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FUERA DE CAMPO

Perfectas, delgadas y jóvenes

 ELISA FERRER

            

Ilustración: Luis Frutos

 

Estos días me he dejado arrastrar por las tendencias que marcan las redes, poco original que es una, y me he enganchado a la nueva serie de Kate Winslet en HBO, Mare of Easttown. He esperado nuevo capítulo cada semana, como hacía décadas atrás cuando veía la televisión en abierto, sin posibilidad de panzadas, esos atracones en los que, tras verte una temporada en dos tardes, te das cuenta de la indigestión, de que no has podido disfrutar la serie como merecía, de que se te han escapado detalles, la reflexión postcapítulo, y has ido engullendo tramas sin ser consciente de las pequeñas cosas que hacen grandes algunas series, de las incoherencias que empañan otras.


Podría dedicar este artículo a hablar de Mare of Easttown, una serie de personajes excelente en la que la condición humana se retrata con sensibilidad, en la que, quizá, la trama policiaca, aunque engancha de principio a fin, resulta más típica, menos interesante que los habitantes de ese pueblo cargado de secretos. Podría dedicarlo también a esos atracones indigestos a los que ya he hecho referencia en más de una ocasión. Pero es otro tema el que hoy me trae por aquí, uno sobre el que, como se suele decir, estos días se han vertido ríos de tinta y lleva tiempo rondándome la cabeza: la idea absurda de que las actrices siempre deben lucir perfectas, delgadas, jóvenes. Aunque ya no lo sean.


Para una actriz en sus cuarenta o cincuenta suele ser complicado encontrar personajes protagonistas interesantes en el cine o en la televisión. Si nos paramos a pensarlo, es fácil darse cuenta de que el cine ha normalizado que personajes masculinos maduros aparezcan en pantalla emparejados con mujeres de treinta o de veintitantos. Actrices que, cuando se acercan a los cincuenta, con contadas excepciones, terminan por interpretar a secundarias, normalmente condenadas a ser la madre de alguno de los personajes principales. En una entrevista de 2018, Maribel Verdú hablaba de que a la gente no quiere ver películas protagonizadas por una mujer de cincuenta o sesenta años.


En los últimos tiempos, (¡alabado sea dios!) cada vez es más frecuente encontrar a protagonistas femeninas interesantes que ya han pasado la barrera de los cuarenta, interpretadas por actrices que no fingen tener esa edad, sino que (¡oh, sorpresa!) la tienen, como vemos en Hierro, con Candela Peña poniéndose en la piel de la jueza Candela, en Mrs. America, con Cate Blanchett dando vida a la conservadora Phyllys Schlafly, o en Mare of Easttown, en la que Kate Winslet se convierte en Mare Sheehan, una detective de una pequeña ciudad de Pensilvania; entre muchas otras. Personajes que interesan al público y que, me gusta pensar, cada vez van a ser más. Pero el otro día leí una entrevista de Maureen Dowd a Kate Winslet en The New York Times y quedé horrorizada. En ella, la actriz cuenta que el director de la serie, Craig Zobel, le dijo, tras rodar una escena de sexo, que no se preocupara, que en el montaje cortaría su “barriga abultada” para que no se viera, algo a lo que Kate Winslet, productora ejecutiva, se negó. También cuenta en la entrevista que pidió a los diseñadores del cartel promocional de la serie que quitaran todos los retoques que habían hecho en su rostro para que no se le vieran las patas de gallo, “chicos, sé las arrugas que tengo alrededor de los ojos, ponedlas ahí de nuevo”. En serio, ¿qué locura es esta?


Luego nos sorprendemos cuando vemos que actrices maravillosas se operan para parecer más jóvenes y su rostro pierde parte de la expresión, pero ¿cómo soportar toda esa carga que la industria pone en las mujeres? ¿La presión de tener la piel tersa sin una arruga a los cuarenta? ¿La presión de estar delgada caiga quien caiga? La presión de no poder interpretar a una detective que pasa por un duelo personal, que debe resolver un crimen imposible, que apenas duerme, que sobrevive gracias a cafés y cervezas, que carga con el peso de su familia y, claro, no debe tener ni un gramo de grasa en la tripa ni media arruga en el rostro, a pesar de que vivir la vida de Mare envejece, engorda y cansa. Y lo cierto es que, si queremos creernos a Mare, Mare tienen que ser como Kate Winslet: de verdad.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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