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25-06-2015


María Galiana
 
“No esperaba que me diera tanto pasmo entrar en mi última década”
 


Debutó en el cine a los 50. Ahora, recién octogenaria, sigue incombustible: en el teatro con Echanove y desde 2001 con ‘Cuéntame’. “¡Estoy de la abuelita hasta el moño!”
 

EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha 
María Galiana (Sevilla, mayo de 1935) acude a la cita acarreando unas bolsas. Viene “de hacer unos mandados”, nos explica. Y para ello tiene que aprovechar cualquier momento libre porque, literalmente, no para. A la edad de sus admiradas Nuria Espert y Judi Dench, ella no quiere ser menos: su energía y determinación son sorprendentes. Igual que su trayectoria. Se jubiló de la carrera docente casi a la vez que le concedían un Goya por Solas en 2000. La primera pregunta es obligada.

 
– Debutó en el cine con ‘Made in Japan’ (1985). ¿Cómo se las apañaba para rodar y dar clase?
– Tuve la suerte de que el director de mi instituto era amante del cine y me facilitaba permisos sin sueldo. Siempre eran cortos, como mis papeles. Para Solas pedí 45 días, y eso fue una exageración.

– Si pasó toda su vida en la docencia, ¿de dónde viene la interpretación?
– Siempre supe que era buena actriz. En el colegio, con 14 años, haciendo el papel de la esclava Sira y muriéndome en escena, observé cómo en la primera fila la señora Pepa, la portera, lloraba a lágrima viva. Ya entonces comprendí que tenía madera. Durante la carrera, que acabé en 1959, estuve en el TEU. En Partage de midi, de Paul Claudel, hice mi gran papelón. Pero no me interesaba ser actriz.

– ¿Por qué?
–  No he sido una actriz frustrada. Sencillamente no me gustaba la vida de actor. Soy religiosa, y la vanidad del triunfo y el aplauso es algo que nunca me he creído. Es pan para hoy y hambre para mañana

– ¿Y por qué ahora sí la disfruta?
– Porque me lo paso en grande. Me asombran creadoras como Blanca Portillo o Núria Espert, que sacan cosas del texto que para mí son insospechadas. Yo puedo analizar una obra y estar incluso en desacuerdo con el director, pero su autoridad me puede.

– Pónganos un ejemplo.
– En Conversaciones con mamá, sin ir más lejos, las críticas son extraordinarias, llevamos 460 funciones y hasta me han dado el Premio Ercilla, pero yo no comulgo con aspectos de la dirección y la interpretación de Juan Echanove.

– ¿Se siente en inferioridad de condiciones?
– A veces. Recuerdo que en una escena muy dramática de Solas, totalmente concentrada en mi tristeza y mi llanto, Benito [Zambrano] interrumpió diciendo que no quería que se viese el oxígeno o no sé qué. Y salté: “¡Coño, que estoy llorando de verdad!”. Las actrices tienen una capacidad de fingimiento verdadero [recalca el adjetivo] que les permite mantenerse en ese llanto al margen de exabruptos. 

Remansos y monólogos
– ¿No se cansa con tanta función y grabación?
– Lo he acusado físicamente. En cuanto puedo, me voy a mi casa de Sevilla, un remanso de paz encastrado en el Palacio arzobispal, con su patio y una fuente en el centro, que hasta tiene su chorrito con botón, al estilo de aquel con el que jugaba Jacques Tati en Mi tío. Ahora bien [deteniéndose con tono resuelto], no dejo de tener ambición.

– ¿Cuál en concreto?
– Ignacio Amestoy escribió para mí un monólogo y hace un par de años hice dos lecturas en la Universidad Menéndez y Pelayo y en la de Jaén. Estábamos empeñados en llevarlo a escena, pero en aquel momento se desmanteló el Centro Andaluz de Teatro. Ahora Juan Echanove lo quiere recuperar. Entretanto va a hacer La asamblea de las mujeres, de Aristófanes, en Mérida.

– ¿Y le ha pedido un papel?
– Hombre, por supuesto. Ya estoy dentro.

– Bueno, por Mérida ya pasó haciendo ‘Las troyanas’ de Séneca.
– Sí, señor. Ahí hice mi Hécuba. Pero en esta por fin voy a cargarme el mito de la Herminia de Cuéntame: es una comedia e interpreto a una puta, gracias a Dios. Estoy de la abuelita hasta el moño.

– Ya ha dicho alguna vez que mientras las Herminias de este país aguantaban mecha usted leía a Simone de Beauvoir.
– Así es, por eso me llena de orgullo que tras hacer Solas la gente me parara para preguntarme si era una señora analfabeta del pueblo de Benito. Ahora piensan que soy un pozo de bondad, por Herminia. Reconozco que nos parecemos en la educación, pero yo tengo una mala leche que no se pué aguantá y una ironía rayana a veces en el sarcasmo. Eso Herminia, pobrecita mía, ni lo huele.

– En 1968, año en que arranca ‘Cuéntame’, usted ya tenía cinco hijos. ¿Cómo conciliaba una mujer española en los sesenta su vida laboral y familiar?
– Seis, tuve seis hijos, solo que uno se me murió de muerte súbita del lactante. Siempre tuve tatas, chicas que se quedaban a dormir en casa. Era un gasto básico de la familia, más importante que tener casa, coche o vacaciones. Me casé en 1961 y la primera casa que compramos, con mucho esfuerzo, fue en 1982.

– Como historiadora, ¿qué le gusta y qué le chirría de ‘Cuéntame’?
Me gusta que no falseen lo ocurrido, pero me chirría que no haya espíritu crítico. Se intenta contentar a todos. Desde el punto de vista del márketing, la serie ha dado en el clavo: nada entre dos aguas al margen de minorías. Por otro lado es demasiado localista, podría llamarse Cuéntame lo que pasó en Madrid. ¡Yo ni sabía lo que era el Rockola!

– No todas sus mujeres han sido tan dóciles como las de ‘Solas’ o ‘Cuéntame’. Pensamos en la desabrida doña Josefa de ‘La caja’ (J. C. Falcón, 2006).
La caja era una pequeña gran película. Aquella señora rezando todo el día y pidiendo a la hija que hiciera el favor de masturbar un poco a su hermano medio lelo. Y las perrerías que le hacíamos al difunto. Era sensacional. No se comprendió el humor negro de aquel esperpento en pleno paisaje canario.

– A propósito de ‘Solas’, ¿cómo lleva la soledad?
– Muy bien, probablemente porque he sido hija única y mis padres trabajaban los dos. Pero eso no supuso ningún trauma. Al contrario, me hizo ver que tenía que ser independiente.

– Y eso se ha traducido tal cual en su vida adulta.
– Efectivamente, soy muy autónoma. Desgraciadamente, mi marido murió hace siete años, pero no dependo de mis hijos. Vivo sola en Madrid y en Sevilla, y nunca me aburro.

– Y pensando en ‘La caja’, ¿qué tal se lleva con la muerte?
– Ahora mal. Tengo un amigo muy gracioso que me decía: “Yo me siento muy valiente ante la muerte, pero luego lo pienso y creo que voy a dar el espectáculo” [se troncha]. Pues bien, yo creo que daré el espectáculo. No me esperaba que me produjera tanto pasmo entrar en la última década de mi vida.

– Bueno, nunca se sabe...
– Esta es la última [rechazando la condescendencia]. Vamos a dejarnos de tonterías. Lo que verdaderamente me aterra es perder el coco.

Genio y figura. Sacar estos temas no despierta ninguna vena quejosa o sensiblera en María Galiana. Su tono siempre oscila entre la serenidad y la firmeza. Con humor, pero sin aspavientos.
– Y para acabar, formule un deseo.
– Hacer una buena película. Veo a Helen Mirren, Judi Dench, etc., y me indigna que no haya una puñetera película en España donde una vieja se pueda lucir. En nuestro cine es tradición que la persona mayor hace papeles sin recorrido y es un abuelo. Pero, ojo, mayor y abuelo no son la misma cosa.

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