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FUERA DE CAMPO

Hondar ahoak

 ELISA FERRER

            

Ilustración: Luis Frutos

 

El mar rabioso golpea un acantilado, la espuma blanca desaparece devorada por el agua oscura que esconde secretos, entierra misterios. Un plano cenital del puerto de Ondarroa, naves industriales, embarcaderos y muelles que tratan de hacerse su lugar entre el mar que corroe, entre los árboles que parecen reclamar la tierra que les pertenece. Un coche se acerca por la carretera; vista desde arriba es una fractura, un quiebro del bosque, una herida. Llega despacio, como si fuera consciente de que no será bien recibido. La cámara se sumerge en ese mar desbocado y nos sumergimos con ella, una virgen de piedra permanece impasible en el fondo marino mientras su alrededor se corrompe. Una voz en off afirma que odia las historias que empiezan con una voz en off. Y habla de las distintas formas de desaparecer, mientras en el puerto huele a gasoil, huele a salitre, ese salitre que corroe poco a poco. Un olor al que están acostumbrados en ese pequeño pueblo costero en el que todos se conocen, todos se protegen, todos esconden algo.


Ese secretismo entre los lugareños provoca que cualquier forastero se encuentre fuera de lugar, y esto es lo que le sucede a la detective Nerea García, que llega desde Bilbao para investigar la desaparición de un hombre, Josu, yerno de un respetable armador del puerto. Nerea se acaba de reincorporar al cuerpo tras un tiempo de baja por haber perdido a su compañero en una misión, un hecho que le pesa, que no la deja dormir, que está presente en cada decisión, en cada conversación telefónica con su psicóloga, en cada mirada de reojo a su nuevo compañero, Álex, con el que desde el principio hay una tensión que no facilita su trabajo.


Nos encontramos ante elementos conocidos del thriller policiaco, una detective torturada (normalmente se trata de un detective, en masculino) por un trauma de su pasado del que no se da toda la información, personajes que nunca son lo que parecen y un crimen incómodo que resolver, en este caso porque a medida que avanza la investigación se ve involucrada más gente respetable del lugar, y hay fardos de droga que entran por el puerto, demasiados silencios. Hondar ahoak bebe de la primera temporada de True Detective o de las series de suspense nórdicas para, sin embargo, conseguir una personalidad propia marcada por una música hipnótica, una fotografía en la que priman los tonos fríos, metálicos, los planos cenitales que insuflan oxigeno a lo asfixiante del pueblo, a sus secretos, una dirección estilizada en la que cada posición de cámara está estudiada, tiene un sentido. Porque, a pesar de un presupuesto ajustado, la factura impecable de la miniserie parece indicarnos lo contrario.


La trama policíaca, bastante previsible, se deshincha hacia el final, termina de forma abrupta y nos da la sensación de que quizá cuatro episodios no eran suficientes para desarrollarla, porque también nos quedamos con ganas de saber más sobre esas otras tramas que quedan sin respuesta.  A pesar de estos desajustes del guion, es fácil dejarse hipnotizar por Hondar ahoak, dejarse atrapar por sus imágenes fascinantes, sus pescadores pacientes, la respiración de los buzos, los pájaros disecados. Y parte de la culpa la tienen las tremendas interpretaciones de Nagore Aranburu, quien protagonizó la genial Loreak (dirigida por Jon Garaño y Jose Mari Goenaga), y de Eneko Sargadoy, que se alzó con un Goya por su papel en esa película tan bella que es Handia, también dirigida por Garaño, pero esta vez junto a Aitor Arregi.


Hondar Ahoak, creada por Koldo Almandoz, forma parte, junto a Alardea y Altsasu, de las miniseries en euskera producidas en 2020 por la ETB y estos días han pasado a engrosar el catálogo de Filmin. El título, que en castellano significa Bocas de arena, hace referencia a una leyenda marinera que afirma que, a quienes cuenten en tierra los secretos del mar, se les llenará la boca de arena porque las palabras que se traen a tierra firme dejan huella. Como también deja huella esta serie que desde el primer capítulo nos sumerge en una atmósfera única, gélida, misteriosa, que huele a salitre y a gasolina.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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