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21-06-2021

#ElFaroenAISGE

 

Una visión íntima y por escrito de las mejores entrevistas de Mara Torres en las madrugadas de la Cadena SER

 

 

 

Inma Cuesta, la niña que con tres años se subía a las mesas para cantar

 

 

                     

Un evocador recorrido vital junto a la protagonista de 'La novia': del arroz con leche de la abuela a una casete con 'Il mondo' o esa tienda de ropa en la que trabajaba cuando la escogieron para 'Hoy no me puedo levantar'

MARINA GARCÍA DIÉGUEZ (@marinagdieguez)

@elfaroSER @maratorres_
 

“Dulce Chacón siempre decía que lo difícil de un sueño no era conseguirlo, sino identificarlo”, dice Mara Torres. La actriz Inma Cuesta asiente, convencida. Llega caminando parsimoniosa por los estudios de la Cadena SER, pero de pronto se sienta, mira a cámara y esa mirada conecta con todo, ordena los astros y los vuelve a desordenar al momento. La cámara la quiere porque sabe identificar sus rasgos, se produce la comunicación, la magia y el lenguaje de la imagen. Impresiona su belleza con ese fondo en los tonos del atardecer. Coge aire y dice: “Totalmente, yo estoy muy atenta siempre a lo que quiero, a saber lo que sueñas. Para mí, mi oficio va más allá que un trabajo, es una manera de entender la vida”. Están en ella todas las preguntas que le dejan sus personajes, las diferentes maneras de ver el mundo. Porque Inma Cuesta tiene, casi antes que cualquier otra cosa, los pies en la tierra, las cosas claras, la cabeza muy bien puesta en su sitio. Por eso sonríe orgullosa, segura, cuando dice que en su pueblo aún es La Hija del Tapicero. En los orígenes está la reflexión.

 

 

Lo tuvo claro. Ella tuvo claro que cuando escuchaba sus sueños la interpretación era la respuesta. Es una de esas artistas que desde la cuna aprendieron a expresarse con el arte casi antes que con las palabras. Ríe contando cómo su madre la recuerda subida a las mesas de casa con tres o cuatro años recitando o cantando. ¿Cuántos niños habrán empezado así? Pero en aquello Inma Cuesta, seguramente sin saberlo, estaba haciendo ya una elección. Ese era su camino. ¿Qué pensaría la niña que fue si la viese ahora? Desde que empezó en el musical de Hoy no me puedo levantar –hizo el casting mientras trabajaba en una tienda de ropa– a La novia, la adaptación de Bodas de sangre de Lorca por Paula Ortiz; a La voz de dormida o a 3 bodas de más, sus tres nominaciones a los Goya, no ha dejado de crecer. En las tres películas ocurre la misma magia que cuando esta noche la cámara la espía mientras conversa con Mara, algo inexplicable que solo tiene alguna gente. Tiene, además, en la pausa y en los modos de hablar una calma y una fuerza innata que convergen.

 



 

También cantaba y aún lo hace. Ahora, acaba confesando, también está escribiendo. Recordamos, mientras habla de su infancia, la escena de La novia en la que se lanza a cantar La tarara en medio de la boda y un hilo que une cine y cante consiguen que la gravedad desaparezca. Te quedas escuchándola como si levitaras, y ocurre que te metes, más si cabe, en esa historia de amor y desamor, también de muerte, que es una de las obras cumbre de nuestra literatura. Como dice en uno de sus versos: “El más terrible de todos los sentimientos es el sentimiento de tener la esperanza muerta”. Y cuando esta Gataparda se deja mecer por la madrugada vienen los pájaros a montar un nido de esperanza.

 

 

Inma es la mayor de tres hermanos que se criaron en Jaén: ese acento la delata. Recuerda los veranos de su niñez en un Seat Panda rojo, viajando del pueblo andaluz de Arquillos a Valencia y escuchando una cinta de clásicos italianos donde sonaba Il mondo, de Jimmy Fontana. “Con el tiempo me di cuenta por qué me emocionaba tanto, me llevaban a esa cinta y a esos viajes interminables en familia”, explica. Fue solo con el paso de los años cuando entendió por qué siempre que sonaba esa canción se le erizaba la piel. Era la banda sonora de ese coche en los años de la infancia en los cuales se crea todo lo que con el tiempo seremos. Es curioso cómo una letra o una melodía nos conecta con un momento de nuestra vida casi de forma instantánea. Se encuentra Inma Cuesta sorprendida y le pregunta gesticulando a Mara: “¿De dónde sacas esto?”.

 

 

Entre las cosas que evocan su infancia está también un arroz con leche. Llega el olor casi al estudio. “Mi abuela, la madre de mi madre, cocinaba siempre arroz con leche. El día que murió dejé de comerlo y mucho tiempo después comí el de la abuela de una amiga y de repente me puse a llorar como una magdalena”, relata. Ese vínculo tan potente la conectó con alguna forma con ella y también con su madre, a la que con los años ha aprendido a ver “de mujer a mujer” y a entender mejor. “Es una mujer que ha tenido que enfrentarse a muchas batallas, me tuvo con 24 años, es una guerrera”, explica. “Ella aprendió a ser madre mientras yo crecía, hay una admiración profunda a su manera de recuperarse de muchas cosas que le han ocurrido”, explica.

 



 

Ha escogido como sobrenombre La Bruja porque tiene ciertos dones, y ríe de nuevo. Alguien que siente que le ha tocado “la lotería en la vida” por todas las cosas que han ido ocurriendo como capítulos vitales, por todos los personajes que le han hecho cuestionarse la realidad, cambiar su propia mirada, preguntarse quién es. Hay algo que no ha cambiado: Inma Cuesta convertida en mujer es aún la joven que convenció a sus padres para estudiar arte dramático, la que con tesón terminó su contrato en la tienda a pesar de que ya había pasado los castings para su primer musical. Es también la persona que elige la amistad como faro de su vida, porque es un vértice central para ella, porque ahí ha encontrado sentido a muchas cosas. Como cuando es domingo y la nostalgia acecha, llamando a la puerta, y tú sabes perfectamente a quién llamar y, mejor aún, quién cogerá siempre el teléfono.

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