FUERA DE CAMPO
Segundas oportunidades
ELISA FERRER
Fue el invierno de 2013, aún me acuerdo, cuando me perdí El cojo de Inhismaan en el Teatro Español. Estuve fuera de Madrid esos dos meses y me quedé sin ver el texto de Martin McDonagh, el Tarantino del teatro, dirigido por Gerardo Vera. No pude disfrutar de grandes intérpretes como Terele Pávez, Marisa Paredes o Irene Escolar convirtiendo a los personajes en carne, en hueso, en teatro. Leí críticas que me pusieron los dientes largos y me quedé con ganas, muchas, de ver sobre las tablas un texto del dramaturgo inglés.
Esta semana, siete años después, siete años cargados de mudanzas internacionales, nacionales, de cambios de ciudad, encontré que el Teatre Micalet había programado El malfet d’Inishmaan, dirigido por Joan Peris. En esta adaptación son Pilar Almeria, Josep Manel Casany, Héctor Fuster, Dani Machancoses, Pilar Matas, Isabel Requena, Laura Sanchis, Bruno Tamarit y Guille Zavala quienes dan vida a los habitantes de la pequeña isla irlandesa, esos que sueñan con navegar a la isla vecina para aparecer en el documental de Robert Flaherty, Hombres de Aran, y así poder huir de Irlanda, de su miseria, conseguir triunfar en Hollywood.
El texto me pareció una delicia, a pesar de que había leído maravillas y ya sabemos lo que ocurre con las expectativas altas. Una comedia negra en la que es difícil no reír, pero reír con la congoja agarrada al pecho, con el «ay» entre los dientes. Me enamoraron el personaje de Johnnypateenmike, el cotilla del pueblo, que vende sus chismes a cambio de comida, a cambio de alcohol, interpretado con maestría por Josep Manel Cassany; o el de Helen McCormik, la chica dura, deslenguada y aficionada a romper huevos sobre las cabezas de los hombres que la molestan, que son muchos, a quien Laura Sanchis encarna con desparpajo. Y, claro, Billy El Cojo, brillante Bruno Tamarit, que vive acostumbrado a recibir golpes del destino, insultos, pero nunca pierde la esperanza. En febrero la obra vuelve al Micalet, si estáis por València os recomiendo muchísimo que la apuntéis en la agenda.
Fue a principios de este año, aún me acuerdo, cuando no pude ver Future Lovers en los Teatros del Canal. Tras asistir al pase de Cine en 2018, me prometí no perderme nada, nunca, de la compañía La Tristura. Este fin de semana han traído sus Future Lovers a la Sala Off de València en su versión unplugged: desnuda, pura, sin escenografía, sólo con Sara Toledo, Pablo Díaz, Manuel Egozkue, Gonzalo Herrero, Itziar Manero, Siro Ouro y sus móviles en el centro del escenario, mientras los espectadores, que nos acomodamos a su alrededor como ante una hoguera, sentíamos que todo se prendía, a pesar de la iluminación tenue, íntima, porque las interpretaciones de estos actores adolescentes son puro fuego, de una fisicidad arrolladora, de una frescura brutal.
El texto de Celso Giménez, escrito con la colaboración de Itsaso Arana y Violeta Gil, y dirigido por los tres, zarandea, porque ver Future Lovers es volver a una noche de nuestra adolescencia, volver a experimentar que eres especial, que el mundo es tuyo, que la vida, por un par de horas, te pertenece, porque «yo no quiero ser como la gente», y darte cuenta de que a los dieciocho, a los veinte, sentirte especial es sentirte vivo, dudar, atreverte. Fue así para los adolescentes de antes, para los de los ochenta, los de los noventa, lo es para los adolescentes de ahora, los que nacieron después del año dos mil. Porque ser adolescente hoy puede ser distinto –redes sociales, libertad sexual–, pero es lo mismo, es saber que es el momento de las decisiones que marcarán tu camino, de alejarte de tus padres, de avanzar sabiendo que comprometerte con algo también puede suponer dejar de lado cosas que importan, perderlas, para ganar otras. Y los personajes de Future Lovers empiezan a comprenderlo en esa noche en la que se prenden, y ríen, y hablan, y bailan ante un público feliz de regresar a una fiesta así, como las que seguramente vivió alguna vez, una noche de descubrimiento, de amor, de pérdida de la inocencia, de regresar a tus propias revelaciones, de reflexionar sobre si le has sido fiel a quien querías ser entonces, de tener la esperanza, durante el hechizo de la función, de que quizá le has fallado, pero aún queda tiempo para arreglarlo.
El malfet d’Inishman y Future Lovers, dos textos sin nada en común, dos puestas en escena totalmente distintas, dos obras difíciles de comparar, aunque ambas consiguen recordarnos lo maravilloso que es siempre disfrutar del buen teatro.