– ¿Qué le aporta Maribel Verdú para que cuente tanto con ella últimamente?
– Solidez. Luminosidad. Tiene ese talento para ser creativa y dar al director lo que quiere. No es rebelde ni sumisa. Tiene el justo medio que pone su lado creativo. Es muy profesional y resulta muy divertido trabajar con ella. Somos amigas. Sinónimo de confianza, no me falla en ningún registro. Espero no equivocarme. En todo caso, el fallo sería del director, o del casting.
– Se dijo que El laberinto del fauno la recuperó para la causa, cuando entraba en una edad…
– Creo más bien que la recuperó Siete mesas de billar francés. En El Laberinto… tenía un papel pequeño. No es por echarme flores, pero en la mía era la protagonista absoluta, con Blanca Portillo. Le dieron el Goya, después de muchas nominaciones. Cuando empezamos a rodar Siete mesas…, El laberinto no se había ni estrenado, creo yo.
– ¿Como describiría el tiempo que transcurre entre el montaje y el estreno?
– La fase de montaje es muy divertida, menos intensa que el rodaje, que siempre tiene la presión del tiempo. Pero cuando la película está montada, hay una mezcla de sensaciones. Un día miedo, otro esperanza, otro ilusión… Es la mezcla clásica del que se examina. Pero hacerlo bien no es sinónimo de que vaya a gustar, de que haya espectadores suficientes. He hecho lo que quería, he puesto cuerpo y alma, pero hay incertidumbre, zozobra.
– ¿Obsesiona la taquilla?
– Un poquito, sí. Porque hay que llegar a unas cifras, un mínimo para devolver el crédito de producción… es un sistema que depende de los espectadores. La distribuidora tiene unas expectativas, como el equipo.
– ¿La palabra producción condiciona su trabajo por ser hija de Elías Querejeta?
– Nadie va a volver a producir como lo hacía Elías. Yo me llevo bien con Gerardo Herrero [el productor de Felices 140], pero sigue un sistema de producción distinto. Es otra forma de trabajar a la que me he tenido que acostumbrar.
– ¿Se ha tenido que amoldar a otros patrones?
– Sí, claro. Gerardo tiene su compañía y su forma de trabajar, como lo hace con otros directores. A estas alturas del partido, creo que tiene confianza en mí y le gusta lo que hago. Pero soy yo quien se ha amoldado, no al revés.
– ¿Le apetece tomar una caña con él para rebatir algo, según avanzan los rodajes?
– Hablamos en el día a día, pero no voy a cambiar su forma de producir. El modelo de Elías era el suyo, intransferible. Ciertos aspectos debían modificarse: las cosas –y los medios– han cambiado mucho.
– A solas, ¿habla usted con Elías?
– Muchas veces le pregunto cómo afrontaría algún asunto. Un día, rodando esta película, confesé a Maribel lo mucho que le echo de menos. Como padre. Porque, al fin y al cabo, durante el rodaje de la anterior [Quince años y un día], aún vivía. En asuntos profesionales, por supuesto que me tienta saber qué pensaría. Creo que Felices 140 le habría gustado.
– ¿Su madre ha quedado ensombrecida por él?
– Qué va. Somos muchos: mi tío fue ayudante de producción hasta que murió; mi madre [María del Carmen Marín], diseñadora de vestuarios, y tengo un primo jefe de sonido. Además, el círculo de mi padre en la productora era súper cercano a todos nosotros. Lo vivimos con mucha normalidad. Y ella lo ha llevado bien: como mucho me pide que firme Gracia Querejeta “Marín” [risas].