FUERA DE CAMPO
La valla a la que nunca miramos
ELISA FERRER
En estos meses en los que viajar se ha convertido para la mayoría en un recuerdo borroso, en un lujo de otra época, ver planos cenitales, abismales, de selvas, mares, acantilados, de ríos, de la sabana, lugares difíciles de imaginar desde aquí, es un regalo que impresiona. Los paisajes de Benín, país africano que acogía por vez primera un rodaje internacional, abren Adú, la película de Salvador Calvo que se ha hecho con 13 nominaciones a los Goya, entre ellas a mejor película, dirección, actor de reparto y actor revelación. Con este carro de nominaciones, Adú, que se estrenó en enero del año pasado, vuelve a estar en los cines y también se puede ver en Netflix.
Yo corrí a la sala de cine porque quería ver qué pasa con Adú, qué tiene la película de Salvador Calvo. Y tiene una fotografía poderosa, sugerente; tiene la capacidad de acercarnos a una realidad a la que nunca miramos, una realidad que debe ser contada, denunciada. Y tiene, sobre todo, a Moustapha Oumarou. Con sus seis o siete años, Oumarou posee un don para interpretar, una expresividad increíble, la cámara lo adora, y su mirada cuestiona, interpela, cuenta, se come la pantalla, se come la película. Una película coral compuesta por tres historias sobre el drama de la migración, una que narra la huida de Adú (el propio Oumarou) y su hermana desde una pequeña aldea de una región de Benín para tratar de llegar a España; otra que cuenta la lucha de un activista medioambiental contra la caza furtiva de elefantes y que espera la visita de su hija, con la que mantiene una relación complicada, y, por último, la historia de tres guardias civiles que se ven envueltos en la muerte de un inmigrante que intentaba saltar la valla de Melilla. Tres historias vinculadas por un pequeño hilo y que pretenden poner rostro, carne y hueso a una situación que explota en nuestras fronteras, que muchas veces, demasiadas, llega a su fin en el Mediterráneo, que aboca a las personas al límite de arriesgar su vida para emprender un viaje sin garantías en busca de un futuro mejor… para descubrir, al llegar a su destino, si es que consiguen hacerlo, que allí nada será sencillo.
Luis Tosar, sobresaliente como siempre, se pone en la piel del activista que lucha por defender a los elefantes, salvar sus vidas, mientras es incapaz de ayudar a su hija, interpretada por Anna Castillo, de conectar con ella. Álvaro Cervantes, nominado al Goya a mejor actor de reparto, es uno de los agentes de la Guardia Civil que trata de lavarse las manos por la muerte de un migrante en la valla. Pero de todas las nominaciones, la que más aplaudo es la de Adam Nourou como actor revelación. El joven interpreta a Massar, un acompañante fundamental para Adú en su viaje. Echo de menos, eso sí, una nominación para el pequeño Omarou, que con su magnetismo consigue que la película, que se iba a titular Un mundo prohibido, termine por llamarse como el personaje que interpreta.
De las tres historias que nos plantea este drama social, sólo una, la de Adú y Massar, consigue atrapar, engancha, se hace grande a medida que avanza la película, mientras las otras dos quedan deslavazadas, empequeñecidas por la potencia de esa huida en la que un niño demasiado pequeño intenta sobrevivir a un viaje inclemente, cruel, tras el que nada será lo mismo para él, que marcará su vida. Impacta y da cierta vergüenza haber empezado la película pensando en las ganas de viajar, cegada por esos paisajes maravillosos, empezarla con el pensamiento puesto en ese lujo de persona privilegiada, y avergüenza después de ver lo duro que resulta ese viaje iniciático de Adú, pura supervivencia. Un viaje en el que cada año se embarcan miles de personas, muchas veces sin éxito. Y muchas de estas personas, demasiadas, son menores que sólo desean tener oportunidades, la posibilidad de vislumbrar un futuro, la necesidad de una vida mejor.