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FUERA DE CAMPO

'Sentimental', placer voyeur

 ELISA FERRER

            

 

En esos meses no tan lejanos en los que tuvimos que permanecer encerrados en casa, descubrimos vecinos que jamás habíamos visto, vidas ajenas a través de balcones que siempre permanecían cerrados, asistimos a la evolución de la terraza de la pareja de enfrente, que pasó de zona anodina para tender la ropa a convertirse en un colorido chiringuito playero, con sus hamacas, su picoteo y su cerveza perenne, la sonrisa de los dos y su brindis al aire cuando nos veían asomados, y nosotros, cotillas empedernidos, comentando, como si supiéramos algo de ellos, que seguro que estos meses de teletrabajo habían salvado su relación. Con estoicismo y una alta dosis de paciencia, aceptamos la afición de nuestro vecino de arriba, un calvario que jamás se nos habría ocurrido al ver a ese hombre tan majete que nos cruzábamos en el ascensor, la de mover muebles, muchos, a cualquier hora y sin ninguna delicadeza.


Día tras días establecemos vínculos con nuestros vecinos, para bien o para mal, y a veces (las paredes, que son de papel), tenemos la sensación de conocerlos sin haber cruzado más que un par de “buenos días” desganados en el portal. Porque hay una familiaridad extraña en los vecinos con los que se comparte edificio. Sus vidas transcurren sobre nuestras cabezas, bajo nuestros pies, en las paredes de al lado. Y de este vínculo involuntario nace Sentimental, la película de Cesc Gay, una adaptación de su obra de teatro, Los vecinos de arriba. Pero aquí, los vecinos de arriba, en lugar de mover muebles, destrozan la cama y hacen vibrar el suelo gracias a una vida sexual muy activa, demasiado activa si la comparamos con la de los vecinos de abajo, cuya relación ya ha empezado a notar el peso de los años.


Contado así, parece algo mil veces visto y más si el detonante de toda esta historia es que los vecinos de abajo han invitado a los de arriba a cenar. Da la sensación de que vamos a asistir, una vez más, a la típica comedia de enredos. Pero Sentimental no va de eso. Es una comedia, sí, pero de las que remueven, de las que te dejan un poso amargo al final, de las que incomodan. Porque hay algo incómodo en estas películas provenientes del teatro que ocurren entre las cuatro paredes de una casa, algo asfixiante, como ocurre con La huella de Mankiewicz, con a Un dios salvaje de Polanski, con Perfectos desconocidos de Álex de la Iglesia. Quizá por esa sensación constante de estar viéndola a través de la mirilla, de no ser espectadora, sino voyeur involuntaria de una velada a la que nadie te ha invitado.


El peso de esta película que, en especial al principio no puede negar su procedencia teatral por un cierto acartonamiento de la puesta en escena que poco a poco se olvida y se vuelve más natural, recae en los diálogos que, como en un partido de tenis, van de un lado a otro con velocidad y a veces, con la capacidad de derrotar a uno de los dos bandos. Pero recae, sobre todo, en los actores: magníficos. La pareja moderna, atractiva que derrocha sensualidad, está interpretada por un grandísimo Alberto San Juan, que disfruta de su personaje y nos hace disfrutar, con esa sonrisa juguetona, cargada de ironía, y una Belén Cuesta brillante, fresca, con la naturalidad que siempre imprime a sus personajes. Javier Cámara es el marido amargado, huidizo, sarcástico, y el actor carga su mirada de un poso de tristeza que comparte con Griselda Siciliani, cuya interpretación, llena de matices, ahonda aún más en la profundidad de su personaje. Porque Cesc Gay, sin duda, es de los que sabe escribir personajes humanos, creíbles, complejos, que en ocasiones nos incomodan porque es fácil verse reflejada en sus sentimientos, en sus miedos, en sus inseguridades.


Una comedia que, como en los mejores dramas del director, disecciona con ternura lo complejo de las relaciones humanas, sus contradicciones, sus luces, sus miserias. El viernes se estrenó en Movistar Plus y, si queréis pasar una hora y cuarto espiando por la mirilla a los vecinos de arriba, estoy segura de que, a pesar de la incomodidad del que espía y se ve reflejado sin esperarlo, vais a disfrutar mucho de este placer voyeur.

 

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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