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FUERA DE CAMPO

Distopía anticultura

 ELISA FERRER

 

Me desperté con el cuerpo pesado, la habitación olía a tierra, a humedad, las ventanas parecían haberse abierto durante la noche por la fuerza de un viento frío, culpable de remover las hojas marrones que se habían colado en mi habitación en un otoño repentino, inexplicable. Al levantarme, sentí que el suelo estaba más alto, o quizá era yo la que había crecido porque el techo se me antojó cercano, angustiante. Abrí las persianas para que entrara la luz, pero era una luz terrosa, árida, amarillenta, seca, como si la realidad estuviera filtrada por la lente del director de fotografía de una película distópica (fin del mundo mediante). 

 

Bajé a la calle sin siquiera un café, una atrocidad sólo explicable por el ambiente pegajoso, casi onírico (¿acaso estaba en un sueño?) la gente llenaba la calle, formaba colas para hacerse PCRs o se agrupaba en las terrazas de los bares o en las puertas de los colegios o en las cajas de los supermercados o en los vagones de metro, en el autobús, y parecía haber olvidado la distancia de seguridad, el porqué de todo esto. Había un aire a eso que se ha dado en llamar nueva normalidad, curiosa contradicción, tal vez por las mascarillas que una persona aquí, otra allá, lucía debajo de la nariz, en la barbilla, en el codo, a modo de pendiente en una de sus orejas; también por el olor a alcohol carajillero de los geles hidroalcóholicos. Pero el filtro ambarino que cubría la imagen insistía en que aquello era una ficción (¿acaso una pesadilla?). Mis pies se topaban con mascarillas quirúrgicas que, como si fueran hojas, se acumulaban en el suelo, bajo los árboles, afeando las aceras. 

 

Paseé sin rumbo por la ciudad, y en cada espacio, ruido y gente, demasiado ruido, demasiada gente; hasta que llegué frente a un teatro, un teatro cerrado, callado, y de nuevo el aire frío, las hojas arremolinadas, todo el cliché otoñal exhibido ante mis ojos (estampa desoladora de cine romántico en el momento justo en que los amantes viven el desencuentro). Y, tras andar algunos pasos, un escenario en la calle, un espacio idóneo para un concierto, pero también vacío, también la extrañeza del silencio sin la música acostumbrada. Y un cine con la cartelera marchita, pósteres de películas de hace meses, los colores lívidos por el sol (ese sol que se negaba a salir escondido tras las nubes color sepia), y las persianas bajada, y también silencio. Y silencio en las salas de conciertos, en los teatros musicales. Y silencio en las salas de monólogos, en los espectáculos radiofónicos. Silencio. Vacío. Cierres echados. Pero en las aceras, demasiada gente, demasiado ruido. 

 

En este paseo onírico, el filtro que iluminaba el día comenzó a cambiar de a poco a un tono twinpeaksquinesco, pero sin la banda sonora de Badalamenti porque aún seguía el silencio (y yo sin café, ¿qué locura era esta?) y de la luz ámbar a las luces rojas. Luces rojas que comenzaron a cubrir ayuntamientos, teatros, cines, salas de eventos y, tras el silencio, la música, y los trabajadores, las trabajadoras del espectáculo, y sus flight case (ese contenedor negro, con ruedas que se usa para transportar material en los eventos) como tambores, como protesta, como cinta métrica para medir la distancia de seguridad que tan en serio se toman, sacando el espectáculo a la calle para demostrar que es un bien de primera necesidad, para luchar por su trabajo, para gritar y dejar claro que la cultura es segura. Porque la cultura es segura y la gente que trabaja en el mundo del espectáculo se esfuerza para que así sea. Entonces sí, entonces por fin abrí los ojos, ya sin filtros, sin ruidos y, aún sin café, pensé que si todo está permitido, ¿qué pasa con la cultura, con lo mucho que la necesitamos? 

 

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, Valencia, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

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