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FUERA DE CAMPO

Criadas y señoras

 ELISA FERRER

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Solange y Claire son criadas. Solange y Claire son hermanas. Y, a veces, Solange es Claire, y Claire es Solange, a veces, Claire es la señora para la que trabajan, para la que limpian, friegan, doblan la ropa, preparan comida, tisanas para los nervios, porque la señora, la pobre, sufre de los nervios. A veces no sabemos quién es Solange, otras tampoco sabemos quién es Claire. Y, a veces, ambas, caen en la cuenta de que no son nadie, de que no son nada. O eso les hace creer la señora, esa mujer altiva a la que idealizan, a la que odian, la que les recuerda continuamente la suerte que tienen por estar solas en el mundo, por no tener preocupaciones, por esas mentes tan limitadas.


Cada noche, las dos hermanas se sumergen en un juego turbio, en un ritual en el que Claire, envuelta en vestidos sedosos y caros, cubierta de joyas, se convierte en la señora y Solange, en su uniforme de criada idéntico al de su hermana, se convierte en ella, en Claire. Y la escenografía, sencilla y discreta, diseñada por Mónica Boromello, una plataforma azul cubierta de flores rojas en un espacio blanco, como sería el limbo si existiera, como una habitación de un psiquiátrico, con una pantalla al fondo que nos muestra qué ocurre en esa otra estancia, donde el teléfono antiguo cuelga de una pared y suena de vez en cuando rompiendo la irrealidad, se convierte a los ojos del público en un piso lujoso, recargado, en un armario lleno de pieles y vestidos fastuosos, pero también en la habitación de las criadas, un desván lleno de suciedad y miseria; una pocilga, ¿o es que acaso ellas merecen más?


Las criadas, ese texto icónico estrenado en 1947 que escribió Jean Genet en una de sus múltiples estancias en prisión, experiencias propias de una vida increíble que ya convirtió en libro Edmund White y que podría transformarse, sin duda, en otra maravillosa obra de teatro, vuelve a las tablas. Un texto que nos habla de la lucha de clases, del deseo de rebelarse, de la aceptación de un destino mísero tras una vida carente de justicia, carente de amor. La adaptación del texto, llevada a cabo por Paco Bezerra, la dirige Luis Luque que, a partir de este escenario minimalista, descarga la fuerza del texto en un reparto brillante que convierte las palabras en cuchillos afilados. Ana Torrent es capaz de hacernos entrever en un segundo debilidad y fortaleza, seguridad y miedo, con una interpretación delicada, potente. Alicia Borrachero se crece a medida que avanza la obra, comienza contenida y llega al punto culminante hacia el final, en un monólogo angustioso que te tiene agarrada a la butaca. La tercera en discordia, la Señora, la dama llena de belleza a la que las criadas ensalzan, y temen, y repudian, aparece en escena magnánima, elegante, pero alejada de esa imagen que se había hecho el público al escuchar hablar de ella, pues en lugar de la mujer imaginada es un Jorge Calvo brutal, femenino, imponente, quien aparece en el escenario cubierto por un vestido rosa, por una túnica exquisita y, gracias a una sola escena, su personaje se agarra al escenario, a nuestras tripas, y ahí se queda durante toda la función, aunque ya no vuelva a aparecer.


Estos días, Las criadas estuvo en el Teatro Olympia de València tras su paso por las Naves del Español de Madrid, y del 25 de junio al 7 de julio desembarcará en el Teatre Goya de Barcelona. Una obra de teatro que, con apenas elementos y un ritmo vertiginoso, nos sumerge en una reflexión sobre la identidad, sobre cómo vemos, sobre cómo nos ven, sobre quiénes somos en realidad.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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