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06-02-2014


Enrique Villén


 “Garci es cine, con sus virtudes y sus defectos”
 

"Esta no es una profesión para salvar vidas, pero sí para distraer". Y este madrileño librepensador lo consigue, vaya que sí. Desde que con solo 16 años empezó a ejercer de "monologuista a mi bola" 

 

JAVIER OLIVARES LEÓN
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Andaba cuando nos acercamos a entrevistarlo bajo los efectos del síndrome del guion: dícese de la afección repentina que cursa con alergia a abrir el siguiente trabajo encuadernado. Puede tirarse el legajo cinco días sobre la mesa, mientras su destinatario lo merodea cual depredador de documental. “Es el vértigo. Si empiezo, me obsesiono, no paro. Estudiar un papel requiere un esfuerzo. Y yo soy muy vago. A mí no me gusta trabajar. Me gusta el momento de la magia, pero enfrentarme al texto… uff”. Y este guión huele a magia incluso cerrado: se trata del papel del Coronel Moya que le ha reservado Miguel Bardem para su Prim. Enrique Villén, madrileño de 1960, showman y monologuista a su bola desde los 16, dignifica el estatus de secundario.
 
– ¿Quién le metió tan joven en este tinglado?
– Nadie. Yo no estudiaba. Trabajaba en salas de fiestas como Morocco, El Biombo Chino… Al ser menor, llevaba un tríptico con el permiso paternal y del Ministerio de Trabajo. Fue una época divertida. Imitaba a Félix Rodríguez de la Fuente, a Alfonso Sánchez, Alfredo Amestoy, Rapahel… Gané incluso un premio en TVE en el programa Yo sigo, de Joe Rigoli.
 
– ¿No conserva por ahí el vídeo?
– Debe de tenerlo TVE. Me habría gustado verlo. Me llevó al programa mi padre, poco creyente… y tuvo que tragar. Tenía yo 11 años, y a los 13 me escapé por primera vez de casa. 
 
– ¿Tan mal se llevaba con él?
– Había un conflicto permanente entre los dos. Yo nací un 1 de mayo, quizá de ahí la rebeldía. Y él era un hombre sumiso, con poca cultura, portero de finca en nuestra casa de Santa María de la Cabeza, cerca de las manifestaciones de Atocha. Dicen que el régimen hizo aquel horroroso scalextric sobre la plaza para evitar que ese millón de personas se reuniera allí.
 
 

 
 
– Ese sí es un cumpleaños inolvidable.
– El día de mi cumpleaños, en los 60 y los 70, mi padre se jugaba el tipo cuando la gente huía de los grises para esconderse en el portal. Un portal en el que vivían militares… No se metía con nadie, pero hacía la vista gorda. Era un hombre sin ideología, de la posguerra, como tanta gente.
 
– ¿Hicieron las paces?
– Sí, sí. Le admiro tanto como de pequeño le odié. Murió cuando yo tenía 20 años, a los 65, muy joven. No vio mi ascenso. Sufría cuando me veía, porque yo era showman de clase b, y le asustaba que hiciera humor político, antes incluso que Pedro Ruiz, pero sin su formación intelectual. Hacía monólogos con Manuel Mistral, un humorista gráfico de La Codorniz. El de La Defunción es mítico.
 
   Irrumpe Yolanda, la pareja de Enrique Villén, con un recorte de periódico de El Pueblo de Guadalajara fechado en 1977. Contiene una crítica laudatoria. “Mentí, ahí tengo 17 años”.
 
– Estamos en plena Transición.
– Justo. Participé en la primera fiesta del PCE, o en fiestas grandes como las de Leganés. En el año 1977… al escuchar cosas como “El señor Solís es un hijo de puta”, la gente miraba al suelo, simulaba no haberlo oído. Yo aclaraba: “Tranquilos, que no me refiero al ex ministro de Franco, sino al de los tomates”. Este señor era dueño de todo Jaén.
 
– ¿Qué enseñanza queda de esa época?
– Todo. Era como ir a la escuela todos los días. Luego acudí a la RESAD como oyente, de conejillo de indias. Emilio Hernández, que después fue director del Centro Andaluz de Teatro (CAT), fue un gran educador. Los nuevos directores se ejercitaban con nosotros. Como yo no iba al cole, tenía tiempo de ir al teatro y al vodevil.
 
– ¿Conoció a mucho mito?
– Sí. En la peña La Siempre Viva coincidí con Coll y Chumy Chúmez… Yo era como un niño adelantado y acojonado, porque me metí en tinglados a pesar de mi poca formación intelectual. Tengo una anécdota con Andrés Pajares, gran persona, actor y productor. Iba a verle en Del caño al coro del coro al caño, para aprender y luego imitarle en Morocco. Tarde y noche allí estaba yo, todos los días, en la fila uno, asiento uno, del teatro Calderón. Para mí Pajares era una referencia como Toni Leblanc o Juan Verdaguer.
 
– ¿Se percató el actor?
– Me miraba de reojo. Debió de pensar: “Este tío es un loco”. Y le dijo al acomodador que me llevara al camerino. “Oye, oye, oye pasa, pasa” [imita a Pajares a la perfección]. “Toootooodos los días vienes al teatro, tarde y noche, ¿no no no no te aburres? Por qué vienes?”. “Te lo contaré algún día, más adelante”, le contesté; me apetecía sorprenderle con la imitación. Me hizo un vale para entrar al teatro libremente y cenar con la compañía. Pude disfrutar de lo que es estar entre bastidores, pero también comprobé la dureza de la vida de las chicas del ballet. La vida en Madrid era rancia, triste.
 
 

 
 
– ¿Llegaron a trabajar juntos?
– Más o menos. Cuando la función de Andrés descansaba en El Biombo Chino, estaba yo. Él no lo sabía. A los veintitantos años trabajé con él. No me conocía, hasta que le dije: “Soy el de la fila 1, 1, del teatro Calderón”. El abrazo fue memorable. Es un tío muy afectivo. Con el tiempo, hubo un homenaje en TVE, en el que le imité en directo.
 
– ¿Por qué paró en seco su carrera con apenas 20 años?
– Cualquiera sabe. Me metí a transportista y aún no sé por qué. Quizá por algún asunto o recomendación de mi padre… A él no le gustaba la interpretación, y eso que mi madre me protegía cuando yo llegaba tarde. Ella me abría la puerta y él, al fondo, esperaba en calzoncillos: “¿Vienes de estar con los maricones?”. Este mundillo, para él, era de putas y maricones.
 
– ¿Cómo volvió?
– Con la compañía Juan sin Miedo, donde estuve unos años con los títeres. Aprendí mucho, y con la compañía Calderón de la Barca, con quien hacía B de Bolos. También fui conductor mientras hacía dos personajes de Don Mendo [Villén recuerda un diálogo completo y lo relata sin titubear]. De la versión de Otelo, donde hacía de Rodrigo, lo único que entendía era un canto que hizo Shakespeare al suicidio.”Estúpido es vivir cuando la vida se convierte en un tormento”. Un canto a la eutanasia.
 
– Mientras, hacía usted figuración en televisión…
– Entonces no había escuela para eso. Me enteré de quién llevaba estas cosas, que era el padre de Carlos Bernases, hoy mano derecha de Enrique Cerezo. Presenté una foto y entré. Pagaban tan bien como ahora pagan mal. En 1980 te daban 5.000 pesetas por figurar, cinco lechugas. Y ahora, lo mismo, 30 euros.
 
– Para Exodus, la película de Ridley Scott en Almería, han pagado más.
– Será por ser Scott... Hay que agradecer a Bernases que profesionalizara la figuración. Éramos “auxiliares artísticos”, una categoría en el apartado de actores. Para mí era un lujo: ganaba algo de pasta y encima veía la técnica de la cámara, el movimiento de los actores… un máster.
 
– ¿Cómo se produce el salto a la interpretación?
– Alguien preguntó: “Quién se atreve a decir una frase?”. Y ahí estaba yo.
 
– ¿Su modulación de voz era innata?
– Sí, claro. El actor no aprende, pero puede empaparse. Hay algo interno que predispone, como en la pintura o en la música. Muchos se quedaron como figurantes.
 
 

 
 
   Suena el teléfono en el piso de Villén del barrio de Campamento. “Será Antonio”. Pueden ser dos Antonios: Del Real, a cuyas órdenes empieza mañana a rodar una miniserie, El Clavo de Oro, y Resines, con quien lleva varios días sin encontrarse por teléfono. “Era Resines”, confirma Yolanda. Con el actor comparte en Telecinco la serie He visto un ángel, que regresa esta temporada.
 
– Parece que no está mal de trabajo…
– Saturado. No hay más remedio. Se paga tan mal que hay que multiplicarse. Estoy en El Clavo de Oro; en Prim, con Miguel Bardem y en Cuéntame, en capítulos sueltos.
 
– ¿Ha mermado el caché?
– De poco vale la trayectoria, el prestigio y los premios: de cuatro años para acá cobras el 60 por ciento. A veces se trabaja por el mínimo interprofesional. TVE no paga lo que pagaba por una tv movie. No hay dinero. Están intentando cargarse esta profesión. Sé que está todo mal, pero lo que está haciendo [el ministro de Hacienda] Montoro es impresentable. Los políticos nunca nos quieren. Solo quieren la foto. Sufrimos 40 años de dictadura y llevamos 40 años de transición. Se han enquistado. Viven como con Franco, pero, ahora, en dictaduras de partido. Les importamos una mierda todos.  No hay más narices que multiplicarse.
 
– ¿Cómo se nota eso?
– Antes, con diez días de trabajo, podías vivir tres meses. Ahora, con diez días de trabajo, pagas un mes… si llega. Al 21 % de IVA hay que unir la negativa a pagar al ICAA la deuda… y la puñeta de perdonar a Toshiba, Sanyo… la deuda de la mal llamada “copia privada”. Somos el único país de Europa donde se ha condonado esa deuda: han perdonado 105 millones de euros. No han entendido qué es la cultura, y la cultura es la historia de los pueblos. Eso lo entienden bien los franceses y los americanos. El estilo de vida se ve en el cine. Montoro es un obseso.
 
– ¿Tener tres papeles en la cabeza puede crear problemas de personalidad?
– No, pero da vértigo. Aunque tengas uno. Como decía Alfredo Landa, los papeles más complicados son los que no tienen nada. Con el tiempo, llegué a la conclusión de que el actor debe estudiar, asumir la historia… y ya vendrá la magia. En ese momento, ninguna meditación ayuda. La psicología del personaje hace más.
 
– ¿Qué es lo que logra esa magia?
– El telón, la palabra “acción”, la iluminación, la ambientación, el decorado, Este es un arte de todos. La verdad o la mentira, la magia, empiezan ahí. Eso sí, debes ir muy preparado, con el texto aprendido para que fluya. No puedes ir “prestado”, que decimos en el argot. Un actor con el texto aprendido es un actor que lo parece, al menos. Aunque hay algunos…
 
– …que se quedan en eso.
– Muchos actores jóvenes que han triunfado en televisión y han ganado mucho dinero, pero porque han dado con grandes directores de actores. Una vez cometí el error de decir que un actor era muy malo. Me regañó un grande de la escena: “Nunca digas delante de mí eso: di que es flojito”.
 
– O sea, que un actor no puede ser malo.
– Un actor nunca es malo, por el riesgo que asume. Para riesgo, el de médicos salvavidas como esos que van a Nepal a operar de la vista a viejecitos ciegos por el sol. La nuestra es una profesión para distraer, no para salvar vidas.
 
 

 
 
– ¿Cuándo se da uno cuenta de que está en el top en el secundarios?
– No tengo esa impresión. Fui protagonista en Los Mánagers, en Anabel, en Ninette. Pero después he dado dos pasos para delante y dos para atrás. Se lo decía ayer a Miguel Bardem, que me ha regalado ese papel de Moya en Prim: “Me has hecho feliz, por fin voy a tener algo con lo que cagarme de miedo”. Como cuando me dio el Coronel Blanco en Matar a Carrero. En el fondo hacía de mi padre, que tenía ese punto. El actor absorbe, imita.
 
– ¿Esas fuentes están en cualquier sitio?
– Sí. Por ejemplo, salía a comer con mi chica y siempre coincidíamos con una persona en el restaurante que hacía una cosa curiosa: se comía las migajas del postre con las manos. Me quedaba pillado. Cualquier día lo aplico.
 
– Con razón le llaman robaescenas.
– Pero no lo hago con intención de robar protagonismo. En Tiovivo c. 1950, me comía bocadillo abriéndolo, como mi padre. Lo hago porque me sale, no porque nadie me diga cómo comer el bocadillo. Hay directores a los que les adviertes o sugieres, pero es mejor no decirles nada. Lo haces y punto.
 
– ¿Ha hecho muchos homenajes a su padre en escena?
– Pues sí. De hecho, ha salido en muchas películas. Llevo siempre llevo un anillo-sello suyo en el rodaje, y si el personaje encaja, adelante.
 
– Ya que ha citado una película de Garci, con el que ha trabajado cinco veces. ¿Cómo se defiende a Garci?
– No hace falta. Garci es cine. Es lo único que puedo decir. Con sus defectos y sus virtudes. Ama y respira cine. Tiene un estigma de ser de derechas que no es correcto. Fue del PCE, pero se dio cuenta de que nada le convencía, de que todo era falso. He tenido muchas discusiones con él. No es rencoroso. Es parte de la historia del cine. Se le criticó en Sangre de mayo, con 15 millones de presupuesto… pero, ¿quién le dice no a Esperanza Aguirre y su presupuesto?
 
– Se cumplen 20 años de su explosión entre 1993 y 1994, con Inocente, Inocente, la película Justino…
– Para hacer Inocente, Inocente no hay que ser actor, sino estafador. Yo hice creer a Pere Ponce que me había quitado el papel de Alegre, ma non troppo, de Fernando Colomo. Aquello pegó y lo vio toda la profesión. Gracias a eso conocí a Álex de la Iglesia. Pero he tenido la suerte del pobre.
 
 

 
 
– ¿Por qué dice eso?
– Porque tengo mala suerte con los directores de casting. Es una profesión que no entiendo. ¿Qué carrera permite ejercerla? Yo no existiría si fuera por ellos. He hecho siete castings en mi vida, pero he trabajado gracias a Álex de la Iglesia, Pedro Costa, Fernando León, Bigas Luna, Antonio del Real… y los que se me olvidan. Ese tribunal está bien para nuevos talentos, pero yo he dado réplica a primeras figuras. En diez años de Cuéntame, no hice ni un capítulo. Pero llega Óscar Aibar y entro. Con Luis San Narciso, que hoy es Dios, no he hecho nada. Hasta me enfrenté con él.
 
– ¿Por qué?
– Porque me enteré de que iba diciendo que yo hice gracias a él Los lunes al sol, Siete mesas de billar francés, Princesas… A mí, los que me llaman son los directores. Y, otra reflexión: es curioso que jamás trabaje para Globomedia, que tiene 40 series. Jamás. ¿Será falta de profesionalidad… por su parte?
 
– Igual no le llaman porque se sabe de su aversión a los ‘castings’…
– Hacer castings con una cámara pequeña sin ambientación, ¿para qué sirve? Entiendo el casting americano, pero aquí creo que hay listas negras. Tengo un encanto especial con Luis Jiménez, con el que he trabajado una vez. Con Rosa [Estévez], con Elena [Arnao] me llevo, más o menos, y con Carmen [Utrilla] a veces flipo… Entre cuatro controlan la bolsa de trabajo. Todo esto saldrá en un libro que estoy preparando [risas]. Se llamará Mis amigos y haciendo amigos. Habrá titulares, porque además de anécdotas, hablaré mal de alguna gente.
 
– ¿Tiene alguna anécdota de cuando sí le llaman a la dirección de ‘casting’?
– Por supuesto. Me llamó Jaime Chávarri para uno. Llegué puntual, pero empapado por la lluvia. Él había salido. Una meritoria me dijo: “Pero no te preocupes, me ha dicho que te tome en cámara para hacerte los perfiles y que digas estas frases”. “Ya, pero yo venía a una entrevista de trabajo”... Tenía tal cabreo que le dije: “Pon la cámara”. “Me llamo Enrique Villén, tengo esta edad y este teléfono y, como no me parece serio esto, Jaime, te voy a dar lo que te mereces: un escorzo”. Nunca me llamó, pero se rió muchísimo, según me contó Roberto Bodegas: “¡Tú eres el del escorzo!”. No se ofendió, sino que alabó mis cojones. Como estas anécdotas tengo 10.000.
 
 

 
 
Con mucho ojo

Enrique Villén tuvo de joven ceguera progresiva en el ojo derecho, hasta que, un mal día, “el ojo dejó de ver del todo y se fue a descansar”. En Google, cuando se teclea “Enrique Villén”, la segunda búsqueda sugerida por la herramienta es “Enrique Villén Ojo” y, próxima, la de “Enrique Villén Trueba”. 
 
El actor lleva con resignación la merma de su visión y lo que acarrea. “Una vez me sacaron del fotocall de una medalla que le daban a Trueba y me felicitaron. Cuando le dije que el director era mi hermano, la redactora exclamó: ‘Ah, claro, por eso les he confundido’. Cuánta mediocridad”. Han llegado también a confundirle con El Dioni, el vigilante de seguridad que se hizo célebre por fugarse con la pasta a Brasil. “Le seguí el rollo. Cuando cortó la cámara le dije: ‘Te van a echar”.
 
¿Le ha ayudado el problema del ojo a la hora de recibir ofertas? “En algunas cosas te da, en otras te quita. Puede ser un hándicap. ¿Ser guapo, feo, bajo o alto o tener la voz de Gracita Morales perjudica? No lo sé”.
 
La visión panorámica le ha dado, seguro, para un nombre ingenioso: a su productora la bautizó Bisojo [sinónimo de estrábico]. Desde hace siete años simultanea ambas facetas. Empezó con un corto, A ciegas, con el que ganó un Goya que reposa en la estantería del salón, y desde entonces sale a corto por año. Adiós papá, adiós mamá, también fue nominado al Goya. “Llevo mucho tiempo como actor y apenas me han nominado, y con los cortos me reconocen siempre. ‘A ver si va a ser lo mío producir’, me dije”. Es difícil vender, pero empieza a ver la luz. Tiene los derechos de Ama Rosa, una radionovela que es la historia viva de España. “Esos 13 o 26 capítulos tendrían asegurada la audiencia. Tengo también La Residencia, una comedia dramática, muy estilo Cuéntame. Y un documental con Vicente Romero, el mítico corresponsal de guerra de TVE”.
 
 

 
 
 ‘El parque del azúcar’

Hace algunos meses, el médico le recomendó a Villén moverse: caminar o hacer bici y, por supuesto, fumar menos. “He conseguido todo, más o menos”, bromea. Por las mañanas hace bicicleta (“estática, de las que instalan para los abuelotes”) en un parque del barrio madrileño de Campamento que es un monumento al ingenio popular, según el actor: “Lo llaman “el parque del azúcar”, porque allí solo vamos los venerables que caminamos 300 metros para allá y 300 para acá. Es lo que mide. Y hacemos ejercicios aeróbicos, todo muy de señora mayor [risas]”. No  descarten a Villén para los Juegos Olímpico de Río 2016: vive cerca de un polideportivo, “por lo que igual me apunto ahora a natación”. 

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