FUERA DE CAMPO
El olvido que seremos
ELISA FERRER
“Ya somos el olvido que seremos” es el verso que abre el poema Aquí hoy, de Jorge Luis Borges. Y de ese verso nace el título de la novela homenaje que el escritor colombiano Héctor Abad Faciolince escribió sobre la figura de su padre, el doctor Héctor Abad, para que sus hijos conocieran la historia de su abuelo, su valentía, para que nunca lo olvidaran. Ni sus nietos, ni la gente de Colombia, que le debe al doctor Abad importantes mejoras en salud pública, como la vacunación contra la polio, su incansable tarea por la potabilización del agua en todos los barrios de Medellín, la lucha por poner fin a las evidentes injusticias en su país.
De este homenaje de Abad Faciolince a su padre, los hermanos Trueba, David al guion y Fernando a la dirección, han hecho una película que, en la estela del libro, cuenta la historia del doctor Abad pero, sobre todo, la historia de la admiración de un hijo hacia su padre, un hombre generoso, un médico consciente de su papel para mejorar la sociedad en la que vivió, un profesor que supo transmitir a sus estudiantes lo importante que es dudar para aprender, la responsabilidad de su cargo como médicos. Pero no sólo fue profesor, no sólo se dedicó a investigar, sino que fue una figura pública vinculada a la defensa de los derechos humanos, estuvo implicado en movimientos políticos, denunció la desaparición forzada de personas comprometidas con la lucha social y enfadó, mucho, a la iglesia y a la clase acomodada, esa de la que él y su familia también formaban parte.
La película, narrada en dos tiempos, por un lado, rodados en un color luminoso, casi pastel, los años setenta, la infancia del Héctor escritor y la imagen idealizada que tenía no sólo de su padre, sino también de los momentos familiares entrañables, cargados de emotividad, de alegría, con sus cinco hermanas, su madre, su abuela; por el otro, en blanco y negro, los años ochenta, los más amargos, la jubilación forzosa del doctor Abad, la preocupación de su familia por sus implicaciones políticas, la vuelta del hijo escritor, estudiante de literatura en Turín, quien, aunque ya no idealiza a su padre, teme fallarle. Porque la admiración sigue.
Antes de ver la película, puede chocar la decisión de casting más importante: la elección de Javier Cámara para dar vida a un colombiano. Pero a los pocos minutos te olvidas de que es él porque en la pantalla vemos a un doctor de Medellín, a un hombre honesto, altruista, a un buen padre, un buen marido, un personaje entrañable. Cámara borda su papel, está inmenso, y ayuda su complicidad con Nicolás Reyes Cano, que interpreta al hijo del doctor de niño, con Juan Pablo Urengo, que se pone en su piel de joven, ambos impresionantes. Complicidad que traspasa la pantalla para llenar la sala de un aire familiar, cercano, lleno de verdad.
Tiene la película una voluntad de narrar con sensibilidad los recuerdos alegres, esa parte luminosa de la vida, una infancia llena de momentos preciosos, en los que, desde la mirada del hijo, el padre es ese héroe tierno y cercano que seguramente fue. Pero en determinados momentos se acartona, quizá por repetitiva, quizá porque, a su pesar, los personajes secundarios, las secundarias más bien, la madre, las hermanas, las alumnas, están a la sombra, desdibujadas; quizá porque el arco del personaje homenajeado apenas se curva. Pero no hay duda de que estamos ante una historia humana, triste, delicada, necesaria en estos días, sobre todo en Colombia, que sufre tiempos convulsos que nos llegan en forma de imágenes de protesta en las calles, de denuncias estremecedoras por la violencia policial; en los que conocer la historia del doctor Héctor Abad Gómez ha sido emocionante y, de algún modo, esperanzador.
“No soy el insensato que se aferra / al mágico sonido de su nombre; / pienso con esperanza en aquel hombre / que no sabrá quién fui sobre la tierra”, son versos del mismo poema de Borges, versos que tanto Abad Faciolince como los hermanos Trueba pretenden que nunca se den con la figura de Héctor Abad. Por eso, el libro y la película funcionan como un ejercicio de memoria: para que nunca nadie olvide que, una vez, existió este hombre bueno.