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FUERA DE CAMPO

Rodeos

 ELISA FERRER

            

 

Nada más se estrenó Pretend it’s a city, me enganché, devoré esa belleza de serie documental de Martin Scorsese, puro divertimento y gusto, en la que el director conversa con la asombrosa Fran Lebowitz, escritora en bloqueo desde hace más de 30 años, sobre Nueva York, la cultura, los turistas, la vida. Me reí a carcajadas con las ocurrencias de Lebowitz, tanto que, tras ver el último capítulo, reenganché con el primero, en bucle. Entre tantas afirmaciones ingeniosas que suelta Lebowitz (dan ganas de ver la serie tomando apuntes, es una clase magistral), pienso en una de sus manías: la que la obliga, cada vez que tiene que ir a Times Square a ver una obra de teatro, a dar un rodeo tremendo para intentar pisar lo menos posible esa zona que le resulta abominable, diseñada para los turistas, con decisiones urbanísticas espantosas que nada tienen que ver ya con lo que fue Nueva York.


La manía de Lebowitz me lleva a recordar que cuando yo vivía en Madrid y pasaba por la Gran Vía también daba un rodeo absurdo para evitar ese H&M enorme que tiempo atrás fue el Cine Avenida. Me dolía su presencia. Y me cabreaba pasar por los cines Luna y verlos convertidos en un gimnasio gigante coronado por una terraza (roof la llaman, para que sea más cool) donde tomar cócteles con los pies metidos en una piscina de agua recalentada por el sol inclemente del agosto madrileño, o cuando paseaba por la Plaza del Carmen y veía la imponente fachada de los cines Madrid devorada por un luminoso del Media Markt. Desde que vivo en Valencia la manía sigue, y evito cruzar la avenida del Regne por la intersección en la que estaba el ABC Martí, o pasar por delante de los cines Aragón, cerrados sin remedio, o por la plaza en la que estuvieron los cines Albatros, esos a los que Ventura Pons intentó reanimar sin éxito.


Ver un cine cerrado es doloroso, una estocada a la cultura, una herida que se desangra entre luminosos de franquicias y tiendas fotocopiadas. El lunes cerraron temporalmente los Babel, cine de referencia en la ciudad; también bajan la persiana por un tiempo los Kinépolis, los Yelmo de media España y muchos otros. De hecho, más del 70% de las salas de cine de España están cerradas por la pandemia, a pesar de que sabemos que la cultura es segura.


Pero los estrenos siguen, arrebujados bajo la manta en nuestro sofá. El viernes estuvimos en el de la nueva película de Kike Maíllo, Cosmética del enemigo, en Filmin. La película, una adaptación de la novela de Amelie Nothomb, es un thriller en el que el suspense se consigue a través de los diálogos, a través de las interpretaciones de Athenas Strates (versión femenina del Texel Textor masculino de Nothomb), Thomasz Kot, Dominique Pinon o la fantástica Marta Nieto, la única española de este reparto internacional. El duelo entre Strates y Kot es lo mejor de la película; ambos son capaces de sostener con pulso el diálogo, a pesar de que resulte pretencioso a veces, demasiado literario casi siempre. El final podría resultar inesperado, pero quizá ya lo hemos visto antes y eso, quieras que no, desluce. Pero a pesar de lo desigual de la película, hay que destacar que Maíllo incorpora elementos visuales novedosos, creativos, que consiguen transportarnos a una atmósfera, que sintamos que nuestros dedos rozan las texturas, que seamos capaces de saborear la comida basura que Texel Textor engulle entre un secreto oscuro y el siguiente.


Un estreno en Filmin o en cualquier otra plataforma te puede salvar a ratos, pero asusta que no sólo sea la pandemia la que obliga a echar la persiana a tantas salas. La cantidad de oferta a golpe de mando también aleja a mucho público de los cines. Gente que olvida el ritual de comprar la entrada, de arrellanarse en la butaca y hacerla suya por un rato, que se apaguen las luces y el sonido los envuelva, que la historia los transporte. Yo, sin duda, cuando llegaron los créditos de Cosmética del enemigo eché de menos la pantalla gigante, el anonimato, la oscuridad de la sala, los móviles apagados, no tener a mano el mando a distancia, su botón del pause, nada ni nadie que te entretenga, que te obligue a levantarte, y al final, ponerte en pie como en trance, venida de otro mundo, recién aterrizada en este. Eché de menos estar a solas con la película y vivirla de verdad, como se viven las historias en una sala de cine.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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