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FUERA DE CAMPO


Lo de 'Belle Époque'

 ELISA FERRER

Ilustración: Luis Frutos

 

Hace unos días, antes de la ceremonia de los Óscar, esa ceremonia que tanto me ilusionaba años atrás, esa a la que ahora me acerco de reojo, con cierta desidia, con pereza, Jordi Évole, para celebrar el trigésimo aniversario de Belle Époque, que en 1993 se alzó con el Óscar a Mejor Película Extranjera, reunió en Lo de Évole a sus cuatro actrices principales, Míriam Díaz Aroca, Maribel Verdú, Ariadna Gil y Penélope Cruz, y a su director, Fernando Trueba. El programa estuvo cargado de nostalgia por un rodaje lleno de momentos especiales, de memorias de una época, de recuerdos de actores y actrices que ya no están, como Fernando Fernán Gómez o Chus Lampreave.

 

Durante la hora de entrevista, las miradas de complicidad cruzaban la mesa, la ilusión se palpaba en los gestos, en los rostros, Penélope se emocionó al ver que Évole había conseguido rescatar el casting que hizo para la película. Ella, una adolescente de 18 años que se aniñaba a cada línea de diálogo, que era respondida por un Jordi Mollà jovencísimo. Entre esas miradas de complicidad también creció un silencio incómodo que rompió Maribel Verdú al atreverse a hablar, a rebatirle a Trueba cuando afirmó que en España el “Me too” nunca explotaría porque eso era cosa del pasado, de los 60 y los 70, y le tuvo que recordar que a ella un productor la vetó en 10 películas porque se negó a hacer portadas de revistas; que de pequeña sufrió acoso, denunció y sus padres fueron a juicio por ella, que por aquel entonces aún era menor de edad. La voz de la actriz se quebró cuando aseguró que entiende que muchas actrices no se atrevan a hablar de que han sufrido abuso de poder por parte de algunos hombres de la industria. Una lacra que las mujeres de la profesión se han visto obligadas a callar para no perder oportunidades, para seguir adelante; una situación que, si finalmente estalla, salpicará a todos aquellos que aprovecharon y aprovechan su situación de privilegio.

 

El programa fue también una radiografía, quizá involuntaria, de las carreras de cuatro actrices con trayectorias muy distintas, de triunfos rutilantes, pero también de dificultades. Muchos trabajos artísticos llevan consigo la carga de un peso en los hombros, un temor atroz que mira esquinado desde el otro lado del espejo hasta en los momentos de éxito, en los de satisfacción, el temor a que el teléfono deje de sonar. Algo de eso sabe Míriam Díaz Aroca, que le contó a Jordi, mientras esperaban a que el café estuviera listo en la casa donde rodaron el programa, esa que intentaba asemejarse a la ya mítica de Belle Époque, cómo después de que la película se hiciera con el Óscar ella creyó que iba a recibir ofertas sin parar, que iba a trabajar más que nunca, pero no fue así. Su carrera televisiva y cinematográfica se estancó y, aunque ha participado en algunas obras de teatro, dice que tocó fondo, se vio obligada a asumir lo doloroso de la situación, a reinventarse, a pesar de las ganas de seguir actuando. En la dura carrera de la interpretación, puedes estar presente para directores de casting, productores; pero cuántas veces actores y actrices que veíamos en pantalla con asiduidad desaparecen de un plumazo.

 

¿Cuántos actores no llegan a tener nunca la oportunidad de acceder a la industria? ¿Cuántos se ven obligados a trabajar en otros empleos mientras preparan castings, hacen cursos de formación para crecer profesionalmente y trabajan duro, sin que nunca les llegue la esperada oportunidad? ¿Cuántos, después de abrazar el éxito, de estar acostumbrados a trabajar regularmente, se ven condenados al olvido? En una profesión como esta, directamente relacionada con el ego, en la que el material de trabajo es el propio cuerpo, la propia voz, la propia imagen, a veces se asocia erróneamente el rechazo a la valía personal. Una flecha directa a la autoestima que hay que aprender a esquivar porque el talento es importante, pero no lo es todo: también hay factores como la suerte, estar en el sitio adecuado en el momento justo, cruzarse con un personaje que te sitúa en el mapa. Una profesión dura, exigente, pero que a veces, cuando es dulce, como les ocurrió a estas cuatro actrices en 1992, ofrece personajes, rodajes y experiencias de vida que 30 años después aún son capaces de emocionar.

            
                            
            
                

Elisa Ferrer (L'Alcúdia de Crespins, València, 1983) es licenciada en Comunicación Audiovisual por la Universidad de Valencia y diplomada en guion cinematográfico y televisivo por la ECAM. Obtuvo el Premio Tusquets en 2019 con su primera novela, 'Temporada de avispas'. También es autora (2014) de un ensayo sobre 'The Royal Tennenbaums', de Wes Anderson

        

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