FUERA DE CAMPO
Veneno
ELISA FERRER
Esta noche cruzamos el Missisipi empezaba justo a la hora de dormir. No podías verlo porque era para mayores, porque al día siguiente madrugabas, tenías que ir a la escuela, porque salían cosas guarras, eso decían tus amigas, aunque tú a veces te escondías tras el sofá sin que tus padres se dieran cuenta y te tragabas un buen rato del programa. Y ya ves, tampoco era para tanto.
Recuerdas la silueta de la mujer que bailaba tras el biombo translúcido y, aunque no le encontrabas ningún sentido a bailotear escondida, te gustaba mirarla. Recuerdas que Krispin Klander no te hacía gracia, Pepelu más, pero quizá no los entendías del todo; como tampoco entendías lo incómodas que estaban algunas personas cuando las entrevistaba Pepe Navarro. A veces te quedabas a verlo por la música, la música te encantaba, sonaba a los discos de tus padres, a las películas. Y recuerdas, cómo no, las primeras veces que viste a la Veneno, las piernas eternas, los pechos firmes, la voz hipnótica, lo soez del lenguaje, ese que explotaba hasta convertirse en poesía.
Así de hipnótico, de soez, de poético es el biopic de Cristina Ortiz, La Veneno, que los Javis han creado y dirigido para Atresmedia. Basada en el libro ¡Digo! Ni puta ni santa. Las memorias de La Veneno, escrito por Valeria Vegas (que aparece en la ficción interpretada por Lola Rodríguez), la serie narra la vida de este icono de los noventa. Una vida que, por intensa, parece irreal; que, por emocionante, suena a ficción. Una vida que te lleva directa al inicio de un tiempo en el que la tele fagocitaba a la gente hasta convertirla en producto, en éxito, en máquina de dinero para luego lanzarla al contenedor de los juguetes rotos.
(Velas de la iglesia y luces estroboscópicas. Colores pastel y rojos pasión. El campo y sus animales y la ciudad y los suyos. Chamizos y purpurina. Belleza salvaje y cirugía plástica. Desesperación y estoicismo. Glamour y sillones de escay).
El reparto te obliga a pellizcarte a cada rato porque es inevitable reconocer a la auténtica Veneno en Jedet, en Daniela Santiago, en Isabel Torres, en sus gestos, maquillaje, vestuario, en las interpretaciones que se mimetizan con el recuerdo. Parece que vuelves a ver a Pepe Navarro a cargo de su mítico late night porque Israel Elejalde borda al periodista, y Lola Dueñas, menuda bestia, está extraordinaria como Faela Sainz. Lola Rodríguez y Mariona Terés tienen esa soltura, ese desparpajo tan de los Javis. Y la serie regala el descubrimiento interpretativo de Paca la Piraña, la mejor amiga de la Veneno, quien la bautizó, quien la ayudó en sus inicios, quien desborda talento y te obliga a la carcajada cada vez que habla, y sienta cátedra con su lenguaje ordinario (tan lleno de figuras retóricas) desde la sabiduría que da lo vivido.
(Para algunos de los personajes, cada nueva cirugía es un triunfo tribal que celebrar comiendo paella cocinada con botella de butano en medio del salón. Cada frase fuera de tono es humor inteligente. Cada conquista, una narración. Cada anécdota, oro).
Queda un capítulo de este biopic escandaloso, adictivo, genial, y ya imaginas que te vas a quedar con ganas de más. Quizá haya algunos diálogos que desencajan en ese el glamour cutre que tan bien explota la serie (como cuando Mariona Terés se compara con la serpiente del juego del móvil que tenía a la gente enganchada a principios de los dosmiles), ese glamour cutre que ya te hipnotizó en Paquita Salas y que aquí ha madurado para volverse aún más fascinante. Pero los momentos menos afinados se compensan con lo emocionante de la historia de Cristina Ortiz, de su infancia rural, a la juventud entre el campo y un Torremolinos explosivo, del Madrid de la televisión y el éxito, a los momentos duros, a los momentos bajos, a la València de sus últimos años con esa posibilidad de ver publicadas sus memorias que la llenaba de esperanza, de ilusión. Cómo le habría ilusionado ver esta serie, porque, a pesar de las sombras, se la recuerda como quien fue: una mujer valiente que ayudó a abrir el camino para otras mujeres que venían tras ella pisando fuerte.