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19-04-2024

 

Elisa Hipólito

“Los artistas más grandes nunca te hacen sentir pequeña”

 

Criada entre cajas y atrezzo, debutó en los escenarios con solo 10 años y ahora suma cuatro al frente de Grease. Las tablas adquiridas con este del musical le abrieron las puertas de la gran pantalla: imposible ya olvidarla como la profesora de 'Campeonex'

 

PEDRO DEL CORRAL

Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha

Elisa Hipólito lleva en la sangre el gen del teatro. Nació con él hace apenas 22 primaveras, pero el amor que siente por el oficio es propio de una persona bastante más mayor. Habla con tanto cariño, deseo y fascinación sobre las tablas que pareciera llevar toda la vida subida a ellas. Y en realidad no vamos tan desencaminados: desde que tiene uso de razón, sus padres, Carlos Hipólito y Mapi Sagaseta, siempre se la llevaban consigo a los estrenos y la dejaban entre bambalinas, justo donde nace la magia. Y allí, entre cajas y atrezzo, aquella niña entusiasmada comenzó a reconocerse en los personajes que interpretaban sus progenitores. Algunos eran aún demasiado complejos para ella, pero se los iba guardando en el pecho de cara al futuro. Hasta que sucedió lo (casi) inevitable: con 10 años se subió al Coliseum de Madrid para dar vida a una de las hijas del Capitán Von Trapp en Sonrisas y lágrimas.

 

“El mejor consejo que me dieron fue que tuviera paciencia. Esto es una carrera de fondo y, como tal, lo importante es estar. Puede que un día esté haciendo un protagonista y al mes siguiente, una figuración. No pasa nada: solo quiero permanecer”, explica con rotundidad. Se intuye que, desde bien pronto, ha aceptado la profesión tal y como es. No anhela un éxito inmediato, sino ir labrando un camino basado en la formación que le permita seguir superándose. Así, poco a poco –y clases de danza española y rock acrobático mediante–, llegó al musical con el que aún sigue recorriendo España: lleva cuatro temporadas al frente de Grease, el proyecto que ha insuflado aire a su trayectoria. Está encantada de hacer suyo un clásico como ese. La experiencia adquirida también le ha abierto las puertas a otros desafíos, como la aplaudida Cecilia de Campeonex (2023). Javier Fesser encontró en ella la pureza y el arrojo que requería la nueva entrenadora. 

 

– ¿Cuándo se dio cuenta de que quería seguir los pasos de sus padres?

– Es curioso porque, al principio, cuando salían en la televisión, yo prácticamente no les prestaba atención. Lo tenía tan normalizado que no le daba valor. Sin embargo, hubo un momento en el que cambié de actitud: nada más empezar a practicar baile, les pedí que me llevaran al teatro. Recuerdo acompañarles a los preparativos de Follies, en el Español, y darme cuenta de que ese era mi lugar.

 

– ¿Ha aprendido mucho de ellos?

– Sobre todo, me han dado una perspectiva de la profesión que nunca hubiese podido adquirir de otra manera. Conozco a fondo este oficio, incluido lo difícil que es, y aun así he decidido apostar por él. En casa se respiraba cine, música, literatura… Mi padre es puro teatro. Es quien más me ha inspirado. Es verdad que he cursado estudios en danza y piano, pero lo que me han enseñado ellos no se transmite en las escuelas. 

 



– Su primer papel fue el de Marta en Sonrisas y lágrimas. Tenía 10 años y cada semana se ponía frente a 1.200 butacas en la Gran Vía de Madrid. Qué locura, ¿no?

 

– Fíjate, a pesar del temor que podría haberme causado algo de esa envergadura, jamás tuve una sensación de responsabilidad enorme. Iba a divertirme, sin darle más vueltas al asunto. Lo que sí me impactó fue el casting: colocarte frente a cuatro personas y cantar con un teatro vacío y un foco iluminándote es para salir corriendo. Tenía miedo al rechazo, pero esta es una sensación que va a perseguirme siempre. Por ello, hay que tener una salud mental de hierro. Y perseverar.

 

– Lo siguiente fue instruirse en danza clásica y contemporánea. ¿Fue decisión suya?

– Sí, la compaginé de maravilla con el colegio. Incluso puedo decir que, si no lo hubiera simultaneado, mis notas hubiesen sido peores. Me ayudó a organizarme mejor. Todo aquello lo sigo poniendo en práctica hoy, por eso quiero seguir estudiando y no dejar de acumular conocimientos. 

 

– Es muy disciplinada.

– Sin duda. El trabajo me hizo madurar más rápido. Y no lo digo desde un punto de vista negativo, al contrario. Desde pequeña he presenciado reuniones donde se hablaba de contratos y salarios y me pusieron los pies en la tierra. 

 



– A Billy Elliot llegó un lustro más tarde. ¿Notó diferencias?

– Esta obra se me presentó de casualidad. Durante una comida con amigas en la que estaba el director David Serrano, él me pidió que cantase una canción. Lo hice lo mejor que pude y, a los meses, llamó a casa para preguntar en qué punto estaba. Me propuso hacer una prueba y… ¡me cogió! Aquí empecé a sentir un poquito más la responsabilidad que comentaba antes. Si me ponía enferma de la garganta, tenía que actuar igualmente porque el público había pagado su entrada. Y, además, debía hacerlo con idéntica energía. Parece imposible, pero el escenario te resetea. Hay algo curativo en él. Me hace sentir bien.

 

– ¿Cómo es compartir secuencias con su familia?

– Me hace ilusión. No solo porque sea mi padre, sino porque es un referente. Aparecer en escena con él es un regalo. Una de las cosas bonitas que te ofrece esta profesión es currar con colegas a los que admiras. 

 

– Grease le ha dado numerosas alegrías. ¿No le impuso respeto recrear un título tan icónico?

– Claro. Piensa que hay quienes vienen a las funciones con las chaquetas de las Pink Ladies, lo que quiere decir que tienen una idea clara de lo que esperan encontrar. En este montaje hemos apostado por añadir detalles, y los están acogiendo con pasión. En mi caso, la Marty que abordo tiene un punto más cómico y alocado que en la película.

 

– Lleva cuatro temporadas encarnándola. ¿Cree que ha evolucionado a la par que usted?

– Por supuesto. El personaje que estrené no es el mismo que el que está ahora girando. Y eso es interesante porque demuestra que no te repites. Y que, cada cierto tiempo, le añades un matiz distinto. 

 

– La juventud sigue siendo uno de los focos de interés tanto en series como en filmes. Así lo han reflejado Merlí, Élite, Skam o Euphoria. ¿Los jóvenes se sienten bien representados en la ficción?

– Depende. Yo, por ejemplo, veo mis valores defendidos en Merlí. Es fundamental que cualquiera pueda verse reflejado. En esta serie naturalizaban discursos que, por desgracia, aún no lo están en la sociedad… lo que ha supuesto una labor de sensibilización clave.

 

– Su primera incursión en la pequeña pantalla fue Vota Juan. ¿La acogieron bien?

– Una vez más, fue David Serrano quien me propuso hacer un papel pequeñito. No hizo falta que me explicara más: acepté. Era mi primer contacto con un rodaje real y no podía dejarlo pasar. Aunque tenía tres frases, me sentía la adolescente más afortunada del planeta. De repente, me vi al lado de Javier Cámara y me di cuenta de la suerte que tenía. Me recibieron de lujo, no sentí que llegase de nuevas. Y eso es precioso. 

 

– Al trabajar con nombres de semejante bagaje, ¿temió no estar a la altura?

– En este caso tenía clarísima cuál era mi posición. Sabía dónde estaba y, en consecuencia, intenté dar el máximo. Fue una experiencia preciosa en la que averigüé que los más grandes nunca te hacen sentir pequeña.

 

– Antes de llegar a Campeones, ¿había visto la primera parte?

– Sin duda, era la fan número 1. La vi siete veces y cada vez me flipaba más. Hasta ese momento no había tratado con nadie que tuviese una discapacidad. Y, con confianza, me adentré en un universo al que nos deberíamos acercar más. No entendía por qué había permanecido oculto. El cine tiene un poder enorme para cambiar la mente. El día que llegué al plató, Alberto Nieto me dijo: “Antes del estreno, en la calle ni me miraban ni me dirigían la palabra. Después, por sorpresa, comenzaron a acercarse y a pedirme fotos”. Es un claro ejemplo de lo que ha logrado Javier Fesser.

 

– Entonces, no dudó en presentarse a la audición.

– Fueron dos fases que disfruté con nervio y emoción. Me apetecía tanto formar parte del elenco que, cuando me cogieron, me explotó la cabeza. No me lo podía creer. Me quedé un rato en el sofá asimilando la noticia. 

 

– ¿Sintió vértigo al saber que iba a sustituir a Javier Gutiérrez en el rol de entrenador?

– Bastante. El trabajo que hizo fue impresionante. No obstante, cuando arrancamos los ensayos, se me empezó a pasar. El director me dejó bien claro que mi personaje no era heredero del de Javier y que, por consiguiente, podría crearlo desde cero. Para construirlo, tiré de él. El guion estaba tan bien escrito que casi no tuvimos que tocarlo. Además, contamos con un entrenador de atletismo real del que tomé ideas. 

 



– A buen seguro, este habrá sido el proyecto que le esté reportando más popularidad hasta ahora. ¿Cómo la ha digerido?

– He podido vivir la de mis padres previamente, lo que me dio las herramientas suficientes para mantenerla a raya. Que haya gente que te pare o te escriba para contarte su historia me pone los pelos de punta. No lo he experimentado aún demasiado, pero hasta ahora me ha hecho sentir bien. 

 

– ¿Encontró en ese rodaje lo que esperaba del séptimo arte?

– Mucho más. Y todo bueno. Campeonex tiene algo que el resto no. Hubo un amor especial por parte del equipo que convirtió la grabación en algo único. Tengo ganas de seguir explorando este tipo de cine. Me gusta aquel que actualiza la mirada del espectador y te descubre realidades que no te habías planteado.

 

– ¿Qué ve cuando se mira en el espejo?

– A una chica que está cumpliendo su sueño y a la que le quedan retos que superar. Estoy satisfecha. Qué más puedo pedir. 

 

– ¿Ser la ‘hija de’ es una ventaja o una desventaja?

– Lo primero. De hecho, me encanta serlo. Soy la hija de Carlos Hipólito y me siento orgullosa. Quiero confiar que el enchufe no funciona. 

 

– ¿En qué se parecen?

– Cuando nos enfadamos, tenemos mal genio los tres. También nos pasa con la generosidad. Utilizo mucho esta palabra, pero me parece esencial serlo.

 

– ¿Qué proyecto de ellos le hubiese gustado protagonizar?

– Vis a vis. Recuerdo ir a algún rodaje y quedarme embobada. Quería ser tan mala como Najwa Nimri. Por aquel entonces, me pareció que en España no se había hecho nada parecido.

 

– ¿Y hay algún personaje que no aceptaría bajo ningún concepto?

– No. Lo grandioso de esta profesión es empatizar. Así que, cuantos más haga, más profundizaré. Y, por supuesto, más enriqueceré mi bagaje.

 

– ¿Qué le ofrece la interpretación que no le proporcionan otras manifestaciones artísticas?

– Esa posibilidad de ponerme en la piel de otro. Y un rigor. Siempre se dice que el mundo del arte es caótico, pero yo creo que se trata de un caos disciplinado.

 

– ¿Ha pensado dónde querría estar de aquí a 15 años?

– Es difícil contestar, pero me conformo con llegar a ser una mujer que trabaja en lo que le hace feliz. Hay compañeros que no han podido, así que conseguirlo sería un triunfo.

 

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