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19-05-2021


Eva Isanta

“Del daño en lo personal nunca sale nada bueno”


 

El teatro en el pulso, los ojos mirando al cine y sin prejuicios hacia la televisión. Tras tres décadas de trabajo, esta actriz tiene un truco: respirar profundo y aprender del otro


FRANCISCO PASTOR

FOTOS: ENRIQUE CIDONCHA

Eva Isanta aún siente escalofríos al subirse al escenario, vacío y a la espera del público, para realizar pruebas con la voz. Y eso que lleva desde niña en el oficio: “De pequeña hacía ballet clásico. Luego llegaba a casa, me disfrazaba con la ropa de mi madre y contaba historias”. La actriz es ceutí de nacimiento, pero creció en el municipio madrileño de Getafe. “Había muchas casas de cultura en ciudades como la mía y un amigo me propuso empezar a actuar”, anota. Su primera vez en teatro, ya con producción y sobre las tablas, fue una versión de Grease.

 

   Tras llegar a un acuerdo con sus padres se matriculó en la universidad por las mañanas y en la escuela de Cristina Rota por las tardes. Esta era su verdadera vocación. “Iba a la facultad en tren, con el bocadillo en la mochila, a estudiar Comunicación Audiovisual. Cuando acababan las clases hacía algo de tiempo y me iba a actuar. Fueron años muy felices, aunque mi padre me decía siempre que acabara la carrera”, ríe Isanta. Dejó la universidad en el segundo curso.

 

   En aquel entonces todos los estudiantes querían trabajar con Julio Medem y Juanma Bajo Ulloa. Ahora, unos meses antes de cumplir los 50, ella también sueña con ponerse a las órdenes de Isabel Coixet, Rodrigo Sorogoyen o Iciar Bollain. Y acaba de trabajar con Santiago Segura, en un pequeño papel para el largometraje A todo tren. “El cine es un lujo. Dedicamos todo un día de rodaje para grabar en condiciones apenas dos secuencias”, apunta. Ese sosiego no tuvo nada que ver con los meses que acaba de pasar en Mercado Central, una de las series diarias de La 1.

 

   La actriz ha pasado cerca de 15 años en La que se avecina. En su periplo por la televisión figuran títulos como Aquí no hay quien viva y la mítica Colegio mayor. Pero Isanta no deja el teatro. Si la pandemia lo permite, en mayo estrenará en Madrid Trigo sucio, de David Mamet, con la que ya ha hecho algún bolo.

 

— Habrá quien no lo recuerde, pero también trabajó en Farmacia de guardia

— Allí me sentía una auténtica pardilla. Me tocaba un personaje flotante, que iba y venía, en una serie consolidada. No sabía nada de televisión, ni de marcas en el suelo, ni de planos y contraplanos. Yo decía mi frase y me daba la vuelta, como haría en teatro, y Mercero se lamentaba: “Te voy a clavar los pies al suelo”. Sus técnicas eran novedosas, también para los intérpretes con experiencia. Por ejemplo, me tocaba dar el diálogo y agacharme para que la cámara me pasara por encima. Luego llegó Villa Rosaura, con Rosa Maria Sardà y Fernando Fernán Gómez. Iba tan callada, escuchando tanto a los demás para aprender de ellos, que se reían de mí. “Esta niña no habla”, decía la Sardà.



— ¿Qué le llevó hasta Mercado Central? Dicen que trabajar en una serie diaria es como hacer la mili.

— Cuando llegué me lo advirtieron: “Esto es muy duro”. Pero no imaginaba hasta qué punto tenían razón. Durante meses, no he vivido para otra cosa. Grababa todo el día y luego estudiaba por las noches. Llegué a pasar alguna crisis porque no me veía capaz de llegar a todo. Y el personaje me removía mucho. Era poliédrico y retorcido. Tenía un doble juego en el que yo sonreía mientras soñaba con machacar al otro. Como actriz, era un regalo. Y al ocurrir en una serie diaria, se multiplicó. Sin tiempo para descansar del personaje ni para prepararlo, solo podía resolverlo, aquí y ahora, como una loca. Pero el reto merecía la pena porque era muy diferente a lo que venía haciendo.

 

— ¿Le ha cerrado puertas alguna vez su trabajo en La que se avecina? Hablo de los temidos prejuicios, al ser una comedia televisiva.

— Sí, sí. Todos ponemos etiquetas. Yo misma, cuando era joven, sentía cierto recelo hacia la comedia. Solo quería dramas. Eso se ha marchado con la experiencia. Desde el humor se pueden lanzar mensajes muy potentes. En La que se avecina hablamos cada semana de nuestra actualidad, del mundo donde vivimos. Temporada tras temporada, los guiones esconden un comentario social cada vez más afilado. Encierran también un retrato muy certero de la clase política. Pero es complicado: si algo gusta al gran público, parte de la crítica siente la tentación de tacharlo. Y reitero que yo misma he puesto a veces esas etiquetas.

 

— ¿Qué se están perdiendo, en lo que a usted respecta, quienes ponen estos tachones?

— A una actriz con muchas ganas de trabajar y que se lanza a vacíos. Me gustaría probar más de lo que me ha dado Mercado Central. Quiero encarnar a gente perdida, que esté cambiando. Gente que cuente con un punto de locura y ande lejos del pensamiento lógico, por encima y por debajo de la realidad. Creo que aprendería mucho de algo así.



— Hablando de aprender: suele impartir talleres de interpretación. ¿Qué es lo primero que traslada a los alumnos?

— A mí me da pudor enseñar a los demás. Empecé los fines de semana con cursos muy breves. Y voy cogiendo trabajos más largos. Eso sí, siempre con respeto. Comparto aquello que sé de primera mano, lo que he estudiado y lo que he trabajado yo misma. Suelo dirigirme a gente que está empezando, que llega a Madrid a buscarse la vida. ¿Qué les cuento? Que lo primero es respirar, estar vivos y recogerlo todo como una esponja. Y que trabajen siempre desde el amor, nada de dolor. 

 

— ¿Hay quienes le han pedido alguna vez que trabaje desde el daño?

— He tenido profesores muy pegados a Stanislavski, que solían apelar a nuestros duelos. ¡Pero si los actores ya estamos rodeados de dolor! El paro, la precariedad, la exposición que vivimos en las pruebas. ¿Para qué castigarnos más? También hay directores que trabajan con el látigo en la mano. Pues no: trabajemos desde el cariño, el acuerdo y la crítica constructiva. Soy muy madre, en ese sentido. Si alguien hiere a otra persona, intervengo. No soporto que nos humillen o nos maltraten. Del daño en lo personal nunca sale nada bueno. Los actores ya conocemos nuestras debilidades, no hace falta que nos las recuerden desde fuera.


— ¿Son los intérpretes especialmente frágiles?

— A los artistas se nos juzga por nuestro último trabajo. Si hemos alcanzado el éxito, parece que valemos más, pero si aquello no funciona, hacemos nuestro el fracaso. Nos exponemos mucho en cada papel. Mañana mismo yo podría dejar de trabajar. ¿Cómo me explico a mí misma que soy actriz, si el mercado ha decidido que es mejor que lo deje? ¿Cómo esquivar esos pensamientos? Estas preguntas aparecen, y a veces me lleva un rato cambiar la actitud, pero lo consigo. Todo es ponerse.



Adiós a los referentes

Como es sabido, la serie Aquí no hay quien viva acabó de un día para otro, después de cinco temporadas, por motivos ajenos al equipo y tras diferentes maniobras de la industria. Aunque el formato se recuperó al cabo de un año bajo el título La que se avecina, cambiaron tanto las tramas como los personajes. Al igual que algunos de sus compañeros, Isanta sobrevivió al traslado y mantuvo su empleo, pese a que su primigenio papel de Bea se quedó por el camino: “Ojalá hubiera pasado más tiempo con ella, le habría sacado mucho más”. La actriz llegó a optar a los premios de la Unión de Actores con aquel trabajo, en el que daba vida a una mujer lesbiana que se convertía en madre junto a un amigo gay. “Era fácil enamorarse de aquellos referentes. Ayudaron mucho a cambiar la realidad porque los pusimos en las casas de la gente. Cuando nos tocó empezar de nuevo, los espectadores estaban revueltos. Y nosotros, más”, recuerda. Ahora, ¿se atrevería a identificarse como un icono para las minorías sexuales? “No, no. Me parece pasarme. Nunca he hecho el ejercicio consciente de acercarme a la población LGTB porque siempre la he sentido cerca. Su causa es la mía”.

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