— ¿Se reinventa lo suficiente la industria cultural?
— ¡La industria! ¿Qué industria? No lo llamaría industria, porque no la hay: esa la tienen los norteamericanos. Nosotros tenemos familias, como Trueba o De la Iglesia, que se la juegan cada vez que ruedan una película. Ahora, con las plataformas digitales, por fin los jóvenes están teniendo oportunidades de contar cosas. Los medios de comunicación, mientras tanto, se interesan por cosas muy banales y dan poco pábulo a lo nuevo. Quieren cosas que lleguen a toda la familia, que puedan ver la abuela con el niño. Pero a veces, para contar algo interesante, hay que renunciar a eso.
— ¿Existe la brecha de género en el humor?
— Desgraciadamente aún impera el machismo: no es lo mismo un desnudo masculino que uno femenino, y he visto monólogos que las actrices no podríamos representar en un escenario. Las Veneno fuimos tres jóvenes, y encontramos que ellas eran más críticas con nosotras que ellos: los hombres se relajaban. Si las chicas que salían a escena eran guapas, más relajados aún. Ahora, ¿en cuántos grupos de cómicos hay mujeres?
— Parte del feminismo también se opondría a esos desnudos.
— Los radicales están en todos lados. Hicimos un monólogo tras aquella sentencia machista en Lleida [se absolvió a un directivo que acosaba a una empleada, a la que se culpó de provocarle con su ropa] y hubo quienes no lo vieron desde la parodia, no entendieron la vuelta de tuerca. Queríamos reírnos de los jueces, pero algunas asociaciones nos criticaron. Todos los radicales que encuentro son gente muy aburrida, con una falta de humor tremenda.