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24-03-2025

#MiVidaEnPelículas

 

Más de cuatro décadas atrapados bajo el hechizo de Emma Suárez

 

La actriz madrileña rememora con más humor que melancolía su amor a un oficio que le ha costado un esguince crónico, en el que aprendió de Fernando Rey, Julio Medem o Elías Querejeta y acabó sintiendo el latido en el pecho de Pilar Miró

EVA CRUZ (@evamasymas)

(Texto y fotos)

Aparece ante la sala llena de público del espacio de Ámbito Cultural en El Corte Inglés de Callao, para grabar junto a la periodista Andrea G. Bermejo el podcast Mi vida en películas de Cinemanía y la Fundación AISGE. Luce un traje pantalón en color camel, camisa negra y sombrero a juego sobre una media melena muy rubia. Y no se quitará el sombrero, como si formara parte de su personaje del día y que responde con precisión al perfil que traza Bermejo: una actriz intuitiva, misteriosa, de gran calidez, que se ha ganado el cariño del público. Lo que no sabe este público es que Emma Suárez les va a arrancar carcajadas a lo largo de toda la entrevista del pasado jueves 20 de marzo. ¿Será posible que la artista madrileña, después de más de medio centenar de películas, no haya hecho tantas comedias como merece su sentido del ritmo cómico y su gracia natural?

 

Lo que resulta evidente desde el primer momento es su inteligencia y conocimiento y respeto por el oficio (“lo que más me gusta hacer”). Es cierto, como afirma la periodista y anfitriona, que repasar la filmografía de Emma Suárez supone encontrarnos con algunos de los títulos imprescindibles del cine español, empezando por su debut en Memorias de Leticia Valle (1979), con 14 años, y hasta llegar a su reciente arquitecta y madre con problemas de alcoholismo en Desmontando un elefante, la ópera prima de Aitor Echevarría (“una película que hubiera merecido más repercusión y mayor respuesta.”).

 

 

Al casting de Memorias de Leticia Valle, dirigida por Miguel Ángel Rivas y basada en la novela de Rosa Chacel, llegó gracias a que su padre, muy cinéfilo, vio un anuncio en el periódico y la animó a presentarse. “Para mí todo era inverosímil”, se sincera, “pero encontrar un oficio al que dedicar mi vida se lo debo a mis padres”. Fue un debut por todo lo alto, con dos grandes de nuestro cine que ella glosa con admiración y cariño: Fernando Rey y Héctor Alterio. “Fernando era entrañable, accesible, cariñoso. Desprendía una gran empatía y ternura, y, aunque tuviera esa aura de hombre serio, respetable, elegante, culto, no le faltaba sentido del humor. Recuerdo que paseábamos por Cuenca [donde se rodaba la película] y él suspiraba: ‘¡Ay, jóvenes!’. A mí me impresionaba especialmente que, cuando se cortaba para comer, él se quedara en el rodaje. No comía: se quedaba sentado, concentrado, en calma. Y esos gestos se te quedan, ese saber estar. Héctor Alterio también se comportaba así: se quedaba en silencio, en escucha. Esas imágenes se han quedado impregnadas en mi imaginario para siempre”.

 

Uno de los momentos clave de la conversación se produce cuando Andrea le recuerda una crítica de La blanca paloma, la película de 1989 en la que Suárez compartió cartel con Paco Rabal y Antonio Banderas. La reseña, firmada por Ángel Fernández Santos se titulaba, sencillamente, Emma Suárez. Y se hace evidente que ese recuerdo es clave en la biografía profesional y personal de la actriz, porque resopla: “Esa película fue muy difícil para mí, muy dura”. En aquel filme, Antonio Banderas interpretaba a un chaval de la kale borroka y Emma era una hija de maketos (Paco Rabal y Mercedes Sampietro) que trabajaba en la taberna familiar, La Blanca Paloma. “En la primera reunión el director me dijo que no tenía claro que quisiera que yo hiciese la película, pero los productores sí me querían. Al día siguiente de la reunión, el director me llamó para decirme: ‘Estoy deseando que hagas la peli’. Era todo mentira. Y la historia era tremenda; había un incesto con el padre, aunque al rodarlo Paco Rabal se portó muy bien. Pero el caso es que, dos días antes de empezar el rodaje, me hice un esguince…”.

 

 

Aquí Emma hace una pausa y se pregunta: “¿Por qué os cuento estas cosas?”. Lo cierto es que todo el público permanece en silencio, expectante, no se oye ni el vuelo de una mosca. Y la pregunta hace al público estallar en carcajadas: hemos estado embrujados, y el humor no ha roto el hechizo. Solo nos ha hecho darnos cuenta de que esta mujer nos tiene comiendo de su mano.

 

Suárez cuenta que el médico le mandó estar con el pie en alto dos semanas, encerrada en el hotel (“que era como el de Barton Fink, con el papel despegándose de las paredes”), pero finalmente se inyectó infiltraciones y se lanzó al rodaje, que incluía correr por terraplenes o subirse a vagones en marcha. “En esas condiciones, el pie se me rompía a cada rato. Y hoy tengo un esguince crónico”. Se entregó a un rodaje llena de incertidumbre y de inseguridad porque el director no le decía nada. Cuando Ángel Fernández Santos, el crítico cinematográfico más relevante de España en aquellos años, tituló su reseña de la película con su nombre, ella le llamó para agradecérselo: “Fue muy importante para mí que, después de lo que había pasado, alguien resaltara mi trabajo”. Y encima le concedieron por ese papel el premio de los directores. “Así es la vida,” concluye, complacida, sin pronunciar el nombre de aquel director [Juan Miñón]. “Con el tiempo te das cuenta de que en este mundo hay gente muy rara, y hay que convivir”.

 

“Hazlo un poco más azul”

“¡Parece mentira que tenga tan poca memoria y tanta a la vez! ¡No me acuerdo de los nombres de mis directores, pero acabo de estar haciendo en teatro El cuarto de atrás, de Carmen Martín Gaite, en la que no paro de hablar!”, bromea Emma cuando Andrea le pide que mencione otros nombres que le han influido. A su memoria desordenada acuden películas como Sesión continua (José Luis Garci, 1984), Orquesta Club Virginia (Manuel Iborra y Joaquín Oristrell, 1992), Crónica del alba (Antonio Betancor, 1983), Tata mía (José Luis Borau, 1986) o Vacas (Medem, 1992). Esta última película acabaría resultando “determinante” en su trayectoria. “El guion tenía un tono surrealista y fantástico, y entraba dentro de los personajes de una forma muy especial. Medem es un director lleno de luz, muy poético, que aborda el lenguaje cinematográfico desde una perspectiva muy original. Era entrar en un imaginario como el del jardín de las delicias, manejar las emociones como si fueran colores. Te decía: ‘Pon cara de montaña rusa’. Es como que te digan: ‘Hazlo un poco más azul”.

 

 

Y luego está el caso del productor al que no le hacía falta dirigir: Elías Querejeta. “Me imponía muchísimo. Bueno, como casi todo el mundo en aquella época. Yo no vengo de una familia de actores, directores o gentes del teatro, de forma que todo era nuevo y todos tenían razón, porque siempre estaba rodeada de gente mucho mayor que yo: Jaime Chávarri, Mario Gas, Félix Rotaeta… Pero Querejeta me parecía Dios. Lo visionaba todo y ordenaba: ‘Esto hay que repetirlo’. Y daba muchísima importancia a los guiones”. Emma recuerda que Querejeta la quería para un largometraje, pero no llegaba a un acuerdo con su representante de entonces, así que le mandó un ramo de flores enorme a su casa con una nota que decía: “Arréglalo, ¿quieres?”. Como para decirle que no a Dios.

 

También Pilar Miró mandaba flores, pero no era Dios, era su amiga. Emma Suárez confiesa que la recuerda cada día. “Fue muy importante para mí, no solo como cineasta, sino como ser humano. Tenía las cosas muy claras y luchaba hasta el final. Era íntegra, tenaz, honesta. Yo desearía que hubiera muchas pilares. Era fuerte, pero la abrazabas y te dabas cuenta de que era también muy frágil. Tenía esa energía de poder, de autoridad, pero también mucho sentido del humor. Un día cogió mi mano, la puso en su pecho y ahí se sentía la válvula, que se oía con tanta fuerza…”. Sigue impresionada por aquella experiencia, y orgullosísima de El perro del hortelano, un título insólito del cine español, que apenas ha llevado su Siglo de Oro a la pantalla seguramente porque no ha habido más pilares.

 

 

Y ese milagro, además, estuvo a punto de no suceder, porque a mitad de rodaje se acabó el dinero. Emma recuerda su desolación: “¡Para una vez que hago de princesa!”. El equipo técnico y artístico del proyecto acudió de puerta en puerta buscando financiación, porque, además, el productor portugués había confiscado la película –que se rodaba en Sintra– y no la liberaría hasta que cobrase. ¿El grito de guerra de aquel tiempo para Emma? “¡Hay que salvar a la princesa!”.

 

La historia, como todo el mundo sabe, acabó bien: uno de los mayores éxitos artísticos y comerciales del cine español, con siete premios Goya, entre ellos uno para la propia Emma Suárez (“¡al final parece que sí supe decir el verso!”).

 

Emma cuenta también que sigue muy cerca de Isabel Coixet, con quien rodó Demasiado viejo para morir joven (1989), una película que la propia Coixet “se ha encargado de que nadie vea”, según la actriz  Y también habla de su gusto por las óperas primas (“los directores noveles son como los hijos: me gusta verles crecer mientras yo voy disminuyendo”) y de su admiración por tantas actrices jóvenes actuales: Natalia de Molina, Vicky Luengo, Natalia Huarte, Aura Garrido…

 

Algo que está dentro de ti

“Lo más importante de esta profesión para mí son los encuentros. Crear un ambiente, un lugar propicio, el juego, la creatividad. Abrirse. Estar disponible, expuesto, en confianza. Para mí eso es muy importante, porque vas a compartir algo que no sabes lo que es, pero que está dentro de ti. Vas a ir a lugares que no conoces y a los que te lleva el personaje, y ese viaje se lo estás ofreciendo al director. Pones en juego tu vulnerabilidad y muchas veces te pierdes. Por eso la confianza es imprescindible en este trabajo”.

 

¿Se acuerdan de esa crítica tan importante que firmó en el año 1989 Fernández Santos, de la que hablábamos más arriba? Decía: “Emma Suárez actúa con armas de tan desarmante verdad que se presiente una actriz de talento y posibilidades expresivas infrecuentes, ya que combina el hermetismo con la expansividad. Y sabe usar como una veterana, pese estar en sus comienzos, una alegre mirada sonriente como vehículo transmisor de dolor y de tristeza”.

 

El crítico acertó. La alegre mirada sonriente sigue en la actriz veterana, pero ahora domina absolutamente su hechizante capacidad para desarmarnos.

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