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FUERA DE CAMPO

Agosto en Madrid

 ELISA FERRER

            

 

Aunque suene a asfalto que quema, a calor insoportable, a secarral, el agosto en Madrid se convirtió en mi mes preferido durante los 11 años que viví en la ciudad. Era viajar sin codazos en el metro, era quedarme casi sola en la oficina, sin jefes, sin la guerra declarada por el aire acondicionado que empezaba en junio y parecía eterna, con sus dos bandos enfrentados, el de las compañeras que se traían un forro polar y se lo ponían con gesto de indignación y aspavientos poco discretos, y el de las que se traían un abanico y se olvidaban de que tenían que teclear porque, ay, madre mía, qué cruz, vaya calor insoportable. Agosto era trabajar a mi ritmo, más y mejor, esperar las deseadas vacaciones en octubre, esas que significaban cruzar el charco a mitad de precio. Eran tardes eternas que se fundían con noches mágicas que terminaban, siempre, en verbena. Porque, y perdonad, que esto va a sonar a zarzuela, Madrid en agosto es una verbena. Es empezar a vivir a las siete de la tarde cuando dejar de arreciar (un poco) el calor, cuando, después de la siesta, los primeros pies pisan el asfalto y las calles de los barrios del centro se despiertan y empiezan a oler a fritanga, a parrilla, a chotis, a algodón de azúcar.


Hoy he regresado a esos días de agosto, a los de las Vistillas y los conciertos en la calle, esos días que ni siquiera sabía que echaba de menos, y he regresado sin esperarlo, con el sopor de la siesta mediterránea, gracias a La virgen de agosto, de Jonás Trueba. La película está en el catálogo de Movistar+ y ha sido un grato encuentro porque me ha llevado de vuelta a mi barrio, a la verbena de San Cayetano, a esperar con ansia la de la Paloma. Este homenaje a El rayo verde de Rohmer sigue a Eva durante un agosto en el que, a punto de cumplir los 33, decide no irse de vacaciones, sino quedarse en su ciudad, en una casa prestada en pleno Rastro, para convertirse en una turista que visita Madrid por primera vez. Esos días estáticos que transcurren en planos largos de ventilador y sandía, de recorrer las calles para dejarse sorprender, de cruzarse con gente de antes para redescubrirla como se redescubre la ciudad.


Itsaso Arana, que coescribe el guion con Trueba, levanta un personaje carismático que a través de miradas y gestos, y deja entrever un pasado en el que algo no encaja, un presente al que mira con curiosidad, porque Eva parece soltarse a medida que avanza la película para fluir, para atreverse, por fin, a hacer lo que quiere. 


Conciertos y minis de cerveza y terrazas y cine en el Círculo de Bellas Artes y el autobús turístico y museos antes ignorados. Eva exprime la ciudad, un Madrid fotogénico y afrancesado, en el que se demuestra que allí siempre ha sido fácil intimar con gente nueva, y sin tomar decisiones, se deja llevar por esa quincena de verbenas que para ella supondrá un momento decisivo. Las páginas de su diario son pinceladas de un verano en el que nada parece moverse, como esos diálogos intensos con amigas de siempre, con amigas de ahora, algunos cargados de franqueza y frescura, otros de una intelectualidad que a veces chirría, y que, de un modo imperceptible, ayudan a Eva a reflexionar, a entenderse, a conocerse mejor a sí misma. Un agosto iniciático en el que la treintena aprieta, pero la ciudad y la vida se abren ante Eva crujientes y frescas, como si aún estuvieran por estrenar.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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