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28-04-2014



Elvira Mínguez


 
“Reclamo historias que nos ayuden a pensar libremente”


 
Cercana en la palabra y algo más seria, de tan respetuosa, en el gesto. Ciertamente inquieta. Dibujante de garabatos y escritora de la vida



FRANCISCO PASTOR
Siente que la mayoría de sus papeles han sido secundarios, aunque Elvira Mínguez se sabe una actriz afortunada. No en vano su paso por el largometraje coral Tapas le valió un Goya, un galardón que se veía venir desde su primer trabajo en el cine, Días contados, que ya la llevó hasta la gran fiesta del cine español en calidad de nominada. Como protagonista, tampoco puede lamentarse demasiado: es el rostro de Clara Campoamor para toda una generación y una de las cuatro cabezas de cartel de Los abajo firmantes, una de las películas nacidas al calor de la célebre, aunque añeja, oposición a la guerra de Irak.
 
   Después de dos décadas cautivando al público del cine español, la intérprete aprendió a colarse en millones de casas, una noche a la semana, gracias a El tiempo entre costuras. Quién sabe si fue allí donde empezó a esquivar a quienes desmerecen la cultura popular. Con 48 años a sus espaldas y un hijo al que se refiere como “el pequeñajo”, sus inquietudes están más cada día más cerca del mundo que le rodea. Cuando la indignación le sobrepasa escribe en su blog (elviraminguez.com) o se sienta a expresarse dibujando garabatos. Se la intuye exigente consigo misma en lo que respecta a su trabajo, aunque no duda en referirse a este como eso mismo: un oficio que se aprende, se ejerce y que dejará marchar cuando corresponda.
 
 

En el papel de Clara Campoamor

En el papel de Clara Campoamor

 
 
– ¿Suelen decirle que parece una mujer dura?
– No mis amigos personales ni la gente que me rodea, aunque sí lo hace, a veces, el público. A los actores se nos recuerda mucho por nuestro primer personaje y el mío era militante de ETA, así que lo entiendo.  
 
– ¿Hoy es más o menos crítica que cuando ayudó a escribir ‘Los abajo firmantes’, con Joaquín Oristrell?
– Creo que sí, que cada vez más, según voy cumpliendo años. Luego está lo de haber tenido un hijo, que me ha vuelto más consciente de los problemas que hay a mi alrededor. En todo caso, entonces hacíamos una crítica a la guerra y a la mentira. Las circunstancias hoy aprietan mucho más, y la gente que está en la calle y acampando en las plazas está ahí no tanto como lo hicimos con lo de Irak, sino defendiendo derechos fundamentales. 
 
– ¿Hay alguna convicción que aprendiera interpretando a Clara Campoamor que no tuviera de antemano?
– Aprendí mejor quién era ella y, también, aprendí de ella. Fue una inmersión en una mujer fascinante y por eso me asombró muchísimo lo poco que se la conocía. La directora, Laura Mañá, pasó por el Congreso de los Diputados buscando localizaciones; y aquella mañana estaban allí los alumnos de un colegio, así que se detuvo para preguntar a los niños si sabían quién era Clara Campoamor. Ni siquiera la profesora pudo responderle. Siento que hay un interés en que las historias como la suya se queden en la sombra, y que es por cosas como esta por las que vamos siempre tan despacio cuando se trata de la mujer.
 
 

 
 
– “Somos un pueblo culto gracias a otras generaciones que, si levantaran la cabeza, no entenderían nada de lo que estamos haciendo”. Esto lo escribe usted, en su blog.
– Es que lo creo. Me asusta mucho lo que estamos viviendo. También en la ficción existe una tendencia a infantilizar los contenidos. Los personajes representan el bien y el mal con una simplicidad aplastante, sin aristas ni trasfondos. Me recuerdan al primer teatro profano. Parece que intentan llegar a la gente a través de la mediocridad y no del ingenio. Yo soy, sobre todo, espectadora. No me considero más culta que nadie y me ofendo al encontrarme ciertos contenidos. Reclamo historias que nos ayuden a pensar libremente, que nos emancipen.
 
– Las obras que nos hablan del pasado, por su parte, no dejan de triunfar. ¿Por qué cree que gustan tanto?
– No soy de las que piensan que todo tiempo pasado fue mejor, pero quizá tendríamos que preguntarnos por qué no se escriben tramas profundas y reflexionadas que nos hablen del presente. Hay que revisar con ánimo crítico tanto un tiempo como otro. El pasado hay que contemplarlo y aprender de él, pero mirándolo siempre como lo que es: pasado. La actualidad es otra cosa, y hay que vivirla con sentido de futuro. Es nuestra obligación que el mañana sea mejor.
 
– Su primera vez en el cine le valió una nominación a los Goya. ¿El resto del camino ha estado a la altura de las expectativas?
– [Ríe] ¡Para nada! Como todo en esta vida, imagino, pero sí me siento una actriz muy afortunada. He tenido buenos proyectos y buenos personajes. Claro que a veces me acuerdo de aquellos sueños y pienso: “¡madre mía, qué sabría yo!”. Suelo acudir mucho a esa parte de Lawrence de Arabia que nos decía que el destino no existe, porque es lo que hacemos con él, y yo pienso que la vida es mejor cuando te sorprende. Ahora, ¿qué es un Goya? Debra Winger se quedó sin trabajo en cuanto se hizo con el Oscar.
 
 – Pero sí consiguió uno con la costumbrista ‘Tapas’. ¿Ha cambiado el cine español desde entonces?
– Diría que ha cambiado porque ahora, prácticamente, ¡no hay! Tapas es Tapas, y es irrepetible como lo es cada obra, pero si no se hacen películas así es, simplemente, porque ya no hacemos películas. Llegamos al punto de que, cuando un título español entra en escena, lo celebramos como algo excepcional. Me aturde pensar en todo lo que está pasando en el mundo de la cultura. No entiendo nada.
 
 

 
 
– Y del extranjero, ¿qué experiencia guarda? Ha trabajado, nada menos, a las órdenes de John Malkovich.
– Con él afronté, sobre todo, estar junto al talento. El talento a lo bestia. Se notaba que era actor en que nos miraba más a nosotros que a la cámara y se nos anticipaba en todo. Fue un curso de arte dramático, de sol a sol, durante 17 días de rodaje. Con todo, es cierto que saqué conclusiones más concretas de otra obra extranjera, El misterio de Wells. Aquello me impresionó porque la maquinaria era inmensa; y no hablo de la producción, sino de la narrativa. En mi carrera han abundado los personajes secundarios (o personajes calzo, como los llamo yo), y allí estos están cuidados al detalle. Todo el equipo de la película está pendiente del papel más pequeño, porque hasta el último aspecto encaja con el resto en un engranaje. Es increíble, y eso sí que es lo que nos deberíamos traer de allí.
 
– A partir de revelaciones como ‘El tiempo entre costuras’, ¿qué tiene más mérito, gustar a unos pocos o gustar al país entero?
– ¡Gustar al país entero, sin ninguna duda! Siempre se ha considerado a la televisión el hermano pequeño del cine y, por suerte, cada vez demostramos más que la pequeña pantalla no es un género literario menor. El espectador de un medio y otro son igual de respetables. Es mi opinión, es una convicción muy personal. Se me ocurre algún que otro adjetivo cuando pienso en según qué actitudes. No soy buena amiga de los juicios y no me gusta que se juzgue al público. ¿Qué es la cultura? Me pregunto quién es nadie para decidir qué es cultura y qué no. 
 
– Y ‘Hermanos’, la última producción en la que se ha metido, ¿gustará a los unos, a los otros o a todos?
– Me temo que no lo sé, porque todavía no he visto ni el primer capítulo y no sé cuándo llegará al público. Imagino que estará esperando un buen momento, o esperando a la publicidad, como ocurre con estas cosas. Sí puedo decir que está muy bien hecha, bien dirigida y que es un trabajo espléndido. No es fácil, pero es muy buena. Dicen que es a partir del tercer episodio cuando se intuye si una serie funciona, aunque con El tiempo entre costuras lo supe desde la primera entrega. Me pilló con Adriana Ugarte en el FesTVal, en Vitoria, y mientras la veíamos se lo dije: “Adri, esto va a arrasar”.
 
 

 
 
Madre, actriz y firmante. ¿Cuánto hay de usted en cada cosa?
– ¡Todo de todo! Soy yo, no se separan y, según pasa el tiempo, se van mezclando más. Aprovecho de una cosa en la otra, porque a la hora de elaborar un personaje solo me tengo a mí misma, mis recursos y mis vivencias.
 
– También pinta y escribe. ¿No son cualidades que se esperan más al otro lado de la cámara?
– Creo que todas las cosas, desde crear hasta interpretar, son maneras de expresarnos y de narrarnos. A la literatura llegué porque soy toda una rata de biblioteca, y un día los libreros de Méndez, en la calle Mayor, me animaron a apuntarme a clases de escritura creativa. Iba muchísimo a su tienda y un día les dije que creía que no sabía leer como era debido, y me dijeron que así aprendería. Pintar, más que pintar, garabateo, aunque sí estuve un par de años matriculada en Bellas Artes.
 
– Y como artista, ¿cuál es su lucha?
– Desde luego, los cambios en la sociedad no pertenecen solo a los artistas. ¡Es demasiada responsabilidad! Quiero creer que todos somos capaces de empatizar y sentir compasión por los demás. El cambio debe partir de cada uno, y yo soy persona antes que actriz. Vivo la interpretación ni siquiera como una vocación, sino como un oficio, y mi causa es otra. Lucho en el frente de la vida, de la edad y del paso del tiempo. Digo sí a las arrugas y a dejar de ocultar la vejez, que es lo que aprendí de quienes vinieron antes que yo. Me valgo de mí misma para mover a la sociedad a que sea menos machista, pero esa batalla la tiene que librar el artista como la tiene que librar el fontanero.
 
 

 
 
 
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