— En la interpretación, ¿tiene algún un sueño?
— Toda mi vocación es disfrutar el presente y concentrarme en él. Hoy estoy aquí, al igual que ahora estoy en esta entrevista. Y así será mañana por la noche, cuando me suba al escenario. Por ahora solo quiero ver el crecimiento de Un obús en el corazón, un texto al que auguro mucho recorrido y para el que aún no veo un horizonte. No sé hasta dónde me llevará, pero me siento un privilegiado por interpretarlo.
— Esa obra está ambientada en la misma guerra de la que escapó con su familia. ¿Qué relación guarda hoy con el Líbano?
— Primero salimos de allí mi madre, que es española, mi hermano y yo. Cuando mi padre solucionó todo lo que dejábamos pendiente, vino él. Llegamos a Madrid y nos alojamos en la calle de San Bernardo gracias a mi familia. Al poco tiempo nos mudamos a Alpedrete, donde crecí. No he vuelto al Líbano, es un viaje que tengo pendiente. También a Armenia, de donde es mi padre. Aunque no soy de viajar. Sé que queda feo decirlo, pero me encanta quedarme en mi puta casa, tranquilo y con mi gente. Me gusta mi rutina. Pero si es por trabajo, voy encantado.
— En uno de esos viajes por trabajo actuó para la industria norteamericana. ¿Hay tantos motivos como dicen para enamorarse de ella?
— A mí no me llama la atención. Me llegan propuestas desde fuera de España y me pagan estupendamente. Pues las hago. Pero no me levanto por las mañanas pensando en meterme en esa rueda: el sueño de Hollywood me da una pereza tremenda, yo estoy a gusto en mi pueblo. Quizá sea porque llegué tarde a esto y descubrí mi nueva vocación al cumplir los 39 años. Quién sabe. Si hubiera empezado más joven, a lo mejor andaba soñando con otra cosa. Pero me flipa el teatro, allí estoy encantado. Vivo tranquilo y no me vuelvo loco.