Luis Tosar parece un hombre sin suerte en este protagonista de Cien años de perdón. El caparazón duro que muestra apenas esconde un romántico incurable incapaz de decir no al amor. “En la banda están todos bastante exaltados menos mi personaje, El Gallego. Atracar un banco no es una cosa muy tranquila. En este sentido un gallego en tu vida siempre viene bien. Lo malo es el problema que tiene con las mujeres”, comenta, divertido, el actor lucense, reciente aún su trepidante actuación en El desconocido, de Dani de la Torre.
La madurez de un intérprete se prueba con los retos autoimpuestos en una carrera ya consolidada. Ese es el caso de Raúl Arévalo, cotizado comediante de filmes como Las ovejas no pierden el tren, de Álvaro Fernández Armero, pero también excelente en su nada risueño papel de La isla mínima, de Alberto Rodríguez. Calparsoro le ha proporcionado un rol frío, calculador, de ejecutivo importante que puede mover montañas y voluntades con una escueta orden desde su móvil. “Un gran acierto de la película es el momento en que los atracadores se quitan la máscara y traspasan, por así decirlo, su maldad a las autoridades, que ya parecen estar al otro lado de la ley”, señala el de Móstoles.
Después de su participación en el potente drama Felices 140, de Gracia Querejeta, Marian Álvarez se ha embutido aquí en el traje chaqueta de una funcionaria del Estado que intenta no ser cabeza de turco por los pecados de otros. “Ella va por delante de los acontecimientos. Como no le quieren contar todo lo que está sucediendo, toma sus medidas aunque duda hasta el último instante”, resume Álvarez.
No menos sustanciosas son las intervenciones de Patricia Vico (Perdona si te llamo amor, de Joaquín Llamas); Luis Callejo (negociador de la policía), a punto de estrenar Kiki, el amor se hace de Paco León; y José Coronado, en la piel de un coronel de la Guardia Civil que no acata el reglamento y al que le trae sin cuidado su reputación con tal de que los trapos sucios de los jerarcas se laven a su modo. “Se pone de manifiesto en personajes así que la maldad por excelencia es casi siempre de cuello blanco”, resalta el ganador de un Goya.