una pandilla de delincuentes de barrio madrileño (apodados Los Ojos Negros) que acabaría apadrinando a un joven Camilo Sesto y velando por su seguridad. Por entonces también había escrito un libro de memorias, precisamente durante su estancia en prisión, de título poco amigo de lirismos: 'Mear sangre'. Javier Ocaña repasa esta figura singularísima, con ocho películas en su filmografía.

Inspirándose en la vida y los últimos días de Francisco 'Quico' Sabaté, anarquista miembro del maquis, la lucha de la guerrilla antifranquista tras la finalización de la Guerra Civil Española, 'Y llegó el día de la venganza' abordó un periodo y una figura que la dictadura deseaba obviar o, en todo caso, tratar de otro modo: como a bandoleros criminales en lugar de combatientes. El filme, bellísimo en su estética, sólido en su narración e interesantísimo en sus conflictos morales, fue no ya censurado, sino fulminantemente prohibido en España. No podría verse en los cines hasta 1978, 14 años más tarde de su presentación internacional.