“Los actores me dirigen a mí”
Cuando empezó en esto, Martínez Lázaro tenía la idea de que el director llevaba a la pantalla lo que surgía en su cabeza. “Y así partía yo: moldeaba al personaje hasta llevarlo a ese terreno. Y normalmente, donde lo llevabas es a un terreno seco, infértil”, recuerda. Pronto se dio cuenta de que le resultaba más productivo dejar a los actores que le dejen contar su vida interpretativa (y a veces, la otra), para llegar adonde ellos puedan desarrollar su talento al máximo. “En lugar de ser un estorbo, les ayudo en esa dirección. Encontramos puntos comunes. Así se aprovechan al máximo. Si hay algo desde hace unos años que tienen en común mis películas, es eso: los actores están bien. Les escucho mucho, pero hablo menos, o hablo sin incidir directamente en su manera de hacer”.
– ¿Así descubrió a Rovira?
– Es que él nunca había hecho ni cine ni teatro, solo monólogos. Lo hacía perfectamente, pero interpretar a un personaje no tenía nada que ver. Y en los ensayos, pasamos de esperar una respuesta mía (es lo que él tenía en el teatro, con sus monólogos y el público) a resolver solo. En dos minutos había pillado todo. Con Clara Lago también trabajé mucho, en el sentido de llevarlo todo a lo simpático: su personaje era una manipuladora mala que luego resultaba amable.
– ¿Y qué tal, a sus ojos, la relación entre dos actores nuevos?
– Perfecta, una química que salta a la vista. A Clara Lago le hacía mucha gracia Dani, y él hacía de todo para hacerla reír. Y lo aproveché. Por eso digo que los actores me dirigen a mí. Aunque están toda la película discutiendo en sus papeles, se palpa un feeling detrás que se nota. Hay veces que ella llega a reírse de lo que hace él.
– O sea, que usted aprovecha al máximo al actor.
– Así es. Y todavía les empujo un poco más.
– Karra Elejalde llena solo la pantalla.
– Tenía muchos recelos ante la historia. Es un vasco antiguo, y no entendía, por ejemplo, que en una manifestación radical haya personajes tan simples, cantando Euskadi tiene un color especial. Resultaba muy fuerte para él. Pero empezamos a leer el personaje. Insistía en que su personaje era del PNV. “Ya lo sé, por eso el barco se llama Sabino III”, le decía yo. Y, en estas, se le escapó una confesión decisiva: su padre, un vasco recio puro que apenas sabía hablar castellano, decía cosas como “casualidadmente”. Y al incrustar esos diálogos en el guion, se vio convencido.
– Y de Karra sale un personaje tan redondo como divertido.
– Sí, la gracia sale de la forma de hablar del personaje, que tenía mucho del padre de Karra Elejalde. Un ejemplo más de que el actor me dirige a mí. A mí no se me habría ocurrido jamás. Se demuestra más que los actores son personas a las que escuchar.
– ¿Hay algún director que no escucha?
– Otto Preminger tenía fama en Hollywood de dar latigazos: dirigía a gritos. Como Luis Lucia, que firmó las primeras de Marisol entre otras. Todo a grito pelado, desde que entraba hasta que salía. Yo me paso el rato haciendo bromas, para que la gente disfrute. Se trata de no imponer. Les dejo que se muevan a su antojo y decidan adónde van. Y en este caso, incluso los secundarios son unos pedazos de actores. De Aitor Mazo (ya había trabajado con él en La voz de su amo) a Lander Otaola, el de la herriko taberna.
– Como Carmen Machi.
– También me guió ella. Leyó el guion y aceptó. Y eso que no tenía fecha de salida. Su personaje era como de Maribel y la extraña familia: “Mira estas señoritas, qué simpáticas”, y resultaban ser putas. Un personaje de la vida, que vive su vida extraña en el País Vasco y fuerza todo desde el primer momento.