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FUERA DE CAMPO

My Mexican bretzel, o cuando el cine es vida

 ELISA FERRER

            

 

Lo analógico venía con la emoción añadida de la espera. Esperar al revelado, a rebobinar para reproducir, a imaginar la película sólo con ver los fotogramas a contraluz antes de la magia del proyector. Lo digital se consulta rápido, se apila sin ocupar espacio. Es cómodo, práctico, y quizá añorar lo analógico forma parte de esa serie de nostalgias en las que caigo con facilidad, pero que idealizan una realidad en la que acceder a la imagen o al sonido era más complejo, menos democrático. Aunque no nos engañemos: imaginad encontrar un montón de vídeos y fotos en el disco duro de un ordenador en el sótano de vuestros abuelos… Ahora, en cambio, imaginad que lo que encontráis son latas y latas de bobina de película, muchas bobinas, en ese mismo sótano. Latas que ocupan espacio y esconden un misterio que no se puede revelar al instante, y hay que cargarlas en el coche e ir descubriendo, poco a poco, las imágenes archivadas, ese found footage que ha sobrevivido al polvo, a la humedad, al paso del tiempo, y con él, ir descubriendo una vida que desconocías. Emociona más, ¿verdad?


Hace diez años, Nuria Giménez Larang fue con su madre a Suiza para desmontar la casa de su abuelo fallecido, recoger sus cosas o donarlas, y encontró en el sótano unas 50 bobinas de cine. Decidió cargarlas en el coche y llevárselas a Barcelona, segura de que ahí había algo interesante, importante. Aunque pesaban mucho, ocupaban mucho, el misterio de su contenido pudo más. Y lo que encontró en esas latas que viajaron hasta aquí fueron casi 30 horas de metraje en el que aparecen sus abuelos, siempre sonrientes, siempre de viaje, en lugares excepcionales, en una vida sólo reservada a las clases altas, y más en aquellos años, los cincuenta, los sesenta.


Con esas horas de imágenes luminosas, coloridas, hipnóticas, brutalmente bellas, de las que, imagino, se iba enamorando, la directora selecciona, monta y dota de una nueva vida esos fotogramas en una especie de efecto Kuleshov continuo con el que narra una ficción que nos sumerge en estas grabaciones carentes de sonido, pero envueltas, a veces, en un ruido que las vuelve, si cabe, más reales, y provoca que se llenen de capas. Capas que existían en las miradas, las sonrisas que, si se observan en detalle, por momentos se congelan y se convierten en muecas. Y de esas capas que se intuyen, Nuria extrae una historia que, narrada con líneas de texto sin voz que acompañan a las imágenes, nos lleva de la mano y nos sumerge hasta vernos atrapadas por una tragedia propia del cine clásico, un drama tan lleno de subtexto como un cuento de Carver. Estamos ante una ficción, porque lo que Nuria nos cuenta no es la historia de sus abuelos, Ilse G. Ringier y Frank A. Lorang, sino que inventa a dos personajes a partir de sus grabaciones, Vivian y Leon Barrett. Y es el diario de Vivian el que dotará a las imágenes de un nuevo sentido. Un diario en el que un gurú indio –también inventado, claro–, Paravadin Kanvar Kharjappali, autor de un misterioso libro sin título, alimenta algunas reflexiones de la protagonista y cuya cita “La mentira es solo otra forma de contar la verdad” abre la película y sirve como aviso para navegantes, como declaración de intenciones.


My Mexican Bretzel ganó los premios a mejor dirección, guion y película en el Festival de Gijón, enamoró en el D’A Film Festival donde se llevó el Premio del Público, se hizo con el Premio Especial en los Feroz, el Premio Found Footage en el Festival de Cine de Rotterdam y estuvo nominada a dos Goya, el de mejor documental y el de mejor dirección novel. Desde el 6 de marzo tenemos la suerte de poder verla en Filmin, de revisitarla una y otra vez, de sumergirnos en esa vida ajena. Una película magnética, bella, que te atrapa sin que te des cuenta y te envuelve en la vida de los Barrett, una vida en la que la superficie reluce mientras el fondo se resquebraja. Una película llena de capas, de sonrisas que se hielan de un modo imperceptible. Una película cargada de realidad, pero también de fingimiento, claro, ¿o acaso la impostura no es uno de los materiales con los que se narra la vida?

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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