— Y hoy, ¿está el gremio tan mal como dicen?
— Antes también era muy difícil hacer películas. No había ayudas públicas y, desde luego, no para el cine comercial. Siempre he creído que habría que subvencionar, más que al proyecto, al espectador: que se le ayude a pagar la entrada. Echo de menos lo que veo en los Óscar, donde todos se llevan mal a rabiar, pero trabajan juntos por crear industria y espectáculo.
— Se concedió un largo descanso del cine.
— Y al volver encontré un mundo en el que la cámara era mucho más pequeña. En mis tiempos, el negativo costaba un dineral, por lo que ni se podían repetir las tomas ni podíamos ver la proyección hasta el día siguiente. Para entonces, sobre todo si habíamos cambiado el escenario, había que dar por válido lo del día anterior. Eran tres semanas de rodaje y una de doblaje, quizá. También veo que se han unido la televisión y el cine: la cámara y los equipos son los mismos, cuando antes eran lenguajes muy diferentes. Y los focos, ¡cómo se sudaba! Pero también daban calor, gracias al cual sabíamos dónde nos teníamos que colocar para que nos diera el punto justo de luz. Era más misterioso.
— ¿Se puede conservar el misterio cuando se ruedan, como le ocurrió, hasta cinco películas por año?
— Eso era oficio. De otra manera no habríamos logrado alcanzar aquel feeling entre nosotros. Muchos elencos se repetían. Mariano [Ozores] sabía muy bien lo que quería y tenía a sus actores en dicha. Hoy no veo grandes personajes de reparto, pero entonces, sí: había unos secundarios increíbles que enriquecían la historia.
— ¿Es cierto que se medían los tiempos, para no crear rivalidades entre Andrés Pajares y usted?
— Desde Los bingueros (1979) fuimos muchas veces los, los, los. Pero llegamos a Yo hice a Roque III (1981) y claro, ahí solo había uno, que era yo. Para que nadie se sintiera mal, en los carteles pusieron el nombre de Pajares encima, a la derecha, y el mío, abajo. Veíamos la película y parecía mentira: contábamos con la misma cantidad de planos cortos, medios y largos. No era cosa nuestra, salía de Ozores.