FUERA DE CAMPO
El tiempo es el que es
ELISA FERRER
En los noventa, el ritual de la cena entre semana en mi casa, que exigía la ausencia de tele y de radio para poder contarnos el día, finalizaba como muy tarde a las nueve y media (ni un minuto más). Tiempos ajustados que venían impuestos por un tótem invisible que ni siquiera nombrábamos, pero que se hacía presente en la rapidez con la que quitábamos la mesa, cargábamos el lavavajillas o nos lavábamos los dientes: la parrilla de programación televisiva. De lunes a jueves siempre había una serie que ver después de los informativos. Una serie a la que unos días más, otros menos, mi familia estaba irremediablemente enganchada. Guardábamos una noche a la semana para el doctor Nacho Martín, otra para asistir a una terapia de grupo, otra éramos periodistas, también trabajamos para las fuerzas del orden e, incluso, durante un tiempo, regentamos un bar al que siempre venía la misma gente a engrosar cuentas infinitas a su nombre que nunca liquidaban.
Hoy, muchos años después (tampoco tantos no nos dejemos corromper por la nostalgia), la parrilla de programación televisiva ha perdido su aura de reloj, de agenda, de calendario, sepultada por plataformas que con un par de clics nos llevan a ver la serie que deseamos a la hora que deseamos: lunes, martes, miércoles y jueves distinguibles por sus rutinas, indistinguibles por sus ficciones. La comodidad del binge watching, tragarse horas y horas de la serie que ha conseguido que nos enganchemos, los párpados pesados, la tentación del siguiente capítulo que entra en tres segundos, en dos, en uno, y la poca fuerza de voluntad para darle al pause, “uno más, y a dormir, esta vez en serio”.
Pero entre abril y junio, mi pareja y yo encontramos un brillo especial en los martes, un destello que los distinguía del resto de los días y nos obligaba a organizar mejor la tarde para cenar pronto, ponernos el pijama, y así poder repantigarnos delante de la tele después de la predicción del tiempo (esa foto tan de antaño). Porque los martes era nuestra cita ineludible, la que preparábamos con mimo y alargábamos después: la noche de El Ministerio del Tiempo, la noche de viajar a otro siglo, de recordar los desastres que provocó Fernando VII, de emocionarnos con Almodóvar cuando ni siquiera imaginó que ganaría un Oscar, de viajar a París y conocer el estudio de Picasso, sus monstruos.
En la última temporada celebramos la vuelta de Rodolfo Sancho, echamos de menos a Aura Garrido y a su Amelia, aplaudimos de pie, como si nuestro salón fuera un patio de comedias, a Nacho Fresneda y a Hugo Silva (menudos bestias, qué frescura, pura diversión); y ahora tratamos de acostumbrarnos a los martes sin las maravillosas interpretaciones de Jaime Blanch, Cayetana Guillén Cuervo, Juan Gea, Francisca Piñón, Macarena García o Julian Villagrán, cuyo rostro, para siempre, será el de Velázquez.
Sin grandes despliegues de extras, con un vestuario y una escenografía impecables, asistíamos a batallas, a momentos históricos, a momentos anónimos pero fundamentales para escribir el relato de la historia que, en muchos capítulos, se desmontaba con solo cambiar el punto de vista. Una serie creada por Javier y Pablo Olivares que narra el pasado, pero nos arma de claves para entender el presente. Un Ministerio en el que, a pesar de los chistes sobre los recortes a la administración pública, la burocracia no se atasca entre una ventanilla y otra; donde hay humor, pero también tristeza y frustración porque la historia, aunque se pueda pasear por ella, es intocable. E injusta e incómoda.
Por suerte, en estos tiempos (el futuro para algunos personajes de la serie) quienes nunca os hayáis acercado al Ministerio en la calle Duque de Alba de Madrid, un portón viejo y pintarrajeado que esconde un mundo que ríete tú del Delorean de Doc, siempre podéis obviar aquello del ritual de los martes y, sin siquiera recurrir a puertas para viajar por el tiempo, disfrutar de esta gozosa lección de historia en rtve.es, la única serie de aventuras en la que el Maneras de vivir de Rosendo se bate en elegante duelo con los versos de Lope de Vega.