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FUERA DE CAMPO

Un lobo para el ser humano

 ELISA FERRER

Ilustración: Luis Frutos

 

El inicio de 2021 me pilla sumergida, en cuanto a ficción se refiere, en los mundos distópicos que intenté evitar durante los meses de confinamiento del año pasado. Conseguí sortear realidades futuras capaces de alienar a la humanidad entre mi selección de ficciones de aquellos meses. No me resultaban apetecibles, ya me sentía como una extra de película futurista (de las que dan bajona) cuando salía de casa sólo para abastecerme, el rostro medio tapado, los ojos bajos, escuchar el estruendo de helicópteros en el cielo, nadie por la calle. 


Lo sé, hablar de esto ya cansa, sólo era una introducción para contaros que ha empezado 2021 y, de repente, en lugar de evitar las distopías, las abrazo. En la mesilla de noche tengo a medio terminar la novela cumbre de Margaret Atwood, El cuento de la criada, y he visto la serie, así que ya sabía a lo que me atenía cuando comencé a leerlo. Alguna que otra noche me subo a la nave Battlestar Galactica para acompañar a sus tripulantes en la búsqueda del planeta Tierra, la tierra prometida, con tal de salvar a la especie humana; y en estos días de inicio de año también he decidido ver, por fin, esa película que evité durante todo el 2020, por mucho que gente de confianza me la recomendara en casi cada conversación (vía Zoom, claro), El hoyo, de Galder Gaztelu-Urrutia. 


La película de ciencia ficción del director bilbaíno fue una de las propuestas para representar a España en los Óscar, aunque finalmente la candidata haya sido otra que también ocurre en un espacio de reducidas dimensiones, La trinchera infinitaEl hoyo apenas tuvo éxito comercial en sus dos semanas en cartel en 2019, pero al llegar a Netflix arrasó, llegando a ser una de las películas más vistas en la plataforma el año pasado. Pero ¿qué tiene El hoyo para gustar tanto? Sin duda, su planteamiento original, radical, el espacio en el que transcurre, un hoyo profundo, con más de 200 plantas y un ascensor que las comunica. Y, aunque no nos cuente nada nuevo, uno de sus mayores atractivos es incidir en eso que ya sabemos, pero necesitamos entender, eso que decía Hobbes de que «el ser humano es un lobo para el ser humano» (y aquí me he permitido cambiar un poco la cita, por lo de que «hombre» resulta reduccionista para el conjunto de la especie humana). 


Durante hora y media entramos en el hoyo que da título a la película (recuerda a ese cubo asfixiante de Cube, de Vincenzo Natali, referente claro), y parece sumirse hasta el infinito. En ese hueco, junto al protagonista, Goreng (Iván Massagué), empezamos a comprender el mecanismo de tan absurdo lugar. En cada planta habitan dos personas desconocidas a priori y se alimentan gracias a una plataforma repleta de comida que desciende a lo largo del hoyo. Comida que abunda en las primeras plantas, claro, pero que a medida que la plataforma desciende, empieza a escasear. Una metáfora poco sutil del mundo en el que vivimos, en el que los de arriba lo abarcan todo, y apenas dejan migajas para aquellos que desde abajo sostienen el sistema. 


Antonia San Juan, Zorion Eguileor, Emilio Buale o Alexandra Masangkay consiguen con sus interpretaciones certeras que ese espacio se vuelva real, claustrofóbico; e Iván Massagué nos lleva de la mano y con él sentimos miedo, tristeza, impotencia, y las contradicciones de siempre, esas de las que es imposible deshacerse. 


Quizá me habría gustado saber más sobre el porqué del experimento sociológico al que se someten los personajes (si es que lo es), quizá he echado en falta algo de sutileza en el mensaje, pero, aun así, he vivido una hora y media pegada a la pantalla, sumergida en ese hoyo opresivo, arrastrada por el argumento adictivo, espídico, una bofetada que trata de azuzar, despertar, gritarnos al oído que algo no funciona en ese sistema vertical (en este sistema vertical), gritarnos al oído que la ciencia ficción patria tiene futuro. Un futuro que pinta más utópico que distópico, todo sea dicho.  

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

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