– ¿El rodaje con Álex de la Iglesia ha sido casi una aventura?
– Es una obra muy personal en la que Álex se desnuda tanto en la historia como en la forma. He visto el primer montaje y no te deja respirar. Tiene un ritmo trepidante, como de huida, pero sin renunciar a todo su imaginario. Habla de los traumas que puedan tener los hombres, de la esperanza, de los principios, de la amistad. Toda una comedia salvaje.
– ¿Tan salvaje como el rodaje en la Puerta del Sol?
– Aún hoy día, cuando paso por allí, no puedo dejar de acordarme de ello. Me pasaba la jornada entera vestido de mimo, pero los transeúntes colaboraban y se portaban muy bien. Sol es tierra de nadie y, a la vez, tierra de todos.
– ¿ Qué primer recuerdo asocia con el oficio de actor?
– Tenía 14 años cuando la gente con la que mi madre hacía teatro montó Las amistades peligrosas. El tipo que hacía de Danceny no pudo interpretarlo y me cogieron a mí. Cuando terminé la función, me senté, me comí una napolitana y pensé que no quería ser actor. ¡Había pasado tantos nervios! Luego empecé a disfrutar de esa sensación de vivir más vidas. Cosas del destino: al final nunca sabes dónde vas a acabar…
– Una de sus primeras apariciones en televisión fue cantando en un grupo ‘heavy’. ¿Su madre guarda ese vídeo bajo llave?
– Fue todavía más humillante (ríe). Mi primera aparición en televisión fue en Tutti frutti haciendo un desfile de modelos. Pero sí, también hice un playback para Crónicas marcianas en la primera temporada. Resultó gracioso. ¡Por fortuna, era la época del VHS y ya se ha roto todo!