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25-08-2020

Adiós a Manuel Gallardo: gran maestro sobre las tablas, todoterreno en la pantalla

 

El actor cordobés, nieto, hijo y padre de cómicos, supo armonizar la excelencia interpretativa en los escenarios con una voz única para el verso del Siglo de Oro, y una versatilidad cautivadora

PEDRO PÉREZ HINOJOS (@pedrophinojos)

Con su voz clara y rotunda, su sonrisa ancha, sus modales elegantes de galán y su eterno pañuelo enlazado al cuello parecía que no nos abandonaría nunca. Es lo que tiene ser un clásico en vida. Pero el pasado 20 de agosto, a los 85 años, el corazón de Manuel Gallardo se paró. Su legado de gran maestro sobre los escenarios y de intérprete versátil e inclasificable en decenas de películas y en ficciones televisivas, mientras, viaja hacia el futuro. Es lo que tiene convertirse, también, en leyenda antes de cruzar el espejo.

 

Exactamente a las dos semanas de vida comenzó a escribirse el relato legendario de Manuel Gallardo Lechet (Cardeña, Córdoba, 1935). A tan tempranísima edad, su madre, la actriz Mery Leiva, decidió sustituir el muñeco previsto para encarnar el personaje del “bebé dormido” en la función Cancionera por él. Pero quiso hacerse notar. “Estropeé la escena, pues rompí a llorar en el momento más dramático”, rememoró muchas veces, aunque también cosechó en el lance la primera ovación de su larguísima carrera: “Mi madre, que me tenía en brazos, no paraba de mecerme y el público agradeció el esfuerzo dedicándonos un cariñoso aplauso”.


La anécdota lo dice todo de la arrolladora personalidad actoral del Gallardo, que mamó el compromiso y los riesgos de la profesión desde las primeras luces. De hecho, a medida que crecía fue interpretando los personajes acordes a su edad en las funciones que se montaban en la compañía de sus abuelos, los también actores Isidro Lechet y Victoria Ibáñez, y posteriormente en la de sus padres, José Gallardo y la citada Mery Leiva, girando por toda España.


Cuando concluyó el bachiller, salió de la órbita familiar y se enroló en diferentes compañías de repertorio. Ya entonces Gallardo despuntó por su virtuosismo en la interpretación del verso de los autores clásicos, en especial los del Siglo de Oro, hasta convertirse en modelo para directores de la talla de Cayetano Luca de Tena. Y fue a partir de los años 60 cuando comenzó a labrar su prestigio como “uno de los intérpretes más destacados del teatro español”, como lo definió el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, en el mensaje con sus condolencias por su muerte que publicó en Twitter. 

En la inolvidable serie 'Verano azul'

Con Hermann Bonnín, distinguidos por la Academia de las Artes Escénicas (2017)


Un mes en el campo (1964), A Electra le sienta bien el luto (1965), El sol en el hormiguero (1966) La dama duende(1966), Los bajos fondos (1968),  Tirano Banderas (1974), Contradanza (1980), Divinas palabras (1986), Edipo Rey(1992) o Cyrano de Bergerac (2000) fueron algunos de los títulos que más reconocimiento entre la crítica y el público le dieron, a las órdenes de grandes de la escena como Tamayo, Alonso, González Vergel o Marsillach. Aunque su carrera sobre las tablas, parte de la cual desarrolló con su propia compañía, se alargó hasta bien entrado el nuevo siglo impartiendo su rotundo magisterio en obras tan exitosas como Madre amantísima (2003), Las brujas de Salem (2007) o El galán fantasma (2010).


Pero como muchos otros actores de su generación, Gallardo supo desarrollar la destreza, además de la energía, para acompasar su intensa actividad escénica con los trabajos en el cine y en la emergente televisión. Y dejando huella, además. 


Su película de debut, Tierra de todos (1961), tuvo la peculiaridad de ser la primera aproximación cinematográfica a la Guerra Civil. Superando todas las barreras de la censura y sin apenas medios, Antonio Isasi-Isasmendi logró rodar un argumento que pivotaba en torno a la idea de la reconciliación. Gallardo encarnó a un soldado republicano que, por culpa de la crecida de un río, ha de pernoctar junto a un soldado nacional, interpretado por Fernando Cebrián, pasando del odio inicial a un entendimiento casi fraternal. Por su trabajo logró el primer premio importante de su carrera, el Sant Jordi, entonces San Jorge, otorgado por RNE.


En el resto de aquella década y durante los setenta, intervino en decenas de películas más, buena parte de ellas coproducciones con Italia, Francia y el Reino Unido, como Soraya, reina del desierto, (1964), La última señora Anderson(1971), Los novios de mi mujer (1972), El caballero de la mano en el pecho (1976), El monosabio (1978) o Sábado, domingo y viernes (1979). 

En la inauguración del Centro Actúa de la Fundación AISGE (febrero de 2014)

Retratado por Daniel Alonso (@CDAEM)


Con Las cosas del querer (1989) y Lazos de sangre (2001) cerró este capítulo del audiovisual, que contó con otro aún más denso en la pequeña pantalla, destacando dos títulos especialmente. De una parte, sus apariciones en el mítico espacio Estudio 1, donde tuvo ocasión de destilar todo su talento en piezas clásicas y contemporáneas; y de otra, su presencia en la inolvidable Verano azul (1981), dando vida al severo padre de Javi, protagonizado por Juanjo Artero.


Para entonces ya era uno de los rostros más populares entre el gran público y más respetados entre los críticos y sus compañeros, con un centenar largo de obras de teatro, más de cuarenta películas e innumerables participaciones en televisión a sus espaldas.


Disfrutando de ese cariño, ha consagrado la recta final de su vida a la enseñanza y a la defensa de los intereses del gremio. En la Unión de Actores y en la Academia de las Artes Escénicas, de la que fue fundador, ha podido dar rienda suelta a esas facetas, a la vez que pergeñaba el proyecto de una suerte de diccionario con el argot más tradicional del teatro, aunque no pudo verlo concluido.


Precisamente de venerable guardián de las esencias teatrales, como uno de los pocos supervivientes de una generación dorada del oficio, ha ejercido Manuel Gallardo en los últimos años. Y como tal se le pudo ver hace solo unos meses en un mano a mano con su hija, la también actriz Nuria Gallardo, en el ciclo ‘Memoria viva’ de la Academia. Las anécdotas y las lecciones legendarias de gran maestro fluyeron en un encuentro delicioso y memorable donde volvió a hacer honor a su apellido, en toda su extensión, luciendo la voz cristalina, el porte de galán y el inconfundible pañuelo al cuello. 

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