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10-06-2013

 
Elías Querejeta
Premio Nacional de Cinematografía 1986 
 y Espiga de Honor de la Seminci 2008
“Algunos aún creen que el productor
 es un señor que fuma puros”
 
Han pasado 50 años desde que el veterano productor decidiera colgar las botas para ser cineasta. La Real perdió un buen jugador, pero nuestro cine cambió para siempre
 
 
EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Una versión abreviada de esta entrevista se publicó en el número 20
(julio-septiembre de 2009) de la revista AISGE ACTÚA
Entrevistar a Elías Querejeta (Hernani, Guipúzcoa, 1934) supone ante todo pasar un buen rato. Si no hay risas, no juego, parece sugerir. Es fácil imaginarlo de chavalín después de alguna trastada, desarmando a sus progenitores con esos ojillos traviesos y su pícara sonrisa. Supone también conocer a Mariví, su secretaria y mano derecha, con la que comparte un luminoso despacho diáfano y a la que nos insiste jocosamente que entrevistemos, porque “es mucho más interesante”.
 
   El nombre de esta sección, Compañeros de viaje, le hace evocar otros tiempos. “Los compañeros de viaje éramos los rojos que colaborábamos con el Partido Comunista sin estar afiliados”, señala. El compromiso social y político es algo tan presente en su vida como el fútbol, que es, claro está, materia obligada. A los 24 años, el que estaba llamado a ser productor por excelencia del cine de autor español (Peppermint Frappé [Saura, 1967]; El espíritu de la colmena [Erice, 1973]; Los lunes al sol [León de Aranoa, 2002]; por citar solo algún título) abandonó el fútbol profesional para dedicarse al celuloide. Había debutado con la Real Sociedad en 1952, y entre sus hazañas destaca un encuentro en que marcó al Madrid de Di Stefano el gol de la victoria. La propia Saeta Rubia lo felicitó.
 
   Cualquier otro chico hubiera continuado dándole patadas al balón, pero él tenía claro que lo suyo era otra cosa. “Mi amigo el escultor Eduardo Chillida, que jugó en la Real unos años antes que yo, fue el primero que me dijo «Deja esto, Elías, que tú tienes otras cosas que hacer». De todos modos yo ya había pensado dejarlo. Este año [2009] celebramos el centenario del equipo. Me invitaron a la celebración en Anoeta y conocí a Arconada, que es bien simpático”. Querejeta recuerda con nostalgia el estadio de Atocha, donde el público estaba mucho más encima: “No hay color. Se dejó de utilizar en 1993 y yo escribí un artículo de despedida al estadio contando su historia y quiénes eran los Atocha”.
 

 
 
Del balón a la cámara
La charla se aleja del balompié y nos centramos en su carrera como cineasta: “En 1960 me vine a Madrid. Monté una productora con compañeros de la Real pero la cosa no acabó bien porque intervine en Viridiana (Buñuel, 1961), una película prohibida y perseguida, en la que había colaborado económicamente a petición de Domingo Dominguín, que dirigía la productora Uninci. Fue un desastre por culpa de la censura, pese a que se llevó la Palma de Oro en Cannes y hoy se considera un clásico”.
 
   Resulta sorprendente que consiguiera estrenar durante el franquismo películas comprometidas y arriesgadas, tanto por su composición formal como por su temática. ¿Cómo se las apañaba para burlar a la censura? “Presentaba guiones manipulados. Tenía autorización para retocar a mi gusto los guiones que presentaba y así sortear el primer escollo, que era la censura del guión. Con la película terminada era más difícil que la prohibieran. Por otro lado eran películas con una sutileza visual y lingüística que los censores no siempre captaban. Aunque menuda organizaron bromas como la de la mano alzada en La prima Angélica [Saura, 1974]...” Alude al papel que interpretaba Fernando Delgado, el de un falangista que hacía permanentemente el saludo fascista por culpa de un brazo escayolado.
 
   Cabe recordar que las salas donde se exhibía esta película de 1973 fueron atacadas por grupos de ultraderecha y que el filme, quizá sin pretenderlo, se convirtió en aquel momento en un símbolo de la libertad que ansiaba el país. “Después de conseguir que pasara la censura, se me pidió que cortara un fragmento y me negué en redondo. Finalmente, en la última conversación con un alto cargo del Ministerio de Información y Turismo al que ya conocía de antes, me despidió diciendo: «Desde luego, Elías, los rojos nunca agradecéis nada». Una frase gloriosa”, rememora entre risas.
 
 

 
 
El productor, un implicado
De su mano se dieron a conocer directores hoy clásicos, como Saura, Erice o Armendáriz, y nuevas generaciones de realizadores de la talla de Fernando León de Aranoa, Javier Corcuera o su propia hija, Gracia Querejeta. “Que quede claro que yo no he apoyado a gente que empezaba, sino que he trabajado con personas que hacían sus primeras películas”, explica Querejeta poniendo especial énfasis en los verbos. Y prosigue: “No es el caso de Carlos [Saura], que ya había rodado dos largos antes de La caza [1966]. Carlos me trajo el guión y me pareció realmente interesante. Hablamos horas y horas sobre él; ¡madre mía lo que hablamos! Hubo un escritor importante de la época que me dijo: «¡Elías, cómo vas a hacer una película que empieza en un parador de carretera! Estás loco, joder». Y mira tú.
 
   Pero, entonces, ¿cuál es el secreto? “No tengo ni idea de cuál es el secreto. Muchas veces son las circunstancias. Por ejemplo a Montxo lo conocí a través de un amigo donostiarra. Vi su corto Carboneros de Navarra, empezamos a hablar de sus proyectos y salió Tasio [1984]. Lo de Fernando León fue porque Gracia insistió en que viera su corto Sirenas. Lo hice, hablé con él y terminamos rodando Familia [1996]. Y así”. Parece fácil, ¿verdad? Seguro que no lo es. Muchos piensan que el productor de una película se limita a poner dinero y vigilar la cuenta de gastos. “Y a fumar puros”, apunta socarrón Querejeta. Cuando le sugerimos que él ha contribuido a cambiar esa imagen, responde rotundo: “No tengo ni idea y me trae sin cuidado. Nunca he pretendido cambiar la imagen de nada. Lo que pasa es que para mí el productor debe tener una implicación total en el proyecto desde su inicio hasta su final, y más allá”.
 
   Le pedimos que explique en qué se demuestra esa implicación. “Recuerdo una bronca que tuve en el Festival de Berlín. Yo siempre superviso estas proyecciones antes de que se hagan. En este caso fallaba el sonido. Armé un buen lío y al final vino el máximo responsable y tuvo que darme la razón. Hasta ese punto llega la implicación”.
 
 

 
 
Guionista en la sombra y vasco de arriba abajo
En ocasiones también ha pasado inadvertida su faceta de guionista, ya sea en solitario o en colaboración (con Jaime Chávarri en A un dios desconocido (1977), con Gracia Querejeta en Una estación de paso (1992), etc.). De su pluma salió el estremecedor largometraje testimonial Asesinato en febrero (2001), a raíz de la muerte a manos de ETA del parlamentario vasco Fernando Buesa y su joven escolta Jorge Díez. Con el rostro ensombrecido reconoce que le salió de las tripas: “Sí, fue un arrebato. Me dieron la noticia mientras comía en un restaurante. Me fui a casa y me puse a escribir. Me pareció algo terrible”. En cuanto a los trabajos con Gracia, su hija, evita elecciones: “Me quedo con el conjunto. Gracia es siempre muy rigurosa trabajando y lo hace francamente bien”.
 
   Próximamente se celebran los 25 años del estreno de Tasio, un hermoso film sobre la relación del hombre con la naturaleza, en el que muchos en Euskadi quisieron ver el retrato de la esencia vasca, a lo que Querejeta replica categórico: “Yo no sé qué es eso de la esencia vasca. Soy vasco de arriba abajo, sin vuelta de hoja: Elías Querejeta Gárate Intxausti Intxausti Epelde Zunzunegui Aguirre Arana. Puedes poner todos los apellidos. Tengo una prima que se sabe hasta 36. No había ninguna intencionalidad en ese sentido. Se trata de contar una historia que se produce en un determinado lugar, pero no es específicamente vasca. Es un relato que pertenece al ser humano, y sus características se dan el País Vasco igual que se podrían dar en otro lugar del mundo. El día del estreno de la película ya se discutió todo esto en una conferencia de prensa y, en fin, para qué volver sobre ello”.
 
 

 
 
Grandes intérpretes, niños actores y actores accidentales
Intervenir en una producción de Elías Querejeta supone para cualquier actor un espaldarazo en su carrera, marchamo de prestigio; fue así especialmente en los largos años de la agónica dictadura, el tardofranquismo, y durante la Transición. Intérpretes de peso, como Héctor Alterio o Geraldine Chaplin, vieron consolidadas sus carreras. El reparto es un aspecto en el que el productor vasco también pone su grano de arena. “No sé si mucho o poco, pero sin duda ninguna intervengo en la elección de actores. Hablo con el director y con los implicados en la tarea, porque siempre me ha interesado quién va a interpretar a los personajes”.
 
   El caso de Héctor Alterio tiene su anécdota. “Jaime [Chávarri] y yo avanzábamos en el guión de A un dios desconocido. Le sugerí que fuéramos pensando ya en actores para ir perfilando los personajes. Esto es algo que me gusta hacer porque vas escribiendo en función de una persona y el personaje crece. Quedamos para comer y le explicamos el proyecto. Se hizo la película y a él le dieron la Concha de Plata al Mejor Actor en San Sebastián. A la salida de la entrega de premios me dijo: «Te confieso, Elías, que el día que comimos volví a casa y le dije a mi mujer ‘He estado con dos locos que quieren hacer una película que no se estrenará en la vida’». Espero que a Héctor no le importe que lo cuente”.
 
   Como ocurrió con algunos directores, también con él dieron sus primeros pasos cinematográficos niños llamados a ocupar un lugar importante en nuestras pantallas, como Ana Torrent o Icíar Bollaín. “Con los niños hay que hacer un trabajo previo muy largo, estar muy cerca de ellos y utilizar un lenguaje comprensible. Sobre la forma en que ellos lo viven recuerdo una historia graciosa: para celebrar el final del rodaje de Cría cuervos nos fuimos todo el equipo a un restaurante muy bonito de Marbella. Al terminar, yo salía con Ana Torrent de la mano y me dijo: «Oye, Elías, tú que puedes, no dejes que acabe esta película»”. Quién sabe si el chavalín de Siete mesas de billar francés (2007)... “Ese niño es un fenómeno”, concluye Querejeta.
 
   Uno de los géneros donde más indeleble es la marca Querejeta es en el largometraje documental-testimonial, obras de una intensidad emocional bárbara, como El desencanto (1976) o Asesinato en febrero. Aquí el trabajo no se hace con actores; el intérprete hace de sí mismo. El donostiarra nos revela las dificultades: “Es cuestión de que la persona se introduzca en sí mismo, por así decirlo. Hay que encontrar la forma más espontánea de hacerlo. Suele tratarse de rodajes largos y montajes laboriosos. En ocasiones es el mismo montaje el que dicta el camino de la película. Por ejemplo, nos ha ocurrido que algún personaje veía cómo aparecía en pantalla y encontraba maneras de mejorar su “interpretación”. Son, en todo caso, rodajes prolongados y que llegan a desarrollarse por partes, como ocurrió con El desencanto”.
 
   No queda tiempo para más. Un taxi espera a nuestro hombre, pero antes de despedirnos nos canta (no es broma) el tema principal de una de sus películas favoritas, Capitanes intrépidos, y nos revela qué tiene entre manos: “Estamos terminando un proyecto que se llama Cerca de tus ojos, acerca de la Declaración Universal de los Derechos Humanos”. Diversión y compromiso siempre de la mano. Eskerrik asko, maestro.
 
 

 
 

De cerca

 
Una hora del día para escribir: Cualquiera es buena. 
Un tema que le preocupa ahora: Lo que ocurre en la calle.
Su excursión favorita: Santa Bárbara, en Hernani.
Un plato de la cocina vasca: Muchííísimos.
El más viejo recuerdo de la niñez: mi padre preso en una cueva y yo gritándole por un ventanuco “¡Aita, aita, viva Cristo Rey, el comunismo y la libertad!”. En casa se oían tantos vítores al carlismo como a la revolución socialista.
Tres películas que todos debemos ver: El río, de Renoir, El mago de Oz y Capitanes intrépidos.
Un gol inolvidable (aparte del suyo al Madrid): uno de Di Stefano de tacón.
El actor y la actriz imprescindibles: Bogart y Bacall, por decir dos.
¿Y españoles?: Concha Velasco y Fernán Gómez, aunque hay tantos...
 

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