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31-08-2012

“Me encantaría hacer de madura que conquista a un tío de cuarenta”
La aragonesa, buscadora tenaz de nuevos retos, ha demostrado con ‘De tu ventana a la mía’ que nunca es tarde para triunfar
 
HÉCTOR ÁLVAREZ JIMÉNEZ
La mañana se ha levantado cinematográfica en el Paseo de la Fama madrileño. Mientras Álex de la Iglesia y José Mota hacen comedia ante las cámaras en la mesa contigua de la librería Ocho y Medio, Luisa Gavasa luce sonrisa radiante: por los resultados óptimos que ha arrojado su chequeo anual y porque acaba de pasar unos días en su refugio campestre de Cáceres, del que está tan enamorada que no duda en enarbolar un ingenioso gentilicio: extremaña. “Allí tengo huerto, paseo con mis perros, veo atardeceres estupendos, un cielo estrellado impagable.. Eso me permite seguir disfrutando cuando no trabajo”, subraya.
Luisa Roche, su papel en De tu ventana a la mía, también tiene parte de culpa: “Siento gratitud hacia la vida por haberme permitido interpretarla. Jamás me había enfrentado a una mujer tan distinta a mí, pero acabé dándole el alma”. De ella conserva ese pelo cortísimo que ha cambiado radicalmente su aspecto y se ha convertido en símbolo del momento más pleno de su carrera. Y es que con la ópera prima de Paula Ortiz regresó al celuloide tras una década de ausencia y disfrutando de su primer protagonismo, recibió el Premio Simón del Cine Aragonés y ahora viaja al Festival Internacional Shanghái. “Hasta hace poco no podía hablar del filme sin llorar”, confiesa.
– Ortiz la trasladó a sus antípodas, a la piel de una solterona apocada que veía todo desde la ventana. ¿Usted no se arredra ante nada?
– Los cristales no van conmigo y siempre me he lanzado a la vida con pasión porque no tenemos otra cosa. Ahora tengo claro que ha pasado bastante más de la mitad de mi existencia y estoy todavía menos dispuesta a desperdiciar experiencias: si me miran, miro; si me sonríen, sonrío; si me hablan, contesto; si me dan un papel, lo hago; si me dicen ven, voy.
– Más allá del espaldarazo profesional, la historia de Luisa Roche hizo aflorar muchas de sus emociones personales…
– Mi padre murió muy joven y no pudo ver mi proyección como actriz. Cuando rodamos la última secuencia del filme, en la Calle Alfonso de Zaragoza y a veinte metros de donde él tuvo una joyería, la directora quería ver la cara de una mujer triunfadora. Para conseguirlo, dejé a un lado el personaje y pensé: “Mírame papá, mira dónde he llegado”. Fue mi homenaje.
– ¿Cómo era su vida en aquella Zaragoza de 1975?
– Hacía teatro en la facultad porque era un arma política contra ese franquismo duro y, al terminar la carrera, visité a una amiga en Barcelona. Allí conocí al responsable de un colegio cuyo hermano, Ricard Salvat, dirigía teatro. Así que durante dos años trabajé para ambos: como profesora de inglés para alumnos de educación especial y como actriz de montajes en catalán. En 1976 llegué a Madrid y comencé con Miguel Narros.
– Licenciada en Filología Inglesa y a punto de estudiar Periodismo, ¿qué dijeron en casa del cambio de rumbo?
– Mi padre pasó la noche llorando cuando me iba a Barcelona. Era un hombre muy formado, pero temía que las actrices estuviéramos abocadas a la mala vida. Al día siguiente me dio una lección de amor incondicional: “Tienes que vivir como quieras y te apoyaremos siempre”. De hecho, los ramos de flores más grandes que llegaban al camerino eran suyos.
– Ya había pasado por el Teatro Estable de Zaragoza, heredero de aquel disuelto Teatro de Cámara. ¿Sufrió represalias?
– ¡Éramos un grupo de rojos! Los chicos querían entrar en teatro porque pensaban que era más fácil acostarse con las tías de la compañía. Incluso para la gente preparada, las actrices éramos más putas que las demás. Pero lo único preocupante fue una amenaza de bomba cuando representé Las arrecogías del beaterio de Santa María Egipcíaca en Barcelona, para Marsillach.
– Lo cierto es que el oficio le ha dado vivencias entrañables con hombres...
– En Bulevar América, un montaje que Pep Marín dirigió en Valencia, encarnaba a la kafkiana Brunelda. Antes del estreno frecuentaba un bar y un tío siempre me miraba. Cuando Pep convocó a todo el equipo, resultó ser el escenógrafo, que se había inspirado en mí sin saber que actuaba en la obra. Aún guardo sus bocetos y un recuerdo divertido: tenía que sentarme de espaldas al público mientras fingíamos un cunnilingus y un día fueron a ver la función mis padres, mi hermano, su novia y sus suegros. ¡Creí que me moría!
– Y de Valencia, a Londres…
– Ya había estado como niñera y fregando para un turco que quería ponerme un piso [risas]. Pero en esa ocasión fui a dirigir Next week we play the palace en el Shaftesbury Theatre. Creían que iba a llegar la típica española de clavel reventón y aparecí yo, toda sofisticada. Aunque tengo fama de mandona, como empleo no me gustó.
– Participó en el docudrama de TVE ‘Crónicas urbanas, sobre la realidad española de los años ochenta. ¿Cómo vivió aquella época?
– Me instalé en ese Madrid que dejaba de ser un pueblo con Tierno Galván y me asusté cuando apareció el sida. Pertenezco a la generación de mujeres liberales que hicieron la revolución sexual, leyeron el Informe Hite y salieron a la calle con cada causa femenina. ¿Tanto correr delante de los grises para que hoy todas quieran casarse de blanco u oír al obispo de Alcalá diciendo cómo debe ser el sexo?
– ¿Le molesta la abundancia de papeles maternos cuando las actrices alcanzan cierta edad?
– Sí. En la pantalla solo podemos ser madres o abuelas, pero en la realidad seguimos enamorándonos o disfrutando del sexo. Soy sesentañera, pero no me siento sesentona, así que me encantaría encarnar a una madura que conquista a un tío de cuarenta años. En algún momento se darán cuenta de que, aunque hay muchos yogurines, en la sociedad española predominan las mujeres creciditas. Hasta entonces, lucharé contra la falta de imaginación y la cirugía estética: quiero envejecer con esas arrugas que explican lo que ha pasado en mi vida.
– ¿Qué sorpresas le tiene preparadas al espectador?
– Pronto estrenaré Como estrellas fugaces, de la italiana Anna Di Francisca. Ella me convenció de que tengo el tempo de la comedia, un género que me encanta y para el que pensaba que era negada. En agosto empiezo a rodar en Cuenca Para Elisa, del debutante Juanra Fernández, una historia de terror en la que seré una madre psicópata. Y también haré por primera vez de hombre en un cortometraje. 
 
 
COMPROMISO
Un público muy especial
“Es una obligación moral que quienes hemos tenido suerte pensemos en los muchos desfavorecidos”. Por eso la actriz ofrece recitales literarios desde hace años en la prisión madrileña de Navalcarnero. Asegura que es “una de las experiencias más gratificantes” de su vida y que ha encontrado “el mejor de los públicos” entre los reclusos. “Son receptivos porque creen que no tienen derecho a nada y su autoestima suele ser bajísima. Y pese a que viven con muy poco, me regalan poemas o cajas dedicadas”.
El ambiente carcelario le ha brindado vivencias inolvidables. Supuso que un preso francés llevaría tiempo sin escuchar algo en su idioma y decidió leerle un texto. “Y él, un hombre mayor y de rostro abatido, acabó llorando y abrazándome”, recuerda. Igualmente impactante fue su intercambio postal con un narco colombiano, al que ha perdido la pista tras fugarse: “Me contaba su historia en cartas de enorme belleza narrativa. Habían matado a su hija y se tomó la justicia por su mano”.

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