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FUERA DE CAMPO

Palomares: días de playa y plutonio


ELISA FERRER

Ilustración: Luis Frutos

 

Me gusta imaginar una escena de ascensor en la que, en el escaso tiempo que se tarda en subir al quincuagésimo piso de un rascacielos, un guionista exitoso de Hollywood le cuenta a un productor —más exitoso todavía— la idea para su próxima película: la historia de las bombas de Palomares. Una historia de personajes complejos, un pueblo en peligro, un país al borde del colapso; una historia más de la Guerra Fría en la que el poderosísimo ejército estadounidense comete un error imperdonable. Mientras el guionista apura los segundos que tarda el ascensor en abrirse, cuenta cómo cayeron cuatro bombas del cielo tras un accidente, cuatro bombas que no llegaron a explotar, y cómo una de ellas se perdió. Una bomba más peligrosa que las de Hiroshima extraviada en un pueblo de apenas 1.000 habitantes en la costa almeriense. Imagino al productor despachándolo: "¿Soldados del ejército estadounidense perdiendo una bomba de ese tamaño? Esta historia no es creíble".

 

Me gusta todavía más imaginar lo que sucedió en Palomares contado por Luis García Berlanga. El ejército busca la bomba en la pequeña pedanía almeriense, son soldados simpáticos que se relacionan con los habitantes en un español precario, encantador. El alcalde reúne a los vecinos, hay desinformación pero él afirma que los tomates que cultivan se pueden comer, y engalanan la plaza y hacen un concurso a ver quién es capaz de engullir más tomates, mientras esperan al embajador estadounidense, Angie Biddle Duke, que los visita para demostrarles que no hay peligro. También llega Manuel Fraga, ministro de Información y Turismo, mientras la cámara de Berlanga se mueve con maestría entre personajes y situaciones. El ministro se mete en el agua, se baña en el Mediterráneo, sin esperar siquiera al embajador, que se zambulle tras él a toda prisa con un bañador prestado. La película termina con un plano de los dos en el agua mientras disimulan la tensión y el frío. Un baño para recordar, porque Palomares es un destino ideal para las vacaciones sin peligro ninguno de radiación.

 

Lo que nunca hubiera imaginado, hasta que lo leí hace un tiempo y me fascinó, es que Luis Buñuel estuvo a punto de llevar al cine el suceso, The Bombs of Palomares, pero el proyecto nunca llegó a ver la luz. Quizá es verdad lo que dice Álvaro Ron, director y coguionista, junto con Daniel Boluda y María Cabo, de la fantástica miniserie documental Palomares: días de playa y plutonio, que se puede ver en Movistar+: la historia es tan inverosímil que, contada como una ficción, la gente difícilmente la creería. Porque desde el momento en que la operación de repostaje que ocurría cada día en el cielo de Palomares entre un avión cisterna y un bombardero que cargaba cuatro bombas nucleares desemboca en accidente, todo lo que sucede después parece gestado en la cabeza de un mal guionista.

 

Con intervenciones de miembros del ejército que formaron parte de la operación, de periodistas e historiadores especializados, con recreaciones de una calidad sorprendente y la aparición por primera vez de documentos desclasificados, la miniserie se aleja del relato oficial para contar, por fin, qué ocurrió en Palomares. Un accidente de una gravedad impensable del que ni siquiera los habitantes del pueblo tenían información porque una cortina de humo cubrió los hechos. Entre el gobierno de Estados Unidos y el franquista construyeron un relato en el que primó el folclore, la heroicidad y la mentira, en el que lo que podría haber pasado nunca se planteó y en el que lo que ocurrió fue mucho más grave de lo que se dijo. El documental dispersa este humo para mostrarnos que, si no llega a ser por un pescador de Girona, el ejército estadounidense, con su despliegue de medios, habría tardado mucho más tiempo en localizar la bomba, que la radioactividad de la zona era peligrosísima, aunque se dio a entender lo contrario, que la tierra contaminada que se llevaron de los campos de cultivo fue abocada al mar. Que nunca, nadie, pensó en la salud de los habitantes de Palomares.

 

Un documental minucioso, de realización impecable, que aporta verdad a un hecho que a día de hoy sigue contaminado por el folclore popular, esa foto de Fraga y Duke que saludan sonrientes en el mar, ocultando un accidente pudo haber sido letal. Y que cambió nuestra historia, no solo la de esa pequeña pedanía almeriense bañada por el mar.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        
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