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FUERA DE CAMPO

Libertad: de repente, el primer verano

   


ELISA FERRER

Ilustración: Luis Frutos

 

El verano, las tardes de siesta cuando nadie hace ruido y el mundo, si estás despierta, parece detenerse; las horas de playa que se estiran, que se pegan a la piel junto con la sal, la arena; las horas de sol que se vuelven generosas; las sobremesas sin fin, los reencuentros, las casas familiares de vacaciones. Esas casas, permítanme que me detenga, se han convertido en un género en sí mismas, un género literario, cinematográfico que, en un solo espacio, ahonda en los conflictos familiares, sociales, íntimos. Esos lugares de encuentro en los que cada elemento esconde, bajo su aparente inocencia, años de recuerdos, carne de nostalgia y polvo.  

 

En Libertad, el primer largometraje de Clara Roquet, reconocida cortometrajista de la que ya teníamos ganas de una historia de largo aliento, la acción transcurre en una casa lujosa en Lloret de Mar, la casa donde la familia Vidal ha compartido sus veranos y donde se dispone a vivir el último de la matriarca, Ángela, enferma de Alzheimer. Un verano fundamental para su nieta, Nora, que a los 14 años conocerá a Libertad, recién llegada de Colombia; la hija de Rosana, la cuidadora de su abuela. Un encuentro, el de las dos adolescentes, que supondrá que los días de playa y barco, esos que Nora acostumbraba a vivir como una niña, protegida y acompañada por su familia, se llenen de emociones que desconocía.

 

Nora no solo madurará junto a Libertad, sino que entenderá su propia condición de privilegio. Entenderá que Rosana no es parte de la familia, sino que trabaja para ellos, cuida de su abuela y se convierte así en ese pilar emocional que sus propios hijos no pueden darle. A cambio, Rosana ve imposibilitado cuidar de su propia hija, que se tuvo que quedar con su abuela en Colombia hasta ese verano, cuando llega y hace tambalear las certezas de Nora que, por primera vez, se cuestiona quiénes son sus padres. Y es capaz de verlos sin el filtro de la idealización que suele acompañar a la infancia, de descubrir que son dos personas que carecen de todas las respuestas, que, como todos, hacen lo que pueden.

 

El peso de la película recae en personajes creíbles, humanos, muy bien construidos, mujeres de verdad que abarcan distintas generaciones. Maria Morera y Nicolle García, las dos adolescentes que dan vida a Nora y a Libertad, apabullan con la naturalidad de sus interpretaciones, geniales y magnéticas. Carol Hurtado es Rosana, cuya presencia callada, siempre al margen, se impone con fuerza. Tener a Vicky Peña en el reparto es garantía de éxito y, sin duda, está espléndida en la piel de Ángela; al igual que Nora Navas, que construye con maestría un personaje lleno de matices, de miedos e inseguridades.

 

Esta es una película con un guion sólido que habla de cómo las vivencias de cada persona terminan por definir sus acciones. De la configuración de la personalidad en la adolescencia cuando, por todos los medios, hay un intento de alejarse de la figura materna, de la paterna, de cómo el entorno en el que crecemos nos aboca a un futuro o a otro. Libertad radiografía con emoción y delicadeza las diferencias de clase, la mercantilización de los cuidados. Rosana es una más de la familia, como afirman los hijos de Ángela, claro, hasta que se tiene que prescindir de ella. Y nos recuerda, inevitablemente, a la maravillosa Roma de Alfonso Cuarón, pues en ambas se construye una mirada certera sobre el clasismo y la importancia de la figura de las personas del servicio, esas que no solo ofrecen un trabajo físico, sino que se convierten en el pegamento afectivo de muchas familias.

 

Hay, en el estilo manierista y contemplativo de Clara Roquet, esa cámara que se acerca a las pieles, que contempla los cuerpos, el mar, las sobremesas, una influencia de Eric Rohmer, un gusto por detenerse en aquello que, además de aportar sentido, aporta texturas, ritmo, tono. Una película intensa, compleja, fascinante que merece muchos espectadores, salas llenas, y una larga vida.  

 

 

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        
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