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FUERA DE CAMPO

Cardo, la belleza de lo feo

   

ELISA FERRER

            

 

Se huele los sobacos, se mete los dedos en las bragas, los huele. Apestan, apesta. Se mira en el espejo. Es guapa, jodidamente guapa, pero su reflejo no le gusta, no se gusta. Va a lavarse las manos, el grifo está roto, los dedos pringosos, llenos de jabón. Abre la cisterna y se lava como puede, el agua que esperaba caer por el inodoro moja sus dedos, sus sobacos, su cuello. El baño, estrecho, oscuro, apenas limpio. Se mira de nuevo, reta a su reflejo, va a por todas, va a por ello, aunque no sabe lo que quiere, quién es. Pero es María, tiene 29 años y es en el baño de ese bar en el que cuelgan jamones, el baño en el que se magrerará con su ex que ya tiene otra novia, un ex con el que se pondrá un par de rayas, las primeras de otras muchas. Tal es el panorama que nos presentan sus dos creadoras, Ana Rujas, protagonista de Cardo, y Claudia Costafreda, que la dirige.

 

Esta presentación brusca, efectiva, concisa, con una iluminación oscura, sucia, una fotografía que nos remite al cine quinqui de los ochenta, me quitó de un plumazo los prejuicios con los que llegué a Cardo (Atresmedia). Comencé a ver la serie de Rujas y Costafreda sin expectativas, sin saber mucho, sin abrir Filmaffinity, sin leer reseñas. Lo único que había escuchado de refilón es que era un retrato sobre la generación milenial, y a mí las etiquetas generacionales siempre me ponen en alerta, me dan cierta pereza. Pero esta no es otra serie sobre treintañeras que comparten piso en la gran ciudad. En sus apenas seis capítulos de veintipocos minutos cada uno pone sobre la mesa un montón de temas que nos apelan: la precariedad, el clasismo, el consentimiento, el abuso, las adicciones, la belleza femenina, la culpa, el peso del catolicismo, el desencanto ante la llegada de la adultez o las relaciones no normativas, entre otros. Y nos apelan porque desde el principio da la sensación de que nos dicen la verdad. Porque la serie irradia verdad, el piso que comparte la protagonista nos lo podemos creer, con su habitación vieja, con muebles que no tienen por qué encajar y con una decoración efímera, de paso; al igual que la casa de sus padres, un piso de familia de clase media baja de los de verdad, con la cocina ochentera, la habitación adolescente de muebles aparatosos. Malasaña no aparece idealizada y Carabanchel, el barrio de la protagonista, es importantísimo en el metraje. Las raíces son fundamentales, parece decirnos la serie, y definen el destino de cada persona.

 

El reparto de la serie producida por los Javis –Javier Calvo y Javier Ambrossi– ayuda a que transpire esa verdad de la que hablamos. Clara Sans, Ana Talenti, Juani Ruiz, Alberto San Juan y Diego Ibáñez se funden con sus personajes en unas interpretaciones brutales, cargadas de naturalidad. Yolanda Ramos, con apenas dos apariciones, llena la pantalla. Y qué decir de Ana Rujas, una bestia interpretativa que levanta un personaje creíble, capaz de transmitir fuerza y miedo, un animal herido.

 

Cardo es espídica. Capítulo tras capítulo, María corre de un lado a otro sin un destino definido, hasta arriba de cocaína, de speed, de pastillas. Toma todas las peores decisiones que puede tomar en una espiral que no quiere que se detenga, porque si se detiene la obligará a enfrentarse a sus problemas, a sus demonios (y no son pocos). Uno de los valores de Cardo es la falta de condescendencia con la que se observa a su protagonista; no se la juzga, no se la justifica. Hay en esta serie tan poco moralista reminiscencias a la fabulosa I May Destroy You de Michaela Coen, e incluso a Fleabag, de Phoebe Waller-Bridge, aunque aquí, en lugar de romper la cuarta pared con la protagonista mirando a cámara, lo que vemos son sus pensamientos escritos en pantalla. Esos que a veces provocan la carcajada, esos que otras nos hacen temer lo peor y nos obligan a taparnos los ojos.

 

Cardo es una serie valiente, distinta, adictiva, incómoda, la prueba de que Ana Rujas y Claudia Costafreda son unas creadoras talentosas con mucho que contar. Ojalá nos traigan más ficciones como esta, ojalá lleguen muy pronto, aquí las esperamos con ganas.


           
            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        
       

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