FUERA DE CAMPO
La Tercera Guerra Mundial
ELISA FERRER
Por las tardes, mi abuela se reunía a coser con sus amigas alrededor de la radio. Siempre las he imaginado compartiendo su día, el ansiado momento en el que podían desahogarse por el apremio de los precios, el agobio de las cargas, riéndose con esa risa chillona que permite la confianza, hasta que empezaba Ama Rosa y todas callaban para escuchar los infortunios de la pobre Rosa, cuyo hijo, altivo y rico, ni siquiera sospechaba que ella, su criada de manos callosas y gesto humilde, era en realidad su madre biológica.
Mi madre me ha contado muchas veces que en esa misma esquina del salón cada día, antes de cenar, cuando era muy pequeña, por las ondas se colaban Matilde, Perico y Periquín, una comedia que desde 1955 y durante casi veinte años entraba desde la SER en todas las casas para narrar las travesuras de un niño endiablado al que daba voz Matilde Vilariño.
Esta semana, cada vez que me tocaba fregar, a pesar de que las tareas del hogar no son una carga cien por cien mía, sino compartida a medias con mi pareja, he encontrado un gesto hermanado con el de mi abuela mientras ella cosía, después de que hubiera limpiado la casa, lavado la ropa, hecho la compra diaria; un espejo entre generaciones, porque una ficción sonora me ha estado ayudando a evadirme de los cacharros, la grasa y el Fairy Ultra. Y de repente, en lugar de estar plantada frente al fregadero, estoy con Jimena Torres mientras escapamos con la angustia agarrada a la garganta a través de una carretera norcoreana y demasiado cerca se escuchan tiros, y me quedo sin aliento y tengo el corazón encogido y siento miedo.
«¿Cómo empieza una guerra? Los libros de historia nos dicen que al principio de todo hay una explosión, un disparo. Un país invade otro, alguien muere, mueren cientos o miles. Pero no es cierto. Las guerras empiezan mucho antes del primer disparo». Jimena Torres pronuncia estas palabras cada vez con más asombro, dolor, más certeza, al principio de todos los capítulos de Guerra 3, el podcast de ficción que, sin imagen ninguna, es capaz de convocarlas todas, de llevarnos a Siria, a los pasillos de las embajadas, de los ministerios, a fronteras llenas de soldados armados, a la mismísima Corea del Norte.
He estado varias semanas enganchada a Guerra 3, preocupada por si les ocurría algo a los periodistas de guerra Jimena y Richi, que gracias a las interpretaciones de Adriana Ugarte y Carlos Bardem consiguen que te olvides de que solo hay voz, de que no los ves. Porque no hace falta cerrar los ojos para imaginarlos, tampoco al resto de personajes que pueblan esta historia de guerra, política y terror, personajes interpretados por actores y actrices de la talla de Ana Wagener, Ramón Barea, Jorge Perugorría, Aura Garrido, Pedro Casablanc o Nancho Novo, y con periodistas como Aimar Bretos o Carles Francino, que desde un Hoy por Hoy y un La Ventana ficticios, pero que suenan a verdad, relatan al mundo parte de lo que ocurre en Corea del Norte, donde Jimena Torres ha descubierto algo que puede desembocar ni más ni menos que en la Tercera Guerra Mundial.
Esta ficción sonora en tres temporadas de Podium Podcast, escrita por José A. Pérez Ledo, dirigida por Ana Alonso y realizada por Roberto Maján, el equipo que firmó El gran apagón, un podcast de ficción que enganchó a muchísimos oyentes, tiene una posproducción sonora que consigue transmitir a la perfección, a través de un sonido binaural, que envuelve y te sumerge en la historia, los ruidos que dan vida a cada escenario, los silencios que tensan, las voces que, con distintos acentos y distintos idiomas, te llevan a viajar lejos. Y quizá, aunque haya comenzado comparando este viaje con esas radionovelas que mi abuela y sus amigas devoraban cada tarde y que, sin duda, son la primera semilla de la ficción sonora, Guerra 3 se asemeja más a las series que nos seducen desde las plataformas y, como ocurre cuando las vemos, al final de cada episodio, cuesta no seguir pegada a los auriculares. Una forma distinta de dejarse llevar por la ficción, en la que, como ocurría cuando nos contaban cuentos, como ocurre cuando leemos un libro, si la historia es buena termina por meterse tan adentro que eres tú quien la ha vivido.