Fiorella Faltoyano
“Respeto mucho mi carrera y no quiero estropearla con un mal papel”
Recordada siempre por ‘Asignatura pendiente’, es un referente de nuestra interpretación ya desde los míticos 'Estudio 1'. Ahora se resiste a aceptar nuevos papeles, pero no le importa hacer memoria de lo vivido. Que es mucho
PEDRO PÉREZ HINOJOS (@pedrophinojos)
Reportaje gráfico: Enrique Cidoncha (@enriquecidoncha)
Fiorella Faltoyano (Málaga, 1949) ha tenido que plantar cara a duras pruebas en más ocasiones de las que le hubiera gustado. Pero ser actriz le ha sido de mucha ayuda para salir airosa. Conocer a su verdadero padre al borde de la adolescencia, cargar con molestas etiquetas a raíz de sus trabajos en cine durante la Transición o caer a plomo en el olvido a esa edad en la que las actrices se convierten en invisibles son algunos de esos tragos amargos. Ha levantado una abigarrada carrera en televisión, cine y teatro con la que ajustó cuentas, a la par que conjuraba demonios íntimos, en sus exitosas memorias Aprobé en septiembre. Ahora, en su reposada madurez, empieza a acumular reconocimientos (esa Biznaga de Oro del Festival de Málaga de 2017) y siente que su existencia acaricia el sobresaliente.
- ¿En qué punto está ahora su carrera?
- Mi carrera de actriz y yo nos hemos abandonado un poco mutuamente. Las ofertas que me llegan no las veo aceptables y yo cada vez me desintereso más. He tenido una carrera larga, en la que he hecho de todo, y la respeto mucho. Y me da pena estropearla con un mal papel. Además, no sufro la ansiedad de aceptar lo primero que me echen.
- Revisando su biografía, da la sensación que decidió ser actriz más por necesidad vital que por vocación.
- Así es. Descubrí muy joven que meterte en la piel de otra persona resultaba muy saludable, muy terapéutico. También influyó el criterio de mi madre, que siempre me dijo que no valía para otra cosa. Y yo me lo creí.
- ¿Qué recuerdo le queda de los comienzos?
- Estudié la carrera de Arte Dramático en el teatro Ara de Málaga. Empecé muy jovencita, con 14 años. Y tengo un recuerdo maravilloso. Fue la primera etapa de mi vida, entre la niñez y la juventud, en la que me sentí realmente bien. Hasta entonces mi vida había marchado regular, con una situación familiar muy complicada. En cierto modo, estudiar interpretación me salvó la vida. Tuve la suerte de contar con una maestra prodigiosa, casi una madre, como Ángeles Rubio Argüelles y de trabajar muy pronto en teatro.
- ¿Y la adaptación a la tele?
- Luis Escobar me ofreció trabajo y me vine a Madrid, que era mi meta. Busqué un representante y además tenía la suerte de que en Málaga conocí a muchos de los realizadores de TVE, por haber dirigido teatro allí, como Alfredo Castellón, que también murió hace poco, o Chicho Ibáñez Serrador. Y enseguida me surgieron oportunidades.
- Entró además por la puerta grande: Novela o Estudio 1.
- Fue una suerte inmensa. Fui enganchando una grabación tras otra y he perdido la cuenta de la cantidad de obras que hice. Éramos un grupo de unos 40 o 50 actores que siempre estábamos aquí o allá. Supongo que alcanzamos el nivel de exigencia que se pedía en aquella televisión donde no se editaba y se grababa de un tirón un bloque desde el comienzo hasta la primera pausa publicitaria. Trabajé con todos los grandes: Bódalo, Rodero, Closas, Luisa Sala…
- ¿Le costó seguirles el ritmo?
- Se aprendía rápido. El inconveniente de trabajar tanto en televisión es que tuve que dejar de lado el teatro. Era imposible compaginarlos. Otro inconveniente es que, para muchos productores y directores, te incapacitaba para el cine, y solo te ofrecían bodrios. Como es lógico, entre un Shakespeare para la tele y una birria de película de destape, me quedaba con el Shakespeare.
- Con todo, su nombre sigue soldado al personaje de Elena en Asignatura pendiente. ¿Le molesta que se le recuerde tanto por esa película?
- En absoluto. Le tengo mucho que agradecer. Sí me da pena que ensombrezca el resto de cosas que he hecho, muchas y diversas. Pero esa película es un título señalado en la historia de nuestro cine.
- ¿Y cuáles de esos trabajos ensombrecidos recuerda con especial cariño?
- Hay muchos. En teatro le guardó muchísimo cariño a La calumnia (2006), una obra que hice con Cristina Higueras. Fueron 10 días de representaciones y llenamos los 10 el teatro Albéniz. Una maravilla. En cine, por ejemplo, le tengo mucho afecto al papel que hice en Canción de cuna [1994], de Garci. Y en televisión hice una serie, Tango [1992], con Sancho Gracia, Antonio Ferrandis y un repartazo, de la que guardo un recuerdo espectacular.
- Ha citado a Garci, un director crucial en su carrera, aunque alguna vez ha dicho que le perjudicó que se le vinculara tanto a él. ¿Cómo es eso?
- El enorme éxito de Asignatura pendiente, y que yo me convirtiera algo así como “la chica de Garci”, me alejó de otros directores que me interesaban. Parecían tener un prejuicio, una especie de miedo a verse relacionados con un tipo de cine y un cineasta que siempre ha ido por libre. Algo que nunca acabé de entender. En este país todo funciona mucho a base de bandos, de estar en uno y en otro. Pero no me quejo de que me asocien a Garci. Es un privilegio haber trabajado a su lado.
- En su biografía tiene mucho peso José Luis Tafur. ¿Hubiera sido igual su carrera de actriz de no haberse cruzado en su camino?
- Creo que sí. Conocí a José Luis cuando era un realizador y me llamaron para hacer un programa con él. Y luego iniciamos una relación sentimental que duró 30 años. Pero apenas coincidimos en el trabajo. José Luis me influyó más en lo personal. Aunque suene a cursi, fue algo así como mi Pigmalión, la persona que me enseñó a vivir.
- ¿Y qué le ha aportado su pareja actual, otro hombre de cine como Fernando Méndez Leite?
- Fernando me ha aportado mucho en lo profesional. Con él hice uno de mis últimos trabajos en televisión importantes, La Regenta. Y me ha dirigido en tres obras de teatro, Agnes de Dios, Galdosiana y La calumnia. Es muy difícil, en cualquier caso, separar lo afectivo de lo profesional cuando estás junto a personas como Fernando o José Luis.
- De sus memorias deduje que se considera una mujer plena y privilegiada.
- Siento que lo soy por el hecho mismo de haber vivido lo que he vivido, con mi madre, mi padre, mi no padre, mis angustias, el problema de resolver mi identidad; de haber sabido procesar esos avatares y de haberlo sabido plasmar por escrito. Luego, por puro azar, lo que era solo un relato para mí, salió a la luz pública en forma de libro, llegó al público y ha tenido mucho éxito. Es un regalo que la novela de mi vida haya emocionado a tanta gente.
‘La vida es sueño’, de un día para otro
Desde muy joven, Fiorella Faltoyano disfrutó del privilegio de participar en dos de los programas dramáticos que son leyenda en TVE, Novela y Estudio 1. Clásicos de la literatura y del teatro universal desfilaron en horario prime time con audiencias millonarias, en unos espacios que comenzaron a programarse a mediados de los sesenta y se emitieron durante casi dos décadas. Las grabaciones, eso sí, eran demenciales. Faltoyano recuerda como un domingo por la tarde, en el descanso entre función y función de la obra que estaba representando, apareció por el camerino el célebre realizador Pedro Amalio López para ofrecerle el papel de Rosaura en La vida es sueño: “Y yo, con 19 años, no cabía en mí de gozo. Me entregó un tocho y me dijo: ‘Mañana te esperamos a las ocho de la mañana en Prado del Rey para empezar a grabar’. Y en cuanto acabé la función, me fui a casa, me pasé toda la noche estudiándome el texto, acudí a la grabación y por la tarde seguí con mis dos funciones en el teatro. Una brutalidad”.