La delirante ‘tlompeta’ de Javier Fesser
Nadie hacía cortos así. De hecho, nadie había hecho nunca cortos así. Pero, ¿así cómo? Con ese desparpajo, ese humor socarrón, unas situaciones (entre el surrealismo y la cotidianidad más absoluta) convertidas en espectáculo visual. Era Javier Fesser, que tras un primer apunte que ya fue un triunfo, Aquel ritmillo (ganador del Goya en 1993), alcanzó aún mayor precisión y desmesura, valga la paradoja, con la desternillante pieza El secdleto de la tlompeta. Esa pieza obtuvo en 1995 una mención especial del jurado en el Festival de Clermont-Ferrand, algo así como el Cannes del corto.
La imaginación de Fesser era desbordante: tan inspirada en el tebeo clásico español como en su cabeza privilegiada con las situaciones y frases para el recuerdo, en el dibujo animado estadounidense como en delirantes personajes de una chocante hermosura. Y llevaba a aquel corto hasta un territorio casi cercano al western, aunque protagonizado por un gordo grandote (Nacho Pinedo) con dos bombonas de butano al hombro. La pieza, de poco más de un cuarto de hora de duración, poseía además una narrativa al margen de cualquier convención, donde los gags se atropellaban los unos a los otros en una suerte de libérrimo relato.
Fesser había abandonado su carrera de ingeniería para intentar aprender Imagen y Sonido en la facultad. Tras un periodo como realizador de spots televisivos llegaría al largometraje en 1998 con el no menos disparatado El milagro de P. Tinto. El giro se produjo más tarde con la sorprendente Camino, Goya a la mejor película en 2008, muy alejada de sus trabajos anteriores. En 2018 repetiría ese mismo galardón con Campeones, su última obra hasta el momento.