FUERA DE CAMPO
Sin páginas en la historia
ELISA FERRER
Es tarde y tengo cosas que escribir, cosas que leer, que hacer, pero entro en Google sin parar para buscar información que no necesito –en la era de internet qué difícil resulta no procrastinar–. Una búsqueda lleva a la otra y, sin saber cómo, encuentro un artículo de mayo del año pasado (ese 2020 que sigue, que nunca terminó): La primera directora de cine española. Antes de leerlo, me pongo a prueba, ¿quién es? Me vienen a la cabeza Rosario Pi y su película El gato montés (1935), pero al leer el artículo descubro que pocos días antes del confinamiento, la Filmoteca Española descubrió un cortometraje donado al archivo en los años ochenta, un documental dirigido por una mujer, María Forteza. Mallorca, el corto de ocho minutos que parece haber sido realizado en el período de 1932 a 1934, es un documental sobre la isla balear y nos descubre que Rosario Pi no fue la única mujer que se puso tras la cámara en aquella época, que seguramente hubo más directoras de las que no sabemos nada. Creadoras a las que la industria y la historia dieron la espalda.
Sigo googleando y me topo con Elena Jordi, con Helena Cortesina, pioneras del cine mudo español, las primerísimas (googleen, googleen). Y pienso en cuántas mujeres más debieron filmar y nos son desconocidas, mujeres que no se suelen nombrar en las clases de historia del cine, y pienso en cuántas más lo intentaron, cuántas se quedaron en el camino.
Recuerdo que hace un par de años vi un documental sobre la primera directora de cine de México, la primera de Latinoamérica, Matilde Landeta (1992), dirigido por Patricia Martínez de Velasco. Este recuerdo me lleva a continuar con la procrastinación (se está poniendo interesante) y descubro que el documental está en YouTube, en el canal del Centro de Capacitación Cinematográfica, y claro, lo revisito. Es emocionante ver a Matilde a sus 76 años cumpliendo un sueño: volver a dirigir una película después de cuarenta años. Verla dar indicaciones a actores, actrices, al director de fotografía, verla disfrutar, poner en pie una película con el saber de quien conoce el oficio, de quien vive por y para él. En el documental, Matilde dice que lleva cincuenta y ocho años trabajando en el cine y que es imposible contarlo de forma breve porque es una lucha larga. Muy larga.
Su idilio comenzó cuando fue a un rodaje para visitar a su hermano, el actor Eduardo Landeta. Nada más entrar, Matilde supo que se iba a dedicar al cine, que el cine era su vida. Empezó como script y siguió en el puesto más de treinta años. Tenía méritos de sobra para ascender, para convertirse en asistente de dirección, pero los de la unión no la dejaban, a pesar de tener el talento, la experiencia, a pesar de su obstinación. Había un impedimento y ella lo sabía: era mujer. Harta, Matilde se vistió con un traje de chaqueta, escondió su cabello bajo un sombrero, se puso un bigote falso y entró en un rodaje gritando “¡Silencio!”. Y lo consiguió, consiguió ser asistente de dirección. Pero cuando quiso dirigir, las complicaciones fueron a más, daba igual que tuviera un buen guion, daba igual que tuviera talento. Hipotecó su casa, la de su hermano, vendió su coche, y con ese dinero consiguió rodar tres películas, Lola Casanovas (1948), La negra Angustias (1949) y Trotacalles (1951). Películas que le siguieron reportando beneficios hasta el final, que funcionaron, películas en las que, de algún modo, cuestionó las imposiciones de género a través de sus personajes. Pero después de Trotacalles, tardó cuarenta años en volver rodar. Los productores mexicanos no financiaban películas dirigidas por mujeres. Matilde ya no tenía más casas que hipotecar, así que empezó a trabajar en Estados Unidos como guionista. Fue en 1991, ocho años antes de su muerte, cuando por fin pudo escribir y dirigir su última película, Nocturno a Rosario.
Matilde, como tantas otras, luchó por hacerse un hueco en un mundo dominado por los hombres. Aunque, curiosamente, la primera persona que dirigió una ficción cinematográfica fuera una mujer, Alice Guy, algo que no se nos contó, aunque ella insistiera en hacerse un hueco en las páginas que narran los inicios del cine. Queremos saber más sobre estas mujeres tras las cámaras, queremos ciclos en los que poder ver sus películas, queremos que se reescriba la historia del cine. Una historia que, por fin, les haga justicia.