FUERA DE CAMPO
La lista del videoclub
ELISA FERRER
La pantalla se prende, eucaliptos altísimos caen sin eco tras ser talados, el sonido de las hojas al tocar el suelo, de los troncos al abatirse, el sonido destructor de la máquina taladora, sus faros iluminando el bosque gallego arrasado, el polvo brumoso de la tierra, las astillas de las ramas, la humedad perenne convertida en niebla, un tronco ennegrecido que parece sólido, pero es un cadáver, un árbol sin vida que sigue agarrado al suelo, que tiempo atrás fue aniquilado por las llamas. A este inicio arrebatador, a los paisajes gallegos bellamente retratados por Mauro Herce bajo la dirección de Oliver Laxe, les da el broche final un cierre magnético del que es imposible apartar la mirada; lenguas de fuego que lamen los árboles, el incendio que arrasa, los ojos puestos en quienes tratan de apagarlo, de apagar el fuego que consume otro bosque más, la mirada fija en todo ello, en lo que arde.
Me habría gustado ver estas imágenes hipnóticas en el cine, rodeada de oscuridad, sentada en una butaca, ajena al resto de gente. Me habría gustado asistir en pantalla grande a la mirada perdida de Amador, interpretado por Amador Arias, ese hombre que regresa a su aldea después de cumplir condena por pirómano, la mirada de quien ha sufrido, de quien sufre, de quien ha hecho sufrir. Me habría gustado, en especial, asistir a la presencia rotunda, por frágil, por fuerte, de esa mujer menuda, de brazos nudosos y mirada curiosa, pese a saber ya tanto de la tierra que la rodea, Benedicta, a quien da cuerpo y voz Benedicta Sánchez, en una interpretación que le valió un merecido Goya a mejor actriz revelación a sus 84 años. Me habría gustado ver Lo que arde en el cine, ese ritual incomparable; pero una agenda apretada, pocos días en cartel en los cines de mi ciudad, demasiados viajes de trabajo, la condenaron a la que ya hace muchos años bauticé como la «Lista del videoclub».
Me crie en un pueblo pequeño, así que, hasta que fui a la ciudad para estudiar, la cartelera de cine a la que podía acceder era muy limitada. Películas comerciales y poca oferta más. Por eso, de adolescente, compraba la Fotogramas cada mes, la Cahiers du Cinema cuando fui más mayor, y anotaba cada una de las películas que quería ver en mi lista para llevarla conmigo al videoclub, aferrada a la esperanza de que las encontraría allí. Muchas veces no ocurría, pero siempre fui con la ilusión de dar con ellas y cuando las encontraba, las tachaba de esa lista inacabable con la sensación de estar más cerca de ser la espectadora que siempre quise ser, esa que tiene metas imposibles porque el tiempo es finito, porque cada día sale algo nuevo que se suma a todos esos clásicos que nunca visité. Hoy me da pena haber perdido aquel ritual, el de llegar al videoclub con la lista y las expectativas altas, el de encontrarme siempre, tras el mostrador, a un buen prescriptor de películas, ese que, como yo, en tiempos previos a las plataformas, a los canales de pago, se afanaba por encontrar aquellas que prometían un par de horas de puro cine.
Hoy, a pesar de que ya hace tiempo que dejé de visitar el videoclub, la lista sobrevive. Cada estreno de cartelera que se me escurre —algo que sucede demasiadas veces, pese a tener mi instinto cazador de joyas siempre alerta— me lleva, después de que haya pasado un tiempo desde que estuvo en cartel, a buscarlo en todas las plataformas. Este fin de semana, mi sorpresa fue encontrarme Lo que arde de Oliver Laxe en RTVE Play. Tenía unas ganas tremendas de hacer ese viaje precioso, medido, inteligente y sabio por la Galicia rural, con sus problemas, sus tensiones, sus carencias, con su abundancia, su belleza atávica, misteriosa. Si a vosotros también se os escapó en su momento, yo incluiría Lo que arde en vuestra lista, una película que habla de que el tiempo, como el fuego, todo lo arrasa, todo lo aniquila. Una película que es pura vida, verdad, poesía; una película que es puro cine.