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FUERA DE CAMPO

 

Vivir, a pesar de todo

 

ELISA FERRER

Ilustración: Luis Frutos

 

Están atrapados en el centro de la ciudad. A su alrededor, alambre de espino, militares armados. Viven en una gran cárcel, pero si los sacan de allí, el destino que les espera no augura buenas noticias. No encuentran manera de salir, pero tampoco de tener una vida digna, de tener una vida, porque son 400.000 personas hacinadas en un espacio ínfimo, poco más de un dos por ciento de la superficie de la ciudad de Varsovia, espacio donde la gente trata de seguir adelante, aunque el miedo agarrote la espalda, el hambre, debilite, y ser parte de la resistencia ponga en peligro no solo a quien se arriesga, sino también a familiares, a amigos. Las amenazas están en cada esquina: un militar con el día cruzado, las enfermedades, las deportaciones a campos de concentración y exterminio, por eso, tras tres años de encierro inhumano, solo sobreviven 50.000 personas.

 

Es en este infierno en el que los nazis sometieron a los judíos del gueto de Varsovia, donde Rodrigo Cortés sitúa su nueva película, Love gets a room, fatalmente traducida, por cierto, como El amor en su lugar, título que pierde matices, atractivo. Coescrita junto a David Safier, escritor alemán, la película se cuela entre bambalinas para mostrarnos cómo una joven compañía de teatro judía pone en pie una obra, una comedia musical, para que los espectadores olviden por un rato que están en una cárcel, que viven atrapados entre el miedo y el hambre, para que se emocionen y rían ante una historia de enredos, una historia de amor. Para ello, Safier y Cortés parten de la obra de Jerzy Jurandot del mismo título, y que fue escrita mientras el autor vivía en el gueto, donde se interpretó varias tardes antes del toque de queda en el teatro Femina, y levantan una película sin descansos en la trama. Después de que la protagonista, Stefcia –una estupenda Clara Rugaard– pase lo imposible para llegar al Femina, único momento de la película, el inicio, en el que vemos la calle, la cámara se encierra con los protagonistas en el teatro. Sin cortes. Porque la película dura lo mismo que la obra que interpretan, el tiempo en el que los actores cantan, bailan y dan vida a sus personajes en el escenario, y sus idas y venidas tras las bambalinas, donde planean cómo escapar, cómo elegir quién se queda y quién se va, cómo poner al amor por encima del miedo, del horror.

 

Rodrigo Cortés monta, coescribe la película y colabora con la maravillosa banda sonora de Víctor Reyes, para la que ha reconstruido las canciones perdidas de la obra de Jurandot y, además, como director vuelve a ponerse un reto. Al igual que en Buried nos encerraba junto con el protagonista en un ataúd del que necesitábamos escapar, aquí limita la acción al teatro Femina: las butacas, el escenario, las bambalinas y el patio trasero, donde la protagonista evita ahogarse, son, a excepción del inicio del filme, donde transcurre la trama en tiempo real. Así, mientras la obra de teatro se interpreta, seguimos a Stefcia a través de infinitos planos secuencia.

 

Al principio me costó entrar en la historia, me sucede si un director trata de mostrarme su pericia técnica, suelo quedarme fuera cuando veo mucha cabeza y poca entraña. Así me ocurrió con Birdman (o La inesperada virtud de la ignorancia), de Alejandro González Iñárritu, y, aunque admiro a Rodrigo Cortés, en su cine a veces echo de menos más tripa entre tanto triple salto mortal. Pero la historia de Love gets a room es tan potente, está tan bien interpretada, que sus larguísimos planos secuencia, los giros de cámara que nos alejan de momentos íntimos a los que nos gustaría asistir, al final se ponen del lado de las emociones. Porque solo vemos el miedo de la protagonista, sus deseos, su tensión, su necesidad de solucionar una situación que parece imposible, el amor infinito que siente, que comparte, ese que quizá termine por salvarlos.

           

           
            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        
       

       

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