– Fue también época de muchos dramáticos en TVE.
– Yo empecé en televisión en 1963, un poco más tarde que Fernando, que comenzó hacia 1958. Mi debut fue con Don Juan de Mañara, de los hermanos Quintero, todavía en directo. Posteriormente, todo lo que hice ya fue grabado. Al principio las grabaciones eran agotadoras porque se carecía de mesa de edición. Si a mitad de grabación se iba un foco o algo salía mal, había que volver a empezar desde el principio.
– Escoja uno.
– Hay auténticas joyas, como Las brujas de Salem, de 1965. Costó mucho grabarla, pero quedó inmensa. Por algún motivo, la grabación se retrasaba constantemente. Ignoro el motivo, pero todo el elenco estaba preparado para grabar y el permiso no llegaba. Recuerdo que estábamos todas agotadas: Irene Gutiérrez Caba, Nuria Carresi, Tina Sainz, Conchita Goyanes... De esta obra de Miller se hicieron dos versiones, la nuestra y una que vino después, que para mi gusto no alcanza a la primera. Hay un momento de la obra en que me salió un grito maravilloso, que dejó a todo el mundo petrificado.
– ¿De dónde le salió ese grito?
– En mi juventud estudié canto en Barcelona. El maestro Luis Canalda puso un anuncio en La Vanguardia en que buscaba una voz para dar clases gratis. Yo era una niña que me leía todo; cuando vi el anuncio, le dije a mi tata: “¡Vamos corriendo!”. Y allí pasé cinco años, por eso he tenido buenas facultades para el drama y la comedia, y para cantar o bailar cuando ha sido necesario. Jamás me he quedado afónica, gracias a Dios, porque tengo la voz educada. Esas clases me dieron mucha seguridad en el manejo de la voz, en la postura de las manos, en el porte con trajes de época...
– ¿Volvió a dar clases alguna vez?
– Sí, en 1982 en México con el maestro Guerrero para hacer la comedia Orinoco, de Emilio Carballido, que luego trajimos a España en 1993.
Este montaje de la obra del dramaturgo veracruzano le valió a Cuervo el reconocimiento del público y la crítica mexicanos, que la premiaron con el galardón a la mejor actriz de la temporada 1982-83. La tesis de Orinoco es la misma que la de Thelma y Louise, solo que se escribió muchos años antes. Dos artistas de cabaret, dos mujeres maduras y arrinconadas por la vida, descienden río abajo a bordo de un barco a la deriva y hacia una muerte segura.
– Es una obra hondamente femenina y feminista. ¿Cómo vivió usted la opresión de la mujer en la España de Franco?
– Nosotras nos poníamos un pantalón y nos insultaban por la calle. Hoy es difícil de concebir, pero es lo que hemos vivido. No teníamos mayoría de edad hasta los 25 años, después la bajaron a los 21. A Fernando y a mí no nos dejaban entrar en los hoteles sin el libro de familia. Y en las piscinas se segregaba a los hombres de las mujeres. Yo me hice cargo como empresaria de un montaje de Coward, Diseño para mi vida, mientras Fernando trabajaba en Barcelona. Acudí a una entidad bancaria que estaba especialmente pensada para la mujer. Lo primero que me pidieron fue la firma de mi marido. No podíamos hacer nada sin el permiso del cónyuge. Las ganas de ruptura eran enormes, porque por otro lado éramos mujeres muy independientes, yo al menos. Salvo en lo sentimental. En ese aspecto sí soy dependiente.