FUERA DE CAMPO
Interpretar(nos)
ELISA FERRER
Soy actriz. Sí, podría decir que yo también soy actriz. Podría decir que he interpretado —que interpreto— diversos papeles, que entro en escena varias veces al día, y asumo que, si mi rol cambia, tengo que adaptar mi actuación. En realidad, no sigo ningún método para preparar cada personaje; hay algo en el entorno, en la compañía, en el ambiente que se respira, que me sirve para entender qué tengo que hacer. Esta mañana, por ejemplo, he participado con atención desmedida en una conversación de ascensor que no me interesaba lo más mínimo, "es que hay que ver, cómo ha cambiado todo", he estado en una reunión en la que asentía, hacía aportaciones, sonreía, y recitaba mis líneas de diálogo en el momento justo, cuando me daban el pie, "estoy totalmente de acuerdo con lo que planteáis", aunque mi cabeza estaba lejos, en la novela que me tiene desvelada, en la lista de la compra, en qué iba a cocinar para comer. Podría decir que cuando interpreto a la chica que acude al gimnasio por la tarde, mi rol es muy distinto al que adopto como profesora que se enfrenta a una clase cada mañana, o al de la fan loca que va al concierto de uno de sus grupos favoritos.
Pero, si yo actúo, ¿las personas a las que les doy la réplica también lo hacen? Quizá mi vecina tampoco está tan interesada en el tema que ella misma ha sacado en ese viaje de segundos en el ascensor. Quizá en la reunión que se ha alargado en exceso todos estábamos de acuerdo con todos, pero nuestras cabezas volaban lejos, a otras realidades, a otros escenarios en los que, quizá, los roles que interpretamos son más auténticos, más cercanos a quienes somos. Pero ¿quiénes somos si siempre actuamos? ¿O solo somos nosotros cuando estamos solos?
El sociólogo Erving Goffman consideraba, en su enfoque dramatúrgico, que las personas, al interaccionar entre nosotras, nos encontramos sobre un escenario y nos comportamos, por tanto, como si actuáramos. Muchas veces en casa seguimos siendo quienes fuimos de niños; si éramos un desastre, seguimos siendo esa persona desastre para el resto de familiares, o la calmada, la traviesa, la empollona, la responsable, la descarada. Y a partir de ahí, en cada contexto en el que nos damos a conocer de nuevo, tomamos un rol que siempre interpretamos en ese espacio, en ese escenario. Goffman cree que toda interacción social es una actuación que representamos para nuestros posibles observadores, nuestro público y, por tanto, mostramos información concreta de nosotros mismos según la situación en la que nos encontremos, según la intención que tengamos en ese momento. Igual que en el teatro, en nuestras interacciones hay un modelo de conducta preestablecido que delimita cómo debemos comportarnos. Un guion invisible que nos dirige, aunque no seamos conscientes de ello.
Según este enfoque, lo que buscamos con esta representación de nosotros mismos es que aquellos con los que interactuamos, nuestro público, nos acepte y, si tenemos éxito, nos vea como queremos que nos vea. Así, sin darnos cuenta, varias veces al día mutamos. En el camerino cambiamos de maquillaje, de vestuario, de peinado y de gesto para interaccionar con nuestra audiencia en cada uno de los escenarios de la jornada. Shakespeare ya sabía de lo que hablaba en 1599 cuando escribió su obra cómica Como gustéis y dijo aquello de que "El mundo es un gran teatro, y los hombres y mujeres son actores. Todos hacen sus entradas y sus mutis y diversos papeles en su vida". Y quizá, cuando llegamos a casa, nos desmaquillamos, nos quitamos todas las capas y tratamos de reconocer nuestro rostro en el espejo para volver a ser, por un momento, nosotros mismos.