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02-02-2017

 
Fernando Cayo



“Me he adentrado en la interpretación como un científico apasionado”


Empezó estudiando música y sus padres no veían claros los escarceos frente a la cámara. Pero este vallisoletano de paso enérgico ya ha conquistado los escenarios de medio mundo
 
 
TOÑO FRAGUAS (@antoniofraguas)
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha
Seis zancadas le bastan para cruzar los seis carriles del paseo del General Martínez Campos. Tal es el poderío de Fernando Cayo, también sobre las tablas. Camina impecablemente vestido, hablando por el móvil, en las inmediaciones del madrileño Teatro Amaya. Con ese mismo despliegue de energía y autoridad se subirá en unas horas al escenario para protagonizar Páncreas, de Patxo Tellería. Es el penúltimo trabajo de este vallisoletano nacido en 1968 y cuyo currículum resulta casi inabarcable. Actor, músico, productor, profesor… A sus espaldas, más de una treintena de montajes; entre otros, El Príncipe, Rinoceronte, La terapia definitiva, El curioso impertinente, El viaje del Parnaso y De ratones y hombres (por la que en 2012 fue elegido actor del año por los lectores de El País). Y además, otras tantas series de televisión (ahora en iFamily, y antes en El Caso, El comisario, 7 vidas, Adolfo Suárez, Los misterios de Laura o El Ministerio del Tiempo) y largometrajes (El lobo, El orfanato, Mataharis, 23-F: la película, La piel que habito, El desconocido...). Incluso sentado en mitad de un patio de butacas vacío, en penumbra, Cayo logra llenar el espacio de energía. ¿El secreto? Constancia y disciplina. 
 
 

 
 
– En una ocasión dijo que a Shakespeare le preguntaría por su infancia, para saber el origen de su manera de ser. Deje que le haga yo esa misma pregunta. ¿De dónde viene Fernando Cayo?
– Mi padre era un gran amante de la literatura clásica. A través de él me llegó todo el teatro del Siglo de Oro: Calderón, La vida es sueño, el Tenorio. Descubrí también a Allan Poe, Las mil y una noches… Los libros estaban en casa. Y mi madre era una gran melómana. Hija de inmigrantes españoles, nació en Cuba y tenía un amor extraordinario por la música: desde el jazz a la música clásica.
 
– No eran artistas.
– No lo eran. Mi padre era viajante y mi madre, ama de casa; sin embargo, había mucho interés por la cultura en mi familia. Con mi madre iba al teatro y a conciertos. A través de ella, con ocho años, empecé a estudiar música en el Conservatorio de Valladolid. Eso fue a lo primero a lo que me enganché artísticamente, antes que a la interpretación.
 
 

 
 
– ¿Le fue útil estudiar música?
– Desde luego. En el estudio de la música hay un sentido de la disciplina que me ha ayudado mucho a la hora de adquirir habilidades técnicas en la interpretación. Porque con la música sucede una cosa: si eres tenaz, lo puedes conseguir. Esa norma y esa disciplina se me quedó de la formación musical y me ha ayudado mucho después en mi carrera.
 
– Usted se inspira en actores muy disciplinados, la escuela del Este.
– Sí, hay una tradición de formación allí que es lo que absorbí de mis maestros en la Escuela de Arte Dramático de Valladolid, de Carlos Vides y Alfonso Romera. Vides venía de la escuela inglesa, de la RADA de Londres, y Romera venía de estudiar a Grotowski. Además, en Valladolid había un festival de teatro internacional muy importante y allí tuve oportunidad de ver teatro experimental, el teatro de la Taganka de Moscú, cosas de Kathakali… Mis referentes en aquel momento eran los actores del Este, que tenían una formación más profunda y una disciplina más potente. Luego estuve estudiando en Italia con Antonio Fava, en la Scuola Internazionale dell’Attore Comico, que era del método Lecoq. En fin, esa interacción entre el cuerpo, la voz y la energía es lo que ha marcado mi recorrido.
 
– ¿Su familia le apoyó?
– A mi padre le costó más que a mi madre. Hasta que no conseguí mi primer papel en televisión no se quedó tranquilo. Fue en Manos a la obra, una serie muy popular entonces, en la que estuve tres años.
 
 

 
 
– ¿Pensó entonces que podía ganarse la vida con la interpretación?
– No tenía seguridad en que pudiera ganarme la vida actuando, pero sí sabía que no iba a hacer otra cosa.
 
– ¿Cómo llega usted a Madrid?
– Cuando volví de Italia empecé a trabajar como profesional en Valladolid, pero me enteré de que en Madrid había un grupo, Teatro Guirigay, que viajaba por todo el mundo haciendo espectáculos de calle y de sala. Así entré en contacto con la escena madrileña.
 
– ¿Existe una verdad teatral, llamémoslo así, que solo sea accesible con autores determinados, o uno puede acceder a la verdad teatral casi con cualquier obra?
Hay muchos tipos de verdad, y eso se manifiesta a través del estilo. Para mí esto es importante y uno lo encuentra en el periodo de investigación. Cuando estás investigando en un proyecto te introduces en un universo particular. Ese universo tiene su verdad. No creo que haya un solo tipo de verdad.
 
– ¿Y todas son igual de valiosas?
– Yo creo que sí, siempre que de fondo haya un respeto por uno mismo, por lo que está haciendo y por los espectadores. Si tú tienes algo que aportar con ese proyecto, sea del tipo que sea, entonces todo es interesante. Yo siempre intento que las cosas en las que trabajo tengan un trasfondo que suponga algo de interés, riqueza, investigación, polémica, crecimiento, educación…
 
 

 
 
– ¿La crisis ha uniformizado el teatro?
– Creo que el momento creativo es muy bueno y que hay variedad, pero en momentos de crisis lo que tiene que ver con la experimentación y la innovación es lo que sale peor parado. El apoyo oficial debe estar con los que buscan innovar. Con los recortes nos han dado a entender que la cultura es algo superfluo, y no lo es. Es algo fundamental para el crecimiento de un niño. Hay lugares donde no ha habido recortes: Fuenlabrada es una ciudad pequeña con cinco teatros y un centro de arte contemporáneo a la altura de los mejores. O sea, que es posible mantener el nivel.
 
– También es importante que el público esté formado. ¿En unos años notaremos que no hay público capaz de disfrutar del teatro?
– Soy optimista. Hay público, un público repartido y gente joven que busca otras iniciativas; pero este país tiene pendiente una revolución educativa y cultural. Todavía no estamos al nivel de nuestros compañeros europeos.
 
 

 
 
– ¿Llegar al público es su única motivación?
– Para mí la interpretación y la creatividad son un camino de vida, de crecimiento personal, de búsqueda. Me ayudan a comprender mejor el mundo, a las personas que tengo alrededor y a conocer mejor mi cuerpo, mi voz y mi alma. Me he adentrado en esto como un científico apasionado. Eso es lo que me motiva. Creo que en esta vida tiene que haber un sentido de misión, entre comillas. Tiene que haber un motor. El mío es aportar luz, y eso se puede hacer muy bien a través de una cámara o desde un escenario. El público forma parte de ese todo. Hay una interconexión.
 
– ¿Qué ve usted aquí dentro, en este patio de butacas, en ese escenario?
– Veo espacio y energía. Es con lo que trabajo. Los teatros, los platós, los sets de rodaje… son espacio. He tenido ocasión de recorrer escenarios del mundo, el María Guerrero, el Piccolo de Milán, la Volksbühne de Berlín, el Teatro Griego de Atenas… y son espacios en los que la energía fluye entre los intérpretes y los espectadores. Esa energía deja una impregnación que se palpa incluso cuando están vacíos. Ariane Mnouchkine, gran maestra del teatro, decía que todo esto es cuestión de energía. Yo también lo creo.
 

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