FUERA DE CAMPO
Finales
ELISA FERRER
Hoy nos vamos de vacaciones y, como cada final de curso, me gusta hacer un ejercicio de evaluación retrospectiva. ¿He cumplido mis objetivos? ¿Suspendo, me doy un aprobado raspado o termino con buena nota? ¿He procrastinado en exceso o lo justo? (asumido ya que no hacerlo es imposible, claro). En definitiva, ¿cómo ha ido el año? Porque, como mucha gente sabe, el año empieza en septiembre y, antes de estrenar curso nuevo, es el momento ideal para hablar del que termina. Es, de hecho, la ocasión perfecta para hablar de finales; de esos cierres que a veces vienen en el instante justo, perfectos en algunas ocasiones, decepcionantes en otras; el punto final que da por terminada una obra.
Final, en nuestro Fuera de campo, puede significar muchas cosas. Puede significar Antoine Doinel corriendo hasta llegar al mar, mojarse los pies y romper la cuarta pared para mirarnos. Puede significar el sueño de Antonio Resines en Los Serrano; el viaje al futuro con el que cierra El Ministerio del Tiempo; las lágrimas vertidas por las cientos de miles de personas por culpa del último episodio de A dos metros bajo tierra, o la evolución de Don Draper y el resto de personajes de Mad Men hasta llegar a un capítulo de despedida que, aunque haya voces que opinen que no está a la altura, aquí servidora se quita el sombrero, ¡chapó! También puede significar, claro, los últimos minutos de Los Soprano, escritos y rodados con brillantez, esos últimos minutos que no quiero espoilear pero por los que en muchas casas pensaron que se había cortado la conexión, que se había roto la tele, que el DVD que daba cierre a la serie se había congelado, pues en el capítulo que ponía el broche a seis temporadas excelentes, los guionistas no lanzaban fuegos artificiales, no juzgaban a su personaje protagonista, sino que se iban sin hacer ruido. Una idea perfecta y difícil de llevar a cabo, por modesta, por atrevida, que ha quedado como uno de los mejores finales de serie de la historia.
Porque los finales, a veces, son silenciosos, sin épica, una puerta que se cierra con cuidado, con cariño, un despedirse con sutileza para que decir adiós a personajes y tramas que ya, de algún modo, forman parte de nuestro día a día, sea menos doloroso, más sutil. Aunque luego nos sorprenda, como una punzada en nuestra rutina, el recuerdo de aquella vida compartida que, de un modo u otro, nos dejó poso.
Pero hoy el final es más literal de lo que podría parecer, porque no es el paso previo a los créditos, sino un cierre de persiana: hoy le digo adiós, con pena, claro, pero con la alegría de haberme asomado por aquí cada semana, a este espacio mágico que me ha regalado AISGE y que ha sido mi casa durante dos años. El lugar en el que tomar algo después de la sesión de cine para comentar con vosotras, con vosotros, las películas que acababa de ver; el lugar de reunión en el que conversar sobre las series que me tenían fascinada, y, sobre todo, en el que hablar, desde la admiración y el desconocimiento, de ese oficio fascinante que es la interpretación.
Echo la persiana, pero traspaso el local y lo dejo en las mejores manos, las de un escritor mayúsculo que lo rebautizará, hará la reforma a su gusto y nos traerá, cada semana, su visión del oficio, su cinefilia admirable, sus letras. Yo me despido; la evaluación, eso sí, os la dejo a vosotras, a vosotros. Mientras tanto, solo puedo agradeceros que hayáis pasado por este Fuera de campo semana tras semana, ha sido un lujo increíble teneros al otro lado.