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19-10-2016

 
Fele Martínez


 
 “En este oficio no sabes cuándo van a volver a llamarte”


El alicantino despide con la lengua fuera un año en que ha pasado por dos series de televisión y cuatro películas y ha reestrenado función en Madrid después de una larga gira. Ah, y estuvo en Mérida. Su reloj pidiendo la hora y él, tan campante



EDUARDO VALLEJO
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
La cita con Fele Martínez, alicantino del 75, es en la cafetería del Teatro Marquina de Madrid, un diminuto local anejo a la sala, por el que a lo largo de la tarde peregrinará un rosario de actores y técnicos con final de fiesta inesperado. Luego les contamos, porque ahora digamos que son las cinco de la tarde de un septiembre vestido con las galas de la canícula estival y que la calle y el bar están casi desiertos. Apropiadamente, el actor acude en bermudas vaqueras y camiseta marinera, protegiéndose del sol inclemente con una gorra azul y gafas oscuras. Pero ni por esas. “¡Por Dios, qué calor!”, clama angustiado.
 
   Atrás quedaron los tiempos en que Martínez lucía el cabello espeso de Tesis o el rostro barbilampiño de La mala educación; hoy corren tiempos de perilla y bigote poblados, tal vez más acordes con el monseñor Granvela de Carlos, rey emperador o con el madurito interesante de La noche que mi madre mató a mi padre, dos de las diversas aventuras en que el actor ha participado en este intensísimo año.  
 
 

 
 
– Hablemos de lo más inminente. La tragicomedia ‘Bajo terapia’ se ha reestrenado en este teatro de Madrid tras haber girado por España. ¿Cómo fue esa gira?
– De ‘Bajo terapia’ ha salido una espectacular gira de un año entero, con bolos y llenos prácticamente todas las semanas. Rematamos en las fiestas de Vitoria. Pensábamos que pincharíamos por aquello de que la gente andaría ocupada con otras cosas, pero no. Volvimos a llenar y con espectadores en primera fila vestidos con el traje típico vasco. La primera vez en mi vida que lo veo. Me vi transportado a otra época y pensé que tal vez el teatro era así cuando esos trajes eran los de diario. Fue muy tierno.
 
– Pero no faltarían los teléfonos.
El mundo de la telefonía móvil ha cambiado la forma en que el actor ve al público. Antes era una mancha oscura. Ahora es la misma mancha en la que de cuando en cuando se ilumina un rostro espectral. Te pegas buenos sustos a diario con los dichosos teléfonos.
 
– ¿Alguna anécdota reseñable?
– Juan Carlos Vellido interpreta a un personaje bastante rudo y turbio que está casado con el personaje de Carmen Ruiz. No quiero desvelar nada, pero me contaron unos amigos que en un momento de la función una niña como de diez años comentó: “Anda papá, se parece a ti”. No digo más, pero es de esos personajes a los que uno no desea parecerse. Aunque lo más destacable, sin duda, es que a mi amigo Marino Zabaleta, técnico de iluminación, se le desatornilló un implante.
 
– Qué gran noticia para los dentistas y cuánto pavor para los implantados.
– Increíble, pero cierto: los implantes se pueden desatornillar. Desde entonces decimos que la obra, más que desternillante, es “desatornillante”. La muela de Marino ha sido nuestra mejor crítica.
 
 
 

 
 
   Bajo terapia se estrenó en los Teatros del Canal de Madrid en agosto de 2015. En su crítica para El País, Javier Vallejo predecía: “Bien escrita por Matías del Federico y mejor dirigida por Daniel Veronese, esta obra tiene pegada para estar un año en cartel”. Vaya si lo tiene. Acaba de iniciar su segunda temporada.
 
– ¿Qué cuota del éxito le corresponde al director argentino Daniel Veronese?
–Veronese es muy responsable de este éxito, junto con el grandísimo texto de Matías del Federico. La obra se estrenó en Buenos Aires un año antes que aquí; después se ha estrenado en Miami, Santiago de Chile, Lima, etc. Y sigue representándose en Argentina. Es un texto que funciona; está claro. Aquí el inconveniente fue que empezamos a rodarlo con solo cinco semanas de ensayo, cosa por la que el director se disculpó, ya que se hacía cargo de que era poco tiempo para una función con tanta tela que cortar desde el punto de vista interpretativo. Trabajamos duro.
 
– ¿Y cómo han sido esos ensayos?
– El primer día llegamos respetando mucho el texto de los demás y rápidamente Daniel nos corrigió: “¡Eh, un momento! ¿Ustedes hablan así en la vida real? ¿Como por turnos?”. Y es cierto, a diario nos interrumpimos constantemente en cuanto el concepto comunicado está mínimamente claro, así que empezamos por ahí a romper convenciones. Otro ejemplo: yo tenía que dar la espalda a la cuarta pared durante un largo parlamento al principio, y el cuerpo se me giraba solo. Es un poco ortopédico, porque te han enseñado todo lo contrario, pero lo cierto es que con quienes hablo, mis compañeros, están de cara al público, así que así debe ser y así lo hago.
 
– Vamos, que la dirección busca la naturalidad.
Veronese te hace el dibujo y luego te deja volar. Al principio tienes incluso la sensación de que no hay dirección, pero sí la hay. Él te va acotando para que, sin salirte del camino, contribuyas para construir tu personaje. Te sugiere algo que de pronto te abre luces y nuevas sendas que explorar. Es como el guardagujas de la escena. Te cambia el carril y sigues por ahí suavemente, sin notarlo. Hace todo esto con enorme humildad y honestidad. Y con una serenidad y disfrute que te acaba contagiando. Cuando ves al jefe tranquilo y riéndose en la butaca, todo va bien. Al mismo tiempo, los movimientos y el ritmo en escena están perfectamente marcados.
 
 

 
 
Vulcanología
– ¿Qué hay de su experiencia este verano en el Festival de Mérida con ‘Los hilos de Vulcano’?
– Hacer ‘Los hilos de Vulcano’ en Mérida ha sido un sueño. Un gran regalo. Las sensaciones son estremecedoras cuando trabajas en un espacio que sabes que hace dos milenios ya se empleaba para lo mismo, que en esa escena trabajaban decenas de actores y en sus gradas se sentaban 15 000 personas, todos de aquella época. Las piedras te trasladan a un mundo maravilloso. Colgamos tres días el cartel de no hay localidades. Espero que no sea la última vez.
 
– Se habla de la creación de un consorcio de festivales para que roten las funciones por todos ellos.
– Sería una gran idea, teniendo en cuenta que son espectáculos que requieren grandes espacios. No es fácil llevarlos a teatros pequeños. Y ahora que el cambio climático nos ha traído veranos largos, ¡igual podíamos actuar en Sagunto en noviembre!
 
   Martínez suelta la gracieta casi sin querer, pero de pronto parece reflexionar sobre la posibilidad real de una larga temporada de teatro al aire libre. “¡Sería guay!”, exclama.
 
 

 
 
– Aunque se formó como actor de teatro, no se subió a las tablas hasta bien tarde. ¿No lo echaba de menos?
– Antes de estas dos obras había trabajado en La continuidad de los parques  dirigida por Peris-Mencheta, que precisamente acabamos en Sagunto con una suspensión por lluvia, lo que me recuerda que tenemos pendiente la cena de fin de gira... Y antes de eso, creo que fue Amigos hasta la muerte, de Javier Veiga. En cualquier caso, cuando no hago teatro, lo echo de menos, claro que sí.
 
– Dan más gusto las tablas que los platós.
Muchas veces el teatro da menos dinero que el audiovisual, pero más satisfacción. Al menos a mí. Quitando el verano, me encanta el ritual de dar un paseo desde casa al teatro o bajarme una o dos estaciones de metro antes y llegar caminando. Es como desembarazarte de tu cotidianeidad para entrar en otro mundo.
 
Aquella separata
¿Qué puede ocurrirle a alguien que toca el cielo cuando apenas ha aprendido a volar? ¿Que se pegue el trompazo de su vida, como un Ícaro temerario? ¿Que acabe siendo otro juguete roto más en el desván, como tantas estrellas? No necesariamente. Pequeños objetivos pueden hacerte rozar las nubes. Ya verán.
 
 

 
 
– Antes de que nos corran a gorrazos por no hablar con usted de cine, demos marcha atrás. Con 21 años ganó un Goya y conoció el éxito con ‘Tesis’ [1996], pistoletazo de salida al nuevo cine independiente español. ¿Llegó demasiado pronto o en el momento justo?
– Las cosas llegan cuando tienen que llegar. Luego cada uno tiene que administrar los acontecimientos como mejor pueda o sepa. Yo no llevaba ni siquiera un año entero en Madrid. Venía directamente del instituto de Alicante a la RESAD, y al año siguiente, entre junio y septiembre, ya estaba ensayando y rodando con Alejandro.
 
– ¿Cómo conoció a Amenábar?
Carlos Montero fue el enlace, quien le habló de mí a él y a José Luis [Cuerda, el productor]. Me dijo: “Hay un chico que va a rodar una peli y te quiere probar. Te vamos a pasar la separata”. Cómo sería la cosa que yo no tenía ni puñetera idea de lo que era una separata. No pregunté a Carlos, claro. Me lo explicaron mis compañeros de la escuela: “Joder, una separata es un extracto del guion”. Esto ocurrió en mayo.
 
– ¿Cómo fue la prueba para el papel?
– La primera salió horrible. Carlos Montero insistió a Alejandro para que me la repitiera porque había estado muy nervioso. Eduardo [Noriega] ya estaba en el reparto, Alejandro lo tenía claro, pero para el triángulo les faltaba la chica, una chica con peso para el cartel. Si no encontraban a la actriz, yo iba fuera para que otro actor interpretara a Chema. Era el prescindible. Acabó el curso, me fui a Alicante y a finales de junio recibí la llamada. No había pasado ni un año. Yo no daba crédito a lo que estaba pasando y le preguntaba a Rulo [Pardo], compañero de clase y uno de mis hermanos de teatro en nuestra compañía Sexpeare: “¿Y por qué no han cogido a alguien de tercero, que son buenísimos?”. “¡Te quieres callar! Si te ha tocado, te ha tocado, chaval”, me respondía él dándome una colleja.
 
 

 
 
– Seguro que no fue simple cuestión de suerte. Algo vería Amenábar.
– Alejandro quería alguien con la pinta raruna y de friki que tenía yo. Si me llego a cortar el pelo el día antes, no me coge. Así de sencillo. Buscaba un personaje de ese corte. Pelo largo, gafas, tipo extraño.
 
– Pero decía que le hizo una segunda prueba.
– Efectivamente, en la primera iba con una dicción de teatro impecable y el cuerpo envarado de pies a cabeza. Estaba hecho un corcho. Alejandro me presentó a un amigo suyo en quien estaba basado el personaje de Chema. De él tomé muchas cosas. Mi profesor de dicción en la escuela me dio el aprobado antes de tiempo y me dijo que me olvidara de las clases. Aquello me quitó peso de encima y la segunda prueba, entre unas cosas y otras, salió mucho mejor, aunque José Luis [Cuerda] se quejaba. “¡Pero si no se le entiende nada!”, decía. Alejandro le contestaba que era eso precisamente lo que me había pedido, que era la dicción que necesitaba el personaje. Ya había dejado de jugársela Carlos y ahora era Alejandro el que apostaba por mi trabajo. Ensayamos durante mes y medio, así que el rodaje se me pasó volando. Fue muy rápido.
 
– Y volvemos al tema del éxito prematuro.
– Cierto. Todo fue muy intenso y rápido. Luego llegó el bombazo de los Goya, a mí me dieron uno y yo creo que no fui consciente de lo que era aquello. Lo que nos pasó fue pasmoso. Igual de pasmoso que llegar a las clases de nuevo en septiembre, después del rodaje. Estás en segundo de carrera y se estrena la peli; todos tus compañeros alucinan y tú, ni te cuento. Pero la vida sigue.
 
– Repitió con él en ‘Abre los ojos’ [1997]. Después, ¿dejaron de hablarse?
Después de Abre los ojos, Alejandro se salió del tiesto, en el mejor sentido de la expresión. Y no se debe meter a nadie en una película con calzador, salvo que sea un cameo o algo así. Todo tiene su momento. No descarto que en el futuro pueda volver a trabajar con él porque siempre ha sido muy placentero. De hecho, en la segunda película solo con mirarnos nos entendíamos.
 
 

 
 
– Mientras, como decía, la vida sigue.
– Procuro tener objetivos cortos; o, mejor dicho, objetivos a corto plazo. Nunca pienso en si tengo la necesidad de currar con tal o cual director, no. Yo me dejo la piel en lo que viene. Ese es mi gran objetivo profesional. Tu último trabajo es lo que te define, aunque lleves toda tu bobina de trabajo arrastrando detrás.
 
   Y así, sin aspavientos ni calenturas de popularidad, Fele Martínez fue labrando su carrera. En el último año ha participado en dos series de televisión, Carlos, rey emperador y Buscando el norte; ha rodado cuatro películas, dos de ellas ya estrenadas, las comedias La noche que mi madre mató a mi padre y Nuestros amantes; y no ha parado de hacer teatro.
 
   A nuestro alrededor hay cada vez más revuelo. Llegan Manuela Velasco y Carmen Ruiz, ambas parte del elenco. Todo el mundo cuchichea o da gritos ahogados de alborozo. Y es que en la sala ensaya con Veronese la compañía que va a estrenar la versión en catalán de Bajo terapia (atentos, próximamente en el Borrás de Barcelona). Velasco dice haber fisgado un poco y haber salido rápidamente: “Es que me da cosilla”, confiesa la joven actriz. Fele Martínez carcajea y vuelve a su relato.
 
– Llevo un año bastante dulce, la verdad. Aún me quedan dos películas por estrenar. A raíz de Continuidad de los parques se me abrieron un montón de puertas. Estoy convencido de que me han salido muchos trabajos por aquel montaje. Mi filosofía es “cuida lo que tienes”.
 
 

 
 
Bendito BUP
– Todo había empezado en Alicante. ¿Su vocación es cosa de familia?
– En mi familia nunca ha habido actores, que yo sepa. Hacía teatro en el instituto y lo pasaba muy bien. Mi profesora, María José Garrido, me daba Lengua y Literatura y, además, la EATP de Teatro...
 
   Se refiere a las Enseñanzas y Actividades Técnico-Profesionales, un invento para que los chicos estudiaran algo más allá del catálogo clásico de asignaturas durante el BUP (qué tiempos, ¿verdad?). Sería interesante cuantificar cuánto talento salió de aquellas EATP de Teatro dirigidas por profesores vocacionales.
 
–... Le debo mucho. Fue ella quien insistió a mis padres en que debía explorar aquel camino. Podría perfectamente haberse ido de vacaciones y se quedó todo el verano ayudándome a preparar la prueba de acceso a la RESAD. He tenido ángeles de la guarda como ella, como mis padres —que enseguida se entusiasmaron con la idea—, etc.
 
– Su vocación, entonces, era la escena.
Desde pequeño, la frase que he escuchado más veces es “Fele, haznos risa”. Mis amigos me la decían, se sentaban en un banco y yo hacía el botarate mientras ellos se tronchaban. Hacer el idiota es algo que he mantenido a lo largo de los años y que se me da bien [ahora es él quien se desternilla].
 
 

 
 
– De hecho, últimamente ha interpretado sobre todo comedia.
– Últimamente, porque antes me ha tocado hacer mucho drama, terror, suspense, etc.: Lágrimas negras, Los amantes del círculo polar... Pero, efectivamente, desde Continuidad de los parques he podido hacer más comedia, que es mi zona de confort, porque de natural tiendo más a reírme que a comerme el tarro. El drama me cuesta más. Estoy deseando que se estrene El club de los buenos infieles, de Lluís Segura, una película prácticamente improvisada y divertidísima.
 
– Ya que lo menciona, aparte de ‘El club de los infieles’, ¿tiene algo más en cartera?
– Hay otra película por estrenar que se titula Revolution, del mallorquín David Sousa y el francés Freddy Tort, que hemos rodado durante el verano haciendo malabarismos con las agendas. Es una película de acción hecha con muy poco presupuesto pero, por lo que he podido ver, con un resultado espectacular, lleno de ritmo.
 
– ¿Y algo que no se haya llevado a cabo aún?
– Hay algún proyecto más sin firmar de los que no puedo revelar gran cosa... En particular hay una película que, si se llega a hacer, supondría sacar adelante no un personaje sino EL personaje y, después,... poder morirme tranquilo. Cuando me lo sugirieron, casi me quedo sin aliento. El tío Ben le dice a Peter Parker: “Un gran poder conlleva una gran responsabilidad”. Bueno, pues este personaje es de ese calibre. Y me tengo que morder la lengua porque no puedo decir nada más.
 
   Se nos queda cara de lelos e insistimos, pero nos enseña la lengua entre los dientes y ríe travieso. Carmen Ruiz, acodada en la barra cercana, ríe también. Vale. Agitamos la bandera blanca.
 
 

 
 
Un pimpón con Pedro
– Después de trabajar para El Deseo en ‘Hable con ella’ y ‘La mala educación’, pasaron unos años de trabajos menos sonados. ¿Notó el bajón?
– Sí, es verdad. Hubo un impasse bastante sorprendente. No fue por falta de ganas, se lo aseguro. Es difícil de explicar. Por eso insisto en que hay que aprovechar el momento. En este oficio no sabes cuándo van a volver a llamarte. Sin embargo, creo que el final de La mala educación en 2004 o 2005 coincide con mi vuelta al teatro. Hice Flor de otoño en 2005 y después el monólogo Solomillo en 2007. Era el regreso a mis orígenes.
 
– Tampoco se le ha visto en la pequeña pantalla hasta hace unos años.
Hice un capitular para Telemadrid en una serie que se llamaba Capital en la que tenía que hacer de mí mismo. Lo hice como el culo. No sabía interpretar a Fele Martínez. En lugar de ser un poco “aguililla” y construirme un personaje resultón, quise hacer de mí como Dios manda y me puse nerviosísimo. Fue tal vez el peor día de rodaje de mi vida. Tuve poca vista. Muy poca vista [remacha entre divertido y arrepentido].
 
– ¿Cómo se lleva un bache de trabajo después de protagonizar una película de Almodóvar?
– Bien, no, desde luego. No soy de los que se cogen años sabáticos. Más bien soy de los que se cogen unas vacaciones de esas que llamamos “que te cagas” y a los quince días ya están inquietos pensando en lo que se puede andar cociendo por ahí.
 
 

 
 
– ¿Poder intervenir en ‘Hable con ella’ fue mérito de usted, idea de su representante o iniciativa de El Deseo?
– No lo sé. No sé si fue Pedro o fue al revés. Mentiría si dijera que lo sé. Pasó y para mí fue irrepetible. Trabajar en ese corto en clave de cine mudo del primer cuarto del siglo xx fue una maravilla. Era como bailar con Almodóvar; él proponía y yo añadía cosas, como en un partido de pimpón. Y cuando yo le lanzaba una pelota, él me devolvía veinte. Notas cómo se va enriqueciendo tu trabajo en la interacción con el director. Lo pasé genial, igual que en La mala educación.
 
– Era un corto onírico de aire daliniano insertado en mitad de la película.
– Sí, una mezcla de El increíble hombre menguante y... qué sé yo, el genio de Pedro.
 
– Hay una transformación física a lo largo de su carrera. Del greñudo de Tesis, al bien peinado de la etapa Almodóvar...
– No siga. El pelo. El pelo no dura, amigo.
 
– Bueno, no nos referíamos específicamente a eso.
– Ya, ya. Una transformación físico-capilar. Ja, ja, ja. Nos hemos hecho mayores. Está claro.
 
– Ha trabajado unas cuantas veces en Latinoamérica. La primera fue en ‘Tinta roja’ [2000], del peruano F. J. Lombardi, y once años después en ‘Sal’, una película chilena que tuvo largo recorrido en festivales...
– Y que aquí no se estrenó. Una lástima. No se consiguió financiación para que se estrenara en España. Hay dos películas que me dio mucha rabia que no se estrenaran aquí, una es Sal y la otra es la brasileña Carmo, de 2009. La verdad es que esta última sí que llego a tener estreno, pero no duró ni dos semanas en los cines. En esta, interpretaba a un parapléjico. Fue un trabajo duro, de esos que te gusta que la gente vea, pero pasó de puntillas.
 
 

 
 

Disfrutando del error
– Veinte años después de 'Tesis', ¿qué sueños se han cumplido y cuáles se han roto?
– Se han cumplido sueños como el de actuar en Mérida, que te llame Pedro Almodóvar, trabajar con Medem... El mayor sueño, de todos modos, es hacer lo que realmente me apasiona: interpretar tantos personajes y tan variados. Poder ser un día un tipo que se mete en la vagina de una mujer y al día siguiente un director de cine de los 80. Ser un contrabandista tullido en la triple frontera de Brasil, Bolivia y Paraguay, y de repente pasar a vivir la Revolución de los Claveles. Todo eso es lo que soñaba y sigo soñando. No le pido nada más a mi vida profesional. ¿Estados Unidos? ¿Hollywood? Pues sí, estaría muy bien. Pero también molaría Ámsterdam, o Turquía, o el desierto egipcio... Objetivos cortos.
 
– Ya lo explicaba antes.
– Y me lo confirmó mi terapeuta. “Tú, Fele, eres de objetivos cortos”. Con el trabajo, especialmente. Me gustaría hacer otras cosas distintas de la interpretación.
 
– ¿Como qué?
– Volver a dirigir un corto o dirigir una obra de teatro, por ejemplo. Es más factible el corto que la dirección teatral. Me gustaría probarme en ese terreno.
 
– ¿Y qué cualidades piensa que, con el tiempo, ha ganado como actor?
– Creo que he madurado bastante. Lo que antes hacía con mucha intuición, ahora lo soluciono añadiéndole método y técnica. He aprendido a perdonarme. En Continuidad de los parques, tenía un arranque de escena que no me salía y me llevaban los demonios. Me cogió Mencheta y me repitió algo que ya me había dicho Medem en su día, que debía disfrutar del error. Me obsesiono y me exijo mucho, pero últimamente he aprendido a gestionar mejor esto.
 
 

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Fele Martínez, en los tiempos de 'Tesis'

 
 
– ¿En qué asignatura de su profesión cree que necesita mejorar?
– Tengo que aprender a relajarme con escenas emotivas y dramáticas, las de llorar. Pero en Mérida me pasó que, con un monólogo, tuve un ahogo de emoción que me surgió de repente. Sin esfuerzo alguno, acabé llorando. Fue sorprendente: sin técnica, sin trucos, sin movidas, sin noches insomnes. Controlar la emotividad es un camino por el que transito cada vez con menos dificultad pero debo mejorar.
 
– Igual le hace falta un buen Bergman o un Lorca.
– Pues tal vez sí. Un “Bernardo Albo”. Voy peleando y desbrozando. La seguridad que tengo es que mi maratón es ascendente.
 
– ¿Sigue dándole al bajo eléctrico?
– Nuestra banda es una cosilla de aficionados al rock, a Nirvana, los Pixies, etc. Rulo Pardo, el batería, es actor como yo y tiene mil cosas que hacer siempre. Otro es auxiliar de vuelo y tiene horarios muy dispares. En fin, es dificilísimo cuadrar agendas, pero hemos llegado a tocar en directo para el público y nos gusta, la verdad. Ese, sin duda, es uno de mis objetivos: llegar a tocar bien el bajo, porque yo no soy músico. Toco de oídas; o, mejor dicho, aporreo de oídas.
 
– Dicen que es muy cocinillas. ¿Cuál es su plato estrella?
– Bueno, en la cocina me defiendo, que es distinto. Me gusta cocinarle a los demás; para hacer cosas para mí solo, soy un desastre. Si hago reuniones, preparo pucheros. A veces trato de lucirme con un plato que hacían mi madre y mi abuela, que se llama bollitori, típico de Alicante, un guiso de patatas con bacalao coronado en el plato con alioli y huevo duro. Contundente, como los Pixies.
 
   Es hora de salir a desentumecerse. Los primeros espectadores rondan la taquilla y alucinan porque todos los actores que verán en un rato ahí arriba se abrazan, besan y fotografían con sus colegas catalanes a la puerta del teatro. Foto de familia con papá Veronese en el centro. Y —a qué mentir— da gusto verlos.

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